Sr. López
Tía Beatriz era la líder autodesignada en cuestiones de moral y buenas costumbres de la familia materno-toluqueña de este menda y se especializaba en deshacer prestigios. Tía Victoria su prima, a pesar de que se repasó a buena parte de la población masculina de su época (con la discreción posible, cuando de tumultos de alcoba se trata), estaba exenta de sus andanadas pues era la lengua más temida de Toluca. Sin embargo, en una sobremesa le ganó a tía Beatriz su necesidad de darse ínfulas y mirando maligna a su prima, soltó que era una pena que hubiera en la familia quien con su conducta le daba mala fama, y tía Victoria de bote pronto, contestó: -¡Nooo, Beatriz, nooo!, en toda familia hay güilas, pillos, vagos y algún maricón, pero la mala fama la dan ustedes, los buenos, que nomás de nosotros hablan –enmudeció el palenque.
Hace mucho le comenté que México no es lo que son sus políticos tramposos (sí, hay, créale a su texto servidor), ni los gobernantes venales (lamento abollar su candor); cuantimenos los criminales. La nación son millones y millones de personas que cada día le cumplen a la vida. Es tan abrumadoramente común lo bueno, que lo malo es noticia: sería muy alarmante que la nota principal de la prensa fuera un gobernante que hizo bien su chamba, una mamá que dio pecho, un papá que se deslomó trabajando o que un policía no asaltó a una viejita. Preocúpese el día que lo bueno sea noticia.
Sin embargo de eso, actualmente en México es innegable que hay un desencanto creciente que alcanza cotas de indignación, respecto del actual gobierno federal personificado por el Presidente de la república.
Se entiende que el encono esté dirigido especialmente a él, porque durante más de 12 años señaló enérgicamente los errores gubernamentales y las carencias de la población, ofreciendo para todo soluciones sencillas de entender y según decía, fáciles de aplicar: por ejemplo, la corrupción terminaría el mismo día que asumiera la presidencia.
El país le entregó el poder federal con más votos que a ningún otro, confiando en que sabía qué hacer y cómo hacerlo. A poco de iniciar su quinto año en el cargo… todo se derrumbó. Ahora el repudio es del tamaño de la esperanza que sembró. Y el juicio de la raza es callado mientras están en el poder los del poder y luego, implacable.
El propio Presidente estableció qué determinaría el éxito o fracaso de su gestión: la seguridad pública:
“Tengo confianza en que vamos a pacificar el país, es un desafío, una convicción, si no terminamos de pacificar a México, por más que se haya hecho no vamos a poder acreditar históricamente a nuestro gobierno, es un desafío hasta político porque nuestros adversarios se frotan las manos”.
Y no le recuerdo por ser rudeza innecesaria que en la 75 sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, el 22 septiembre 2020, el Presidente afirmó: “(…) México avanza con pasos de gigante hacia la cuarta transformación de su vida pública”. Pues sería cosa de checar en google cuánto mide un gigante, porque el que nos tocó resultó chiquito.
O tal vez no sea chiquito nuestro gigante sino ingenuo rondando con lo que rima con azulejo. Mire usted que creerse el informe que presentó el 18 de agosto pasado, Alejandro Encinas, presidente de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa. Es que todo tiene límites.
No hay que meterse en honduras para dudar de entrada del dichoso informe que no creen los padres de los normalistas desaparecidos, ni el Grupo Internacional de Expertos Independientes, ni el New York Times (después de las cándidas declaraciones de don Encinas). Así a volapié, don Encinas afirmó en su informe que podía asegurar que fue un crimen de Estado y que con excepción de Peña Nieto están involucrados funcionarios de todos los sectores, militar, municipal y estatal. Y para que nos quedara claro a todos los del peladaje, lo profundo de sus investigaciones, informó que se sustentaba en 87 millones de registros telefónicos con los que complementó los 41 mil 168 documentos que fueron aportados por la Administración Pública Federal y otros órganos del Estado.
A todo dar, nada más que si de verdad analizaron 87 millones de registros telefónicos, haga la cuenta: si en un alarde de eficacia forense les hubiera tomado solamente quince minutos clasificar, analizar, confirmar o desechar, resumir y reportar resultados de cada uno de los ‘registros’, serían 1,305 millones de minutos, o sea: 21 millones 750 mil horas… 906,250 días… dos mil 482 años. Claro que bien puede don Encinas haber tenido a su disposición a miles de agentes investigadores especializados en cibernética y análisis de telefonazos… sí, seguro. Hay que creerle.
Y lo triste es ver que el mero Presidente tiene que salir a poner su carota para defender a don Encinas, que sí ha de ser incorruptible, pero para investigar es una birria. Si solo hablaran menos, cuántas se ahorrarían.
Lo que por nuestro lado debemos evitar a toda costa, es que se nos meta la idea de que el despelote del gobierno es la realidad nacional: no es cierto.
El país es otra cosa. Le recomiendo la lectura de “México avanza”, de Gabriel Zaid (mayo 28 de 2012, san Google se lo pone), que con buen tino nos recuerda, por ejemplo, que “se ha vuelto normal que Le Monde comente libros mexicanos traducidos al francés (…) Mario Molina obtuvo el premio Nobel, como antes Octavio Paz y Alfonso García Robles. José Emilio Pacheco obtuvo el premio Cervantes, como antes Octavio Paz, Carlos Fuentes y Sergio Pitol (…) Agustín Carstens fue candidato a dirigir el FMI, Julio Frenk la OMS. Alicia Bárcena encabeza la CEPAL, José Ángel Gurría la OCDE y Roberto Kobeh González la OACI, como Jaime Torres Bodet encabezó la UNESCO, Antonio Ortiz Mena el BID y Mauricio de Maria y Campos la ONUDI”. Aparte, está la robusta vida cultural del país. Muy robusta.
Bueno… nomás para que quede claro, México no es su gobierno, sino que éste viene a resultar que es un gobierno-lastre.