
Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
Existe en México y el mundo una realidad innegable: el número de madres solteras y jefas de familia cada día es mayor por efecto de los divorcios, la viudez, la separación obligada por la migración, la deserción de la pareja o simplemente, por la elección deliberada de la mujer a ser madre.
Las causas se han centrado en la discusión sobre el aborto, la planificación familiar, la deficiente educación sexual, el bombardeo publicitario en los medios que privilegia el placer sexual irresponsable como estilo de vida, el abuso de la sexualidad como instrumento de poder, pero sin duda alguna, lo que se hace evidente es el resquebrajamiento de los valores en la institución familiar.
Sin embargo e independientemente de las causas que acusan el notable incremento de madres solteras en el sureste mexicano prevalece una realidad cuyas consecuencias son notorias en la sociedad. Entre ellas, podemos mencionar la relación del fenómeno de madres solteras con la presencia creciente de niños de la calle, la presencia laboral de niños en la calle a menor edad, el maltrato sobre los hijos, el abandono físico, espiritual, emocional y económico de los menores, la falta de oportunidades de trabajo para las madres solteras con menores recursos económicos y de educación; la dificultad por acceder a un vivienda digna; y todo ello, conduce a la inseguridad pública.
Un caso: María X es una mujer guatemalteca de 22 años con tres años de escolaridad primaria, prácticamente analfabeta, víctima de una violación por parte de su padrastro a los 15 años con quien cohabitaba en el medio rural en condiciones de extrema pobreza.
Emigró a México buscando llegar a la frontera Norte donde vive el que fuese su novio de infancia. Con engaños fue enganchada a una red de prostitución en Ciudad Hidalgo con la promesa de facilitarle los documentos en dos meses para lo cual se le pidió trabajar vendiendo favores sexuales para reunir el dinero suficiente para trámites, documentos y el viaje.
Derivado del ejercicio de la prostitución, María X engendró dos hijos en México a quienes no pudo registrar legalmente ni en Guatemala, por el temor de no poder reingresar a Ciudad Hidalgo ni en México donde no cumple con los requisitos de ley.
María X conoce de los preservativos y otras medidas de prevención, sin embargo, los clientes la obligan a prescindir del condón, lo que le ha acarreado severas enfermedades, infecciones y dos hijos no deseados.
Cuando fue enganchada vivía en la casa de citas donde prestaba sus servicios; ahí mismo se endeudó para comprarse ropa y empezar a reunir algo de dinero para su proyecto de viaje.
A los cinco meses le cobran el adeudo y sin dinero la corren del lugar.
Sin saber hacer otra cosa, busca trabajo de mesera en Cacahoatán donde conoce a un tipo llamado Alfredo N quien la enamora y la utiliza para hacerla trabajar en un antro.
Al salir nuevamente embarazada, el tipo la abandona dejándola a su suerte. María encuentra junto con una compañera de oficio una pequeña vivienda donde vivir junto con sus dos hijos y la criatura de su amiga.
Un líder de colonias las invita a invadir un predio en Tapachula donde encuentran a otras paisanas compartiendo casi la misma historia.
Algunas lograron obtener una credencial de elector lo que les facilitó la obtención de papeles, pero la mayoría permanece sin identidad legal. La colonia donde vive está llena de madres solteras que cada día o noche dejan a sus hijos encargados con la vecina, en el mejor de los casos o solos a la deriva, sin importar su edad. A los niños en esa colonia se les ve jugando en las calles, lo que inicia con una travesura termina en un delito.
Algunos niños escapan del maltrato de sus madres o parientes, otros se refugian en los inhalantes, la droga o el alcohol. Los mayores van conformando sus bandas y asociándose con otros chicos del vecindario. Algunos ya trabajan en las calles de la ciudad en diversos oficios, pero la mayoría no acude a la escuela ni goza de la protección de los servicios de salud y asistencia social.
Los vecinos conocen a los niños maltratados que presentan huellas en su cuerpo y a pesar de ello, nadie lo denuncia. Las madres solteras, por su parte, continúan siendo víctimas laborales por su condición de extranjeras, de analfabetas, por el miedo a perder el trabajo, por las deudas contraídas con el patrón o simplemente por estar convencidas que la vida es así. Ninguna de ellas tiene acceso a créditos para vivienda ni goza de seguridad social, la muchas de ellas tienen de dos a tres trabajos mal pagados y nada de tiempo para dedicarles a sus hijos.
Algunas son victimas de acoso sexual por parte de vecinos, empleadores o compañeros de trabajo.
María X ya no sueña con viajar a los Estados Unidos, ya no piensa en su familia ni en su madre, ya no cree en los hombres ni aspira a casarse nuevamente, tiene 22 años y aparenta 34. Sus pequeños hijos de tres y cuatro años, permanecen encerrados en casa la mayor parte del tiempo, han aprendido a comer solos, a vivir semidesnudos entra la mugre y la desatención.
María X quisiera conocer a alguien que le brindara asesoría legal para regularizar su situación de indocumentada y legitimar a sus hijos como mexicanos que son; María X sueña con mandarlos a la escuela y que hoy tuvieran la oportunidad de tenerlos en una guardería donde pudieran comer a sus horas, al menos, donde pudieran comer. María X quisiera saber que al enfermarse ella o alguno de sus hijos puede correr a la institución de seguridad social para recibir atención médica; María X quisiera tener la oportunidad de continuar su educación y prepararse para ejercer algún oficio que no sea la prostitución; María X quisiera poder acudir a cualquier institución de crédito o vivienda para mejorar su choza; pero también desearía contar con la ayuda humanitaria y psicológica que le devuelva la confianza y la autoestima en sí misma; María X no es una mujer mala, pero sí, una mujer desesperada en busca de soluciones que se le cierran al paso.
Su pecado es no ser mexicana, no saber que pasando una línea el destino cambia y los derechos se pierden a pesar de los discursos de protección al migrante. María X no deseaba quedarse en México, ni robarle el trabajo a nadie, ni siquiera tomar una tierra que e es ajena, nunca deseo tener hijos mexicanos, no es una delincuente pero así la tratan: ese fue su destino.
El Sureste mexicano está plagado de Marías X, víctima y victimarias, mujeres sin oportunidades; seres humanos sin importar su nacionalidad, a fin de cuentas. Porque la condición humana no sabe de fronteras territoriales, se sufre lo mismo aquí que del otro lado de la línea cuando nadie quiere ver, ni escuchar ni sentir el lamento de las mujeres convertidas en madres solteras.
Una esperanza se teje en Chiapas con el Instituto Nacional de la Mujer y el Instituto de la Mujer en Tapachula donde próximamente podrán sumarse las organizaciones no gubernamentales para mezclar recursos públicos, privados y sociales en busca de nuevos espacios de oportunidad para este enorme contingente de madres solteras que buscan oportunidades de capacitación para el trabajo, empleo digno, asesoría jurídica, asistencia médica, apoyo psicológico, orientación familiar, apoyo para sus hijos.
La sociedad no puede permanecer indiferente a un fenómeno que existe y lacera las fibras más sensibles que son la niñez y el riesgo de que estos niños sean convertidos en futuros delincuentes.
Las leyes de protección a la mujer y a los niños existen en México y en el mundo esperando que alguien las haga una realidad y esa responsabilidad debemos compartirla todos juntos.
Otros esfuerzos apuntan hacia el apoyo a los niños de la calle como lo que organizan algunas damas de diversos municipios de la región después de haber vivido la experiencia de esta cruel realidad, desde la administración municipal donde cada una de ellas tuvo ocasión de colaborar.
El esfuerzo debe ser de todos, porque la sociedad es la suma de unos y otros.
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