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Libertad de manchar / La Feria

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Sr. López

 

Pisando muy quedito entra este López al tema de esta Feria… casi con miedo.

 

La madrugada de este lunes 1 de abril, el músico Armando Vega Gil, se suicidó, después de publicar en tuiter una carta en la que niega haber abusado y acosado  sexualmente a una jovencita de 13 años de edad, quien por ese medio lo acusó anónimamente. La carta es estremecedora. La anónima acusación se publicó en el  hashtag del movimiento #MeTooMúsicosMexicanos.

 

La respuesta del movimiento es que este suicidio es un intento de censura y que “Ahora más que nunca, seguimos en apoyo a las víctimas y también a las que aún no se atreven a alzar la voz”.

 

Antes que nada: el abuso y acoso sexual, en especial contra menores de edad, es una vileza. Nada justifica semejante conducta. Nunca.

 

Calificar de “intento de censura” el suicidio de una persona, acusada anónimamente, es también una vileza, sin paliativos. Publicar denuncias anónimas es una vileza, sin atenuantes.

 

Está fuera de discusión que los sujetos culpables de abusar y acosar sexualmente a otros, deben ser presentados ante la ley para recibir la severa sentencia que les corresponde. Cualquier persona en sus cabales supone uno, coincide en esto.

 

#MeToo inició el 5 octubre de 2017, cuando “The New York Times” (reportaje de Jodi Kantor y Megan Twohey), publicó: “Harvey Weinstein compró el silencio de mujeres acosadas sexualmente durante décadas”.

 

Weinstein es un poderoso productor de cine en los EUA. Al parecer todo el ambiente del cine de ese país sabía de su hábito de abusar de las jóvenes que deseaban tener un futuro en esa industria. Ha sido denunciado por 80 mujeres, está siendo juzgado por dos casos. Si es culpable: siete hogueras… si es culpable, cosa que no sabemos.

 

Ya desde el 2006, Tarana Burke (actriz de ese mismo país), había dado inicio a la campaña de denuncia “Mee Too”; pero no fue sino hasta que explotó lo del Weinstein, cuando otra persona del ambiente cinematográfico y musical estadounidense, Alyssa Milano, consiguió hacer viral el  #MeToo, obteniendo 200 mil retuits, para el 15 de octubre de 2017, y para el día siguiente, ya eran 500 mil; y en Facebook, en las primeras 24 horas, fue usado por 4.7 millones de gentes y tuvo 12 millones de “entradas”. Epidémico, viral como se dice ahora.

 

Y los denunciantes son mujeres y hombres. Hoy, #MeToo está presente y actuante en 85 países al menos. No hay ambiente de trabajo ajeno a las denuncias: cine, música, danza, ciencias, academia y política. Pero es interesante que sean denuncias de famosos (o relacionados con famosos), contra famosos; y más interesante que los medios de comunicación propalen asuntos a veces con decenas de años de supuestamente haber sucedido.

 

En México Carmen Aristegui, en su programa de CNN, invitó a mujeres para hablar del acoso sexual; la actriz Karla Souza denunció haber sido violada por un director, sin decir quién; Televisa despidió de su trabajo a Gustavo Loza “por las declaraciones de Souza”, quien aceptó su relación consensuada con la actriz. Su exesposa y varios amigos lo defendieron y varios medios publicaron fotos y videos del señor Loza y la señora Souza en actitudes cariñosas, y una entrevista de la actriz en la que acepta haber aprovechado la atracción que por ella sentían los productores para obtener papeles. También Sabina Berman contó que el director de “casting” de la película Gloria pidió a las niñas que se desnudaran a cambio de obtener un papel; tuvo que retractarse, denunció a la persona equivocada. La cómica Sofía Niño de Rivera, en el programa de la señora Aristegui,  denunció al periodista Ricardo Rocha por acoso, nomás que Rocha salió respondón, lo negó y cuestionó públicamente a Aristegui por la transmisión de la entrevista. En México, para no variar, las acusaciones han sido a la ligera, con resultados devastadores para los involucrados.

 

Los relativos positivos resultados obtenidos por el movimiento #MeToo, juegan en contra de los legítimos intereses de las víctimas, pero refuerzan un inapropiado papel de los medios masivos de comunicación, como tribunales ante los que no hay apelación posible. El medio se escuda en el dicho de cierta persona y le basta: está publicando lo que sí dijo alguien. En cambio en las redes sociales, ni eso es necesario: se pueden publicar acusaciones anónimas. Fue el caso el señor Vega, quien se suicidó ante la realidad incuestionable de que la mancha quedaría por siempre: ¿cómo se defiende uno contra un anónimo?

 

Lo menos que podría esperarse de los medios de comunicación: prensa impresa, radial, televisada o digital, sería una actitud de ética profesional más seriecita: no publicar dichos y mucho menos cuando se trate de asuntos supuestamente sucedidos hace decenios.

 

La tragedia sufrida por las personas que han padecido acoso y abuso sexual, merece la atención de la autoridad. Pero de la misma manera, merece atención judicial la acusación en falso. Respecto de nuestro país, con centenares de miles de asesinatos por aclarar, parece que falta mucho para que nuestros ministerios públicos tengan tiempo disponible para esto. Y es muy triste, porque es muy cierto: hay abuso, hay acoso y hay empresas que lo saben y lo toleran.

 

Una soprano italiana cuyo nombre se reserva el del teclado, le contó cómo se obtenían los principales papeles en la ópera de Roma: -Primero cantar bien y luego, a la cama –así lo dijo y agregó algo que escandalizó a este menda: -Y no me quejo porque era mi opción, ser famosa o ser decente… elegí la fama.

 

Triste cuando es cierto, peor cuando es calumnia. Pero ha de decirse: #MeToo se ha choteado, como decimos acá. De a poquitos va perdiendo eficacia.

 

Pero cuando se entera uno que alguien prefirió suicidarse a enfrentar el escarnio público, pasa a tragedia, y cuando esa tragedia no cimbra cuando menos a algunos que forman parte del movimiento y lo califican de intento de censura, estamos ya ante una actitud cínica. No, no todo se vale. Libertad de expresión y denuncia no es libertad de manchar.

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