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Locos de contento / La Feria

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Sr. López

 

Todos sacábamos la vuelta para no oír al tío Alfredo, porque según él era un genio incomprendido y decía que era inventor. Otra vez le cuento por qué vivió siempre de un trabajito mal pagado en el Palacio de Gobierno de Toluca, pero le doy un ejemplo: un día este menda lo escuchó, a sus tiernos 9 añitos de edad, explicar cómo hacer dos kilos de tortillas con un kilo de masa: haciéndolas de la mitad de diámetro. Era uno muy niñito, pero se daba cuenta: era menso, ni modo.

 

Los usos y costumbres, vicios y defectos que caracterizan nuestra política bufa, presentan cambios de grado, nunca de fondo, según quien ocupe La Silla. Somos una república federal pero la verdad es que somos centralistas y el presidencialismo lo  tenemos hasta el tuétano y lo entendemos como una variante sexenal de la monarquía absoluta, tolerada y hasta admirada a condición de que se nos respete primero, nuestra vocación colectiva por la simulación (sí, pero tantito; sí, pero no lo cuentes); y segundo, nuestro sacro derecho a la pataleta.

 

El viernes pasado la prensa nacional consignó de varias maneras la aprobación del Presupuesto de Egresos del gobierno federal para el próximo año. Un noruego (recién llegado), podría pensar que es la primera vez que un Presidente de México hace su soberana voluntad… y no, fíjese que no: el actual estilo de gobernar es la versión reciclada de nuestras más añejas y aceptadas tradiciones políticas cuyo origen no fue la época en que fuimos Nueva España, sino más para acá, en el siglo XIX con los liberales de todos tan queridos (fifís, ¡absténgase!).

 

Ya desde tiempos de Juárez, en esta tierra de hombres cabales (?), con la ley se hacen suertes charras. Ahí revise por su cuenta cómo se reelegía el Benemérito (se quedó de presidente 14 años, de enero de 1858 a julio de 1872)… y aprovechando, ya que estamos en austeridad republicana, cheque cuánto se pagaba de sueldo, digo, para aquilatar con mayor precisión a qué se refería el prócer, en su discurso del julio 2 de 1852, al hablar de la ‘honrosa medianía’ se los salarios que la ley asigna a los funcionarios, entendiendo que él era la ley, claro.

 

Luego llegó a la presidencia de la república otro liberal, don Porfirio Díaz (no lo nieguen, era liberal de tomo y lomo), que le agarró cariño a La Silla y se aplastó en ella de noviembre de 1876 a mayo de 1911 (con breves pausas, al principio). A este personaje debemos que nuestra política sea como la conocemos y que las leyes que no acomodan al mandón de turno, tengan un destino inevitable: un clavo junto al retrete (en cuadritos de 10 por 10 centímetros, aprox.).

 

El régimen priista del siglo XX, no fue sino la versión mejorada del porfirismo al añadir férreamente la no reelección, pero con ferviente apego a que hay un solo Poder, una sola voluntad y la impudicia como divisa de los políticos.

 

Ya deje de enojarse por nombramientos de funcionarios bailándose un zapateado jarocho en la ley, por maniobras para acotar a los órganos autónomos, intentar crear clientela electoral o aprobar el Presupuesto de Egresos echando mano de la vieja rutina del viaje en el tiempo (el reloj legislativo detiene a la Tierra), y el ingenioso truco del ‘cambio de sede’ que desconcierta tanto a los manifestantes, que nunca van a bloquear la sede alterna (!).

 

En fin, si tiene usted más de 40 de edad, no es posible que se sorprenda: nuestros políticos y legisladores, siempre han hecho charamusca las leyes para complacer el capricho presidencial (otra cosa es que en el actual circo, a los magos a veces se les cae  el conejo de la chistera o los trapecistas no cachan a la chamaca voladora… entienda están aprendiendo: Morena nunca creyó ganar, son los más sorprendidos; paciencia, ya le hallarán el modo… si les da tiempo).

 

Lo único nuevo (que deberíamos agradecer), es tener un Presidente locuaz y predicador de las virtudes cristianas: hace llevaderas las penas a condición de no tomarse como teatro serio un cuadro cómico. Si usted es de los que ven una cinta de Viruta y Capulina comparando con Laurence Olivier en Hamlet, tiene ganas de sufrir: sainete es sainete; si no le gusta, no vea tele.  

 

Pero, para que no se ande preocupando de más, haga el favor de recapacitar en que el Presupuesto de Egresos aprobado, ratifica que este gobierno es neoliberal puro, ortodoxo y hasta más riguroso que el anterior, dejando a la inversión privada el papel determinante del crecimiento del empleo, con la inversión pública solo como complementaria, sin ningún carácter decisivo respecto del crecimiento ni generación de bienestar.

 

Por eso el viernes mismo echó cuetes el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF), en la conferencia que salieron a dar en la Cumbre de Negocios de ellos mismos, destacando (todos sonrisas) que el gobierno federal sigue comprometido con mantener un superávit primario, no incrementar los impuestos, austeridad y bajo gasto público: “Eso es una gran señal, un gran avance y además de que hubo bloqueos y obstáculos para que sesionara, se logró coordinar y se implementaron sedes alternas para poder lograr este objetivo, eso es aplaudible y hay que destacarlo”, dijo Fernando López Macari, presidente nacional del IMEF (este señor debe ser fifí, conservador: ¡fuchi, guácala!).

 

Lástima que se estén pasando de rosca y más lástima que ese presupuesto sea el único boleto de la rifa de dolorón de cabeza con dislocamiento de cuello. Las instituciones y organismos financieros internacionales desde 2017 cuando menos, recomiendan impulsar la inversión pública y direccionarla a los proyectos de inversión estratégicos y rentables para impulsar el crecimiento económico de largo plazo (ahí revise usted por su cuenta el documentoEvolución del Gasto de Inversión Pública en México 2010-2019’, del 31de mayo de este año, elaborado por el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas… de la Cámara de Diputados).

 

Y en Palacio Nacional creyendo que vamos muy bien en lugar de a una grave crisis, andan locos de contento.

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