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Los dulces sueños de un alvaradeño

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+ El recuerdo de “Patraca” y su hijo Taurino… 

+ Los merengues de doña Pilucha Vidaña… 

+ Cuando asaltábamos los cocales…

+ Tío Layo, Dimas Zamudio y Tobías Ruiz…

                               Ruperto Portela Alvarado. 

                                       Capitulo XIII.

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- La verdad, sí me llega al corazón y la memoria esos recuerdos que mis paisanos alvaradeños hacen de la historia mundana de los personajes y anécdotas del ayer; unos, un poco lejano y otros más cerca en el tiempo. Rememoré lo que escribieron sobre el señor al que le decían “Patraca” y que hasta ahora sé que su nombre de pila fue Felipe Mendoza Uscanga, al que también conocían como “La Carabina Mendoza”. Por qué esos sobrenombres, no lo sé, pero alguien me lo habrá de explicar cómo ha sucedido en otras ocasiones.

“Patraca” fue su nombre de batalla, pues muchos como yo, nunca supimos cuál era su nombre asentado en el acta de nacimiento. Lo recuerdo bien, aunque no soy de su barrio “El Tigrillo”. Era un hombre alto y fornido que al montar su burro las piernas le arrastraban al piso. También me acuerdo de su hijo Taurino, quien era muy parecido a don Felipe Mendoza Uscanga; alto y fortachón. Un muchacho amable y educado para su nivel académico. Quiero recordar aquel verso le hicieron a su señor padre: “Patraca vendió su burro; el Masero se lo compró, pero como estaba tan flaco, de inmediato lo regresó”. Otros dicen que la rima no es así, pero es mejor no escribirla. 

Don Felipe “Patraca” era el que hacía mandados y llevaba la carga a los domicilios en su burro y después en una carreta jalada por un caballo. Igual de fuerte y alto era su hijo Taurino quien además, también tuvo una carreta para el mismo servicio, de quien tenía entendido, había fallecido a causa de un tétano debido a una herida en el pie, aunque me dicen fue en el lado de la costilla. Pero en fin, lo importante es recordarlos y hacerlos visibles para que esta historia mundana de dos alvaradeños de su tiempo, sean conocidos por los jóvenes de ahora y sus vecinos del barrio por donde también vivió el famoso filósofo alvaradeño, Cesario Delgado, mejor conocido como “Sareo”.

Me quedó el buen sentimiento de que alguien recordara a doña Pilucha Vidaña, como yo lo había hecho antes en uno de mis artículos, haciéndole un homenaje a sus deliciosos dulces diciendo que: “cuando murió doña Pilucha, se acabó el merengue”. Claro que sí, ella hizo historia con sus famosos merengues de dos tapas (o no sé si todos sean así) que, dicho por muchos en Alvarado y allende las fronteras del municipio, eran de lo mejor. 

Quiero decirles que yo, como un ciudadano del mundo, que dicho en vulgo castellano quiere decir “un vago cualquiera”, también fui de la barriada de la calle 5 de Febrero donde vivía doña Pilucha; su esposo que le decían “Güicho Ceja (Luis Ramón, creo se llamaba) y sus hijos: GüichitoModesta “La Bella” que fueron mis compañeros en la escuela primaria “Benito Juárez”,  y Ángel Ramón Vidaña, el menor de la dinastía.

En ese tiempo, que serían a finales de 1960 a los 70s, visitaba mucho a mi ahora compadre, Manuel Rascón Arano “La Burra” y por supuesto a sus papás, Feliciano “Chanín” Rascón y su esposa doña Carmen Arano. Enfrente de ellos vivía doña Lucila Ramón, mamá de Guadalupe, con quienes hice una buena amistad que quiero refrendar desde este espacio y en el tiempo con quienes se nos adelantaron en el camino de la vida y eran vecinos de esa calle 5 de Febrero. 

No se me puede olvidar la amistad que he tenido con los hermanos de mi compadre Manuel, hijos de doña Carmen Arano y Chanín RascónCleotildeLiviaMarina con quien he tenido más acercamiento últimamente; Rogelio y José Ángel “Frijol”, quien lamentablemente falleció recientemente. 

         Hago referencia a la sincera amistad que tuve con doña Lucila Ramón, a pesar de ser una persona mayor que yo y de quien tuve su aprecio. Ahora me dicen falleció hace 14 años y yo no lo supe. Recuerdo también la amistad que he tenido con su hija Guadalupe, a quien tengo tantos años de no ver ni visitar, pero espero que la visite pronto. Por ahí conocí y aprecié mucho a doña Margarita Tapia, esposa de don Víctor Ramón, más conocido como “Illo” y también al hermano de ella que en la banda lo conocíamos como “El Pirrín”.

Hago referencia a “Illo” porque preparaba unos exquisitos cocteles de camarón y mariscos varios que le valieron ser uno de los mejores en este ramo, pues donde se pusiera lo iban a buscar sus clientes asiduos. Creo que también tuvo un hermano de nombre Ángel Ramón (Flores), quien si no me equivoco tuvo una cantina en el boulevard Juan Soto, junto donde fue el restaurante “El Chofi”, donde también vendía cócteles. En ese barrio de la calle 5 de Febrero también conocí a “Miguel Carmelo” Ramón, dueño de la tienda “El Rejuego” y a don Chon Aburto y sus hijos que se dedicaban al comercio de frutas y verduras. 

         Los recuerdos se agolpan y quiero revivirlos, estar en el barrio para saludar a cada una de estas amistades que todavía nos acompañan en el andar por el camino de la vida. Espero que así sea, pues hay historias que todavía tengo grabadas en mi memoria y que son parte de mí mismo. Para ellos y ellas, amistades grandes y sinceras, mi recuerdo y homenaje por siempre. 

         No se me puede olvidar que “Chanín Rascón” era carpintero y tenía su banco de trabajo en el callejón que daba de la calle 5 de Febrero hacia los dominios de mis tíos “Los Macajes”Ángel el panadero; Víctor “Bitoque” que era hojalatero; María Antonia que fuera esposa de Albino Zamudio Rosas “El Pollo Fino”ManuelSaritaCharito y Luisa la esposa de “Cachoa”,  de apellidos Lara Portela,  hijos de mi tía Sotera Portela

Todo esto viene también a colación por las aventuras que pasamos los integrantes del equipo “Los Melones Asoleados”, como nos bautizó Rolando Lara Valerio “La Facha”, por culpa de Ricardo Guillén “El Robalito”, quien en una carrera de varias vueltas a la manzana de la madero y galeana, casi se desmaya por insolación y tuvo que retirarse de la competencia, lo que nos valió nuestro apodo. 

         Pero el tema es que con ese “equipazo” de atletas que constituíamos mi compadre Manuel Rascón AranoUribe Cruz PachecoJosé María “Chema” Tiburcio “El Águila Descalza”José Sotero Silva Herrera y otros que se nos juntaban del barrio de Belén, íbamos a los cocales y robábamos los cocos. El que siempre asaltábamos era el de don Dimas Zamudio, al que llegábamos en una lancha que llenábamos de lo sustraído solo para regalarlos. 

         Los que siempre se subían a las palmas eran mi compadre Manuel y Uribe, con una destreza de monos que nadie los podía superar. Ya arriba de la palmera, encogollados, con los pies  golpeaban y desprendían los cocos, mientras nosotros abajo los recogíamos. Una vez llenamos una lancha y nos tuvimos que venir empujando la embarcación solo para regalar el producto de nuestras fechorías. Era maldad y adrenalina como ahora se llama.

         En otras ocasiones íbamos de pinta por toda la carretera hasta la curva de Chocotán y en el rancho “El Tecomate” que creo era de Tobías Ruiz, hacíamos lo mismo de cortar los cocos sin permiso previo del dueño. Ahí si disfrutábamos el agua y la fruta que tiene el coco, porque, como son muy pesados, si acaso, cada uno de nosotros traíamos dos o tres que cargábamos hasta la carretera, cuando no nos veníamos caminando. Algunas veces también lo hacíamos con las sandías que en esos terrenos se daban muy buenas y de buen tamaño. Pero era muy difícil cargarlas.

         Bien que anduvimos en esas aventuras por el rancho de don Dimas Zamudio y “El Tecomate” de don Tobías Ruiz, donde precisamente me subí a una palma de casi cuatro metros de alto, de la que, cuando me encogollé me agarraron las “Chichimecas” que son unas hormigas negras y cabezonas, que cuando te pican, inmediatamente te da calentura y fiebre. Fue por eso que me tiré de esa altura de la palma y pocas ganas me quedaron de subirme a otra. 

         A donde no recuerdo que hayamos ido a hacer nuestras travesuras fue al rancho de “Tío Layo”, un señor casi ermitaño que tenía su “Cocal”–que así se le conocía a su terreno— en la primera curva de la salida de Alvarado, a la bajada de donde ahora está la fábrica de hielo, de la entrada al Infonavit. Por cierto, enfrente del “Cocal” de “Tío Layo” estaba un pequeño rancho al que le llamaban “El Descanso”, propiedad de don David Ruiz, que era donde bajaban el ganado a reposar, comer y tomar agua.

         En ese entonces de mi juventud, habían muchos cocales y uno de ellos era el que tenía en Paso Nacional un señor de apellido Delfín, abuelo de mi amigo y compañero de preparatoria, Enrique Delfín “Tepache”. Este cocal estaba mero a la bajada del puente, por donde ahora está la iglesia. Claro, ahí no podíamos saquear los cocos porque estaba muy vigilado y a la vista de todos. 

         Donde sí nos dimos vida tirando cocos, tomando el agua a veces con ginebra, fue en el terreno de don Luis “La Osa” Norberto, el legendario personaje de barba blanca y de una corpulencia descomunal. Cuentan que una vez, a don “Luis la Osa” se le atrabancó el “macho”que montaba, y como no hacía ni para atrás ni para adelante, se bajó y le dio una trompada tan fuerte, que el animal cayó al suelo. Era tan impresionante la fuerza de don Luis Norberto, que siempre llamaba la atención a su paso montado en su mulo. 

         Quien se subía a las palmas para tirar los cocos en el terreno de don Luis “La Osa” era mi compadre Manuel Rascón Arano, que siempre fue muy ágil para este menester. Quienes  nos daban permiso para tirarlos eran sus hijas Odulfa y Rosabla “Chava” que vivía en esa casa ubicada a una distancia del parque deportivo “Miguel Alemán Valdez” en la calle Bravo, casi esquina con Rockefeller, frente al hotel “Aury”.

         He de recordar muy bien a don “Luis la Osa” y su familia, preferentemente a Odulfa y su hija Marianita, como también a Rosaura “Chava” y sus dos hijitos –entonces–, que a uno de piel blanca y ojos verdes, le decíamos “Kalimán”. Con ellas, su mamá doña Manuela y sus nietas Natividad “Naty” y Tomasita convivimos mucho mi compadre ManuelSotero Silva y yo. Para ellas mi recuerdo y aprecio, donde quiera que se encuentren. 

         Por supuesto que de los hijos de don Luis Norberto no debo olvidar a mi amigo Fortino, como a Francisco Norberto Fernández“Chico 23” que fue ampayer, vendía billetes de lotería y alucinaba cuando le gritaban “no hay sol”. Ahora sé también que doña Catalina Norberto Fernández, mamá de mi amiga y compañera de estudios de secundaria, Martha Eugenia Solano Norberto, esposa de mi primo AntonioToño” Rodríguez, es hija de don “Luis la Osa”. Datos que en el tiempo se nos pasan y no sabemos estando tan cerca de las personas. En esta familia hay que apuntar a la maestra Dolores “Lola” Norberto, quien siempre ha sido reconocida como una mujer extraordinaria y excelente educadora. 

         La historia mundana de Alvarado es muy larga y con muchos personajes y anécdotas que nunca vamos a terminar de contarla como ya lo están haciendo una gran cantidad de paisanos alvaradeños que conocen la vida, chisme y obras de sus vecinos, conocidos, familiares y amigos, de los que siempre hay algo que decir. Dejo para después otros datos, como dijera el clásico… 

Vaya un saludo desde Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, la tierra del pozol, el nucú, la papausa y la chincuya… 

Para contactarme: rupertoportela@gmail.com

Celular: 961 18 8 99 45.

MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN DE COLUMNISTAS CHIAPANECOS. A. C. 

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