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No hay otros datos / La Feria

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Sr. López 

No sé usted, pero este menda descubrió la palabra ‘pedo’ en segundo de Primaria; en la casa se decía ‘pluma’ y de preferencia, no se decía. Claro, este López habla desde la experiencia surrealista de la familia mexicana de la lejana era del pricámbrico clásico, años 50 del siglo pasado, cuando las canciones de Agustín Lara no las podía oír la gente menuda, ni las señoritas decentes (“… vende caro tu amor, aventurera”; “… mujer, mujer divina, tienes el veneno que fascina, vibración de sonatina”, ¿vibración?… ¡lépero!; y el colmo en María Bonita: “… me arrodillé para besarte”, ¿de rodillas?, ¡pues, qué estaban haciendo!); y para que no piense que en casa de su texto servidor eran raros, sépase que siendo presidente Lázaro Cárdenas, fueron prohibidas las canciones de Lara en las escuelas, por ser “sus letras obscenas, inmorales y degeneradas” (‘Memoria del Fuego 3, el Siglo del Viento’, Eduardo Galeano, editorial Siglo XXI, página 299; no anda uno inventando). 

Ignora el del teclado cómo la antes mojigata sociedad mexicana (conservadora diría uno que yo me sé y usted también), evolucionó a lo actual, en que no que no se sabe si es madurez o cinismo, tolerancia o impudicia, sinceridad o vulgaridad, pero el hecho es que junto con cosas en buena hora desechadas (como el culto al himen, cuya ausencia antes causaba tragedias), y otras zarandajas, al mismo tiempo ahora resulta naturalidad que la hija, arreglándose para salir con el novio, le encargue a su papá, “aprovechando que vas al Oxxo”, unos condones sabor frambuesa, “¡seis, por favor!”; para no meternos en que ya es confianza que las señoritas comenten de sobremesa con sus mamás, las ventajas del sexo anal; sin mencionar que está en duda el derecho de los padres de inscribir en el Registro Civil a los hijos con el sexo que tuvieron al nacer, atropello mayúsculo pues es decisión de ellos, después, a partir de los trece y si quieren, antes. Vamos bien. 

Lo dicho, aceptando que son resabios de una educación ‘demodé’ de tiempos de apariencias y fantasías, como prueban Los Panchos cantando de Adrián Flores, la bobada de ofrecer a la amada alma para conquistarla, corazón para quererla y vida para vivirla junto a ella, cuando lo realista es tener dinero para conquistarla, BMW para quererla y la Golden de American Express, para usarla juntos. 

Pero sería bueno que viviera don Octavio Paz, para pedirle su análisis de la sociedad mexicana contemporánea; enfrentarlo a cosas como la defensa a ultranza que algunos hacen de los derechos inalienables de los animales, sosteniendo al mismo tiempo sin sonrojos que el aborto es una decisión tan normal como sacarse una muela, pues la norma universal es que cada quien haga con su cuerpo lo que mejor le parezca (menos todo lo que prohíbe la Ley General de Salud, claro, y mientras nos escondan los saleros en los restaurantes, eso sí); don Octavio brincaría encima de su ‘Laberinto de la soledad’, mesándose los pelos pues con toda su inteligencia lo que escribió en 1950, explicando cómo es el mexicano, nuestro modo de ser, nuestra psicología y moral, resultó ser imaginaciones suyas… o quién sabe. 

Nada de eso provocará otro Diluvio ni es anuncio de la quiebra moral ni ética de México ni de Occidente, de ninguna manera. Es la dinámica de nuestra especie. Los romanos de toga, se espantaban del deprave de su época; los conservadores del siglo XVI, de las 

esculturas de encuerados del Renacimiento (con todo y ‘pajarito’); y en 1907, la ‘Gatita Blanca’, María Conesa, causaba en México soponcios entre las personas bien nacidas, porque enseñaba las pantorrillas en el escenario, mientras interpretaba su resonante éxito ‘La alegre trompetería’, de fálico significado soez, ruina de las buenas costumbres, porque ya entonces ‘trompeta’ era ‘trompeta’ y si las señoras de la Liga de la Decencia de entonces, hubieran sido tan decentes no hubieran entendido ni se hubieran indignado… viejas cochinas. 

La humanidad, vistas las cosas de cerca, a veces aparenta que se dirige al irremediable desorden social. No es así. Es sin duda mucho mejor este momento que aquellos tiempos añorados en los que la mujer era una cosa, había esclavitud, se veneraba la guerra como prueba de valores cívicos y los derechos humanos eran algo por inventar. La generalidad de las personas aunque no lo parezca, suele elegir lo mejor. No se asombre ni lo dude: por algo, de la caverna y la carne cruda, hemos llegado a donde estamos en el poco tiempo que tenemos de estar sobre el planeta, que si compara la edad de la humanidad con la de la Tierra, estamos acabandito de llegar. 

En ese progreso de la especie algo ayudan los gobernantes, sí. Por eso es recomendable que cuando menos sepan que la ley se debe aplicar siempre igual a todos. Por ejemplo, la del Trabajo que vale para cualquiera que trabaje en México, sea chino, alemán… o cubano, por cierto. 

Los cubanos aunque sean médicos, no son mercancía, son personas y el salario de los médicos cubanos nuestro gobierno tiene obligación de pagárselo a ellos como ordena el artículo 82 de Ley Federal del Trabajo: “El salario es la retribución que debe pagar el patrón al trabajador por su trabajo”. Al trabajador, no a su gobierno. 

Que se lo piense bien nuestro gobierno antes de hacerse cómplice de las ilegalidades y bárbaros atropellos que sufren los médicos cubanos que trabajan en ‘misiones’ fuera de la isla; puede meterse en un problema de resonancia internacional si alguien organiza a algunos de esos médicos e invocan el primer artículo de nuestra Constitución: 

“En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución (…) el Estado deberá prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los derechos humanos (…) Está prohibida la esclavitud en los Estados Unidos Mexicanos. Los esclavos del extranjero que entren al territorio nacional alcanzarán, por este solo hecho, su libertad y la protección de las leyes”. 

Y no hay otros datos

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