
Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, permíteme escribirle esta carta a Francisco, Nuka, Nucamendi.
Querido Nuka,
Aquella mañana en mi casa, mientras te observaba cocinando una tortilla española a tu peculiar manera, hablabas de tu admiración a la Santa Muerte porque, en tus palabras, “es la única que nos acompaña desde que nacemos”. Entonces, te respondí, —Sí, algún día todos descansaremos en paz”. Tu reacción no se hizo esperar respondiendo con una estridente carcajada al estilo de María Alejandra , —“Cuando muera, si descanso en paz, me moriré”.
Cocinabas como pocos creando tus propios sabores tus ingredientes secretos y el sazón de tu alegría al sancochar hierbas y chiles. Hacías crujir el sartén mientras revolvías los huevos añadiéndoles menjurjes extraídos del jardín de la casa; cocinabas con la misma magia con la que preparabas un carnero o una barbacoa al estilo Nuka.
¿Recuerdas aquélla cena con Tzuyuki, Astrid y otros amigos? Esa noche aprendí la diferencia entre los diferentes mezcales, los aguardientes y el posh; conocí tu habilidad para preparar el temperante al estilo Nuka que jamás había probado.
Y aunque te dije que yo no bebía, a pesar de eso, celebramos toda la noche.
Si algo admiré en ti, fueron esas largas conversaciones con tantos temas en tu cabeza y en tu experiencia que fueron como viajar a lejanos lugares y a tiempos inmemorables. Por ello, coincido con tu compadre Carlos Gordillo Alfonzo quien comentó, este miércoles 26 de marzo: “Escribí y borré mil veces una frase de despedida que describiera a mi compadre… la borré porque él es indescriptible, porque él no se va, se queda”.
Desconozco si son tus palabras Nuka, o las de Rafa Lavín, pero es real lo que dice, y lo transcribo: “Si alguna vez desaparezco o me muero… Sólo les pido un favor, no sé pongan a decir mentiras sobre mí. Por favor, sean sinceros y no ensucien mi nombre con cosas positivas. Yo no tengo un corazón de oro ni era amigo de todo el mundo. A mí no me gustaba la gente. Yo era bien sarcástico y era amigo sólo de los que me caían bien y sobre todo a los cuales les caía bien yo. Y esos, eran bien, pero bien poquitos. Tampoco digan que el cielo ganó un Ángel que los va a cuidar desde arriba. Porque vamos, seamos realistas.Todos sabemos, que para allá no voy. Y si por alguna promoción Especial de San Pedro me llegan a dejar entrar, yo no voy a andar cuidando a nadie. Cuídense ustedes solitos. Si saben contar, conmigo no cuenten. Yo ya me fui”.
En verdad, fuiste de pocos amigos, pero todo Comitán te conocía y te querían por muchos motivos. Viviste como lo deseaste, recorriste lugares inexplorados; tu voz resonó en universidades y radiodifusoras; recupérate tradiciones indígenas y tu voz se escuchó entre ellos; tus alumnos, como Tzuyuki, aún te recuerdan como el maestro que inspira, escucha y abre la mente de quienes escuchan. Algunos como Arturo Palacios quien en vez de esquelas dejó su testimonio: “Pionero y maestro, de muchas y muchos niñas y niños adolescentes, en el camino de la comunicación radiofónica independiente. Mi hija fue su alumna y, ahora, es una magnífica comunicadora”.
Tu conversación jamás se repetía, siempre había un nuevo tema. Fuiste un filósofo preclaro; un productor de radio y cine creativo. Como cinéfilo, te convertiste en un gran guía. La magia de tu cine club, entre mezcal y posh, nos movió a intensas conversaciones sobre la función del cine social en la época de oro del cine mexicano. Una noche de aquéllas, dijiste: “Somos los “Olvidados” de Buñuel, atravesamos el mundo como el “Perro Andaluz” mirando a la muerte desde la ventana mientras Viridiana se retira de la cama de su tío diciendo: <<las cenizas simbolizan penitencia y muerte. A lo que su tío, augura que la penitencia será para ti, Viridiana y la muerte, me tocará a mí>>.
Sí, Nuka, tu vida fue tan surrealista como un guión de Buñuel y Dalí, y eso, te convierte en una leyenda urbana que nutre a quienes tuvieron la fortuna de tratarte.
Tocaste la mente y el corazón de muchos a pesar de ti mismo, Nuka. Arbey deja testimonio de eso: “Supiste hallar la Flor de la alegría; en la transparencia de las horas, querido Nuka. Alguna vez pintamos de madrugada un poema en el muro de tu sala y compusimos el mundo, un instante, con el sonido del alba y sus campanas”.
Son las campanas, hoy ausentes, que grabaste con Luz del Alba Belasko: “No oigo tocar las campanas. Alto amigo, alto confidente. Alta alegría, alta Fidelia, alta música y sonidos que se elevan como humo de recuerdos. Alta cocina, alta alquimia de tus brebajes etílicos, alta verbena que iluminó a nuestro pueblo común. Que tus campanas, aquellas que un día grabaste con devoción, resuenen ahora en lo alto, llenando el aire de este duelo que dejas en cada uno de los amigos que acogiste en la Casa de doña Lili. En nosotros, que caminamos contigo por senderos de asombros y juventudes eternas”.
Son esas campana que evoca Karina Cancino: “Don campanero mayor: me levanté porque a lo lejos escuché el tren. Tú no lo sabes, pero en Tepic todo se oye. Se oye el valle y como rebotan las nubes sucias de hollín en los cerros. Pero también cuando pasan las garzas y los pájaros que vienen a dormir o se van al mar. Se oyen las campanas, aunque solo he aprendido a distinguir tres. Trato de levantarme a oír cosas y no vi el teléfono hasta que encontré el mensaje del Manolo, diciendo que ya eras más libre… Voy a tener que acostumbrarme a recordar los sonidos de tu risa de catacumbas, y las historias de terror que nos contabas. Pero sobre todo, voy a recordar mi propia historia llena de sonidos: en la radio, en el café, en los museos, y en mis locas ideas a las que nunca dijiste que no. Si hay alguien que siempre me dijo: ‘hacélo, no vas a perder, qué más te puede pasar’, fuiste vos y el Luis David. Y así me aventaste a organizar un concierto cuando ni siquiera sabía abrir mis ojos, ni dónde tenía mi nariz. Gracias por todo Francisco Nucamendi”.
Encima, nunca se te cayó la corona vendiendo en las calles de Comitán Raspados y Granizados con toda la humildad que te caracterizó; inventos tuyos llenos de color y sabor únicos en la comarca, aderezados con tu sonrisa estridente y algunos con piquete y temperante.
Querido Nuka, viviste y moriste como quisiste; de eso se trata el vivir. Se extraña a los que se van para siempre, pero yo tengo muchos y gratos recuerdos en mi mente; así que no te extrañaré. Despreocúpate, tampoco revelaré las confidencias que me confiaste. Dejas profunda huella en este Pueblo Mágico donde tus pasos y carcajadas resonarán por siempre.
Te abrazo hasta donde estés.
Tu amigo, Montalvo, o como tú, Nuka, me gritabas de esquina a esquina, Guiyermo con “Y”.
P.D. Querida Ana Karen, en el mundo hay pocos personajes que nos dejan su historia, sus sonrisas y sus lecciones, convirtiéndose en leyenda, conocerlos y haberlos tratado, eso es una cuestión de amor.
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