Juan Carlos Cal y Mayor
No habían pasado tres días del fallido atentado en contra del periodista Ciro Gómez Leyva, cuando el presidente arremetió de nuevo en su contra llamándolo “vocero del conservadurismo”. Insinuó además que podría tratarse de un intento para desestabilizar a su gobierno. Se ha blindado aludiendo que esa hipótesis no está descartada.
Contrario a suponer que matizaría sus críticas hacia la prensa para atemperar el clima de zozobra y linchamientos verbales, no ha modificado ni un ápice su postura de estigmatizar a sus críticos a los que considera moralmente deshonestos. Alega en su favor que ejerce su derecho de réplica, no para precisar, desmentir, sino para contratacar. Ha afirmado que el 99% de los opinadores está en su contra.
El ejercicio dista mucho de ser democrático. No esclarece, no informa. Defiende a mansalva sus designios que considera infalibles e inequívocos. “Errar es de humanos” ha dicho, pero no se ve que sea capaz de rectificar o enmendar en nada. Parece que no alcanza a dimensionar el peso de sus palabras viniendo de la máxima autoridad en nuestro país, de un jefe de estado que ejerce el poder a discreción.
Olvida que protestó cumplir y hacer cumplir la constitución que reza en sus primeros párrafos que todas las personas gozan de los derechos humanos, así como de las garantías para su protección, cuyo ejercicio no puede restringirse ni suspenderse. Nuestra carta magna prohíbe toda forma de discriminación, entre ellas la condición social sin hacer distingos. La de Fifí o conservador es una categorización que violenta este enunciado. No se pueden restringir las opiniones o cualquier otra acción que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.
Por su parte la ley federal para prevenir y eliminar la discriminación señala como tal toda distinción, exclusión o restricción basada en la condición social o económica, las opiniones o cualquier otra que tenga por efecto impedir o anular su reconocimiento. La ley prohíbe expresamente ofender o ridiculizar a través de mensajes e imágenes en los medios de comunicación, incitar al odio, rechazo, burla, difamación, injuria o la exclusión.
No existe un precedente en toda la historia de nuestro país en que un presidente haya dedicado sistemáticamente su tiempo a denigrar a sus opositores ya sean ciudadanos, políticos o periodistas. La consecuencia es que vivimos un clima de crispación y polarización que no nos va llevar a nada bueno. El atentado contra Ciro Gómez Leyva eleva el nivel de riesgo donde más allá de las culpas deja en evidencia la vulnerabilidad a que están expuestos no solo los ciudadanos comunes sino las figuras públicas.
Ya sea orquestada por intereses oscuros, de matones, sicarios o se trate de un simple sociópata no podemos tratar con frivolidad la gravedad del asunto. Hay que tomárselo muy en serio, instalar una tregua. Centrarnos en civilizar la discusión para evitar toda forma de incitación al odio que pueda derivar en violencia. Solo qué a decir del propio presidente, eso no va suceder.
La violencia ocurre cuando una persona o un grupo se impone y hace daño intencional a otros. No hace falta golpear: las palabras también pueden resultar sumamente violentas y ofensivas. Para lograr la armonía entre todos hay que dejar a un lado la violencia y comenzar a sentir empatía por los demás. John Frederick Boyes nos dice que “La violencia en la voz es a menudo la muerte de la razón en la garganta”.