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Fanatismo / A Estribor

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Juan Carlos Cal y Mayor

Mientras que multitudes ataviadas con uniformes diseñados por Hugo Boss aclamaban a Adolfo Hitler en estadios llenos y fastuosos desfiles militares, un grupo de jovenes de la Universidad de Munich liderados por Hans y Sophie Scholl, distribuía panfletos contra el regimen nazi. Se hacían llamar la Rosa Blanca, un grupo no violento de la resistencia alemana contra el nazismo. No todos estuvieron de acuerdo con una ideología que lobotimizaba la conciencia colectiva con propaganda, proclamaba la superioridad de la raza aria, el odio a los judios y el nacionalismo. Fueron sorprendidos por la Gestapo repartiendo panfletos, juzgados sumariamente y guillotinados. Fritz Gerlich fue un periodista convertido en uno de los principales críticos de Adolf Hitler. Tras el ascenso al poder de los nazis fue detenido, y sería finalmente asesinado durante la «noche de los cuchillos largos».

EL PELIGRO

Eso ya es historia pero ahora parecemos no advertir el peligro que representa el fanatismo y la intolerancia con que se confrontan los seguidores o críticos más conspicuos del populismo imperante. Debería preocuparnos. No es propiamente la polarización, ni el fomento del odio por cuestiones raciales, clasistas o presuntamente nacionalistas, sino una narrativa que considera a los cítricos y a los opositores traidores a la patria.

REVUELTAS

Cierto es que persisten razones, vicios sociales y desigualdades que alimentan el resentimiento. Es una realidad. Eso ha sido el caldo de cultivo de revoluciones y revueltas a lo largo de la historia. Sin esos enconos no hubiese triunfado la revolución rusa, la francesa, la maoista, la cubana o la mexicana, ni tampoco los movimientos independentistas. Sucedió con el apartheid en Sudáfrica y en la India, solo que las consecuencias han sido distintas. No son equiparables. Unas evolutivas, otras involutivas.

Al asesinato del Zar Nicolas II, se impuso un regimen de terror con Lenin y Stalin que costó la vida de millones de personas víctimas de la persecución, el sometimiento y la opresión políticas. Lo mismo sucedió con el régimen comunista de Mao Tse Tung que desató la furia popular contra millones de personas alentada por el líder comunista. Las medidas populistas, el culto a la personalidad, un venerado líder, provocaron una hambruna que acabó con la vida de al menos 15 millones de personas. En ambos casos la pobreza hizo presa del pueblo por el fracaso de los modelos socialista y comunista cuyos resabios autoritarios aún persisten a pesar de la apertura económica.

La de Cuba es otra historia. Se trataba de derrocar al dictador Fulgencio Batista para tener democracia aunque después en los hechos se ha transformó en una dictadura hambreadora y violatoria de los derechos humanos que persiste hasta nuestros días. A pesar de ello la “revolución” sigue siendo objeto de culto y devoción por quienes se dicen de izquierda en toda América Latina.

De la revolución francesa surgieron muchas de las ideas cuyo legado fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos, piedra angular de la Organización de las Naciones Unidas. Es decir que, sus consecuencias influyeron de manera determinante en el mundo. Mahatma Ghandi logró independizar a su país con la doctrina de la no violencia. No fomentó el odio sino la tolerancia racial, política y religiosa. De igual manera Nelson Mandela fue electo presidente y tras 27 de años de cárcel por sus ideas políticas en contra del apharteid logrando la convivencia entre negros y blancos iniciada por el entonces presidente Frederik De Klerk.

La historia de la revolución mexicana es diferente. Un presidente de muy avanzada edad, con muchos años en el poder, Porfirio Díaz, cuya eventual sucesión dio pie y consistencia al movimiento antirreeleccionista de Madero. Causa distinta a los levantamientos zapatista y villista. Nada de que la represión en Cananea y Rio Blanco, eso es un mito. Había condiciones para una levantisca, eso sí, porque México no había logrado un progreso que permeara a toda la población. Ofrecieron justica social y así seguimos ahora con un PRI setentero reeditado en la 4t. De la disputa por el poder surgió la idea de institucionalizar la revolución con la creación de un partido que duró 70 años gobernando. La paz social, el relevo sucesivo del poder, permitieron cierta bonanza, la creación de instituciones y una reforma política que otorgó de manera plural representación a las minorías.

CAUDILLOS

En la independencia se alimentó el odio contra los españoles peninsulares, los venidos de España, pero la promovieron sus descendientes criollos y mestizos, no los indígenas oprimidos. Solo que en 200 años de historia no habíamos vivido algo similar a lo que está pasando ahora. El PRI fue hegemónico en el siglo XX, en el XIX prevaleció el caudillismo. Santa Anna, Juárez, Díaz, luego Calles y Cárdenas, liderazgos fuertes, pero no regímenes de culto ni adoración al líder más propios del fascismo. Nada como Hitler o Mussolini.

FANATISMO

Lo que observamos hoy es precisamente ese fenómeno. El canto de las sirenas, una fe ciega y hasta irracional como si se tratara de un embelezador cual flautista de Hamelin. ¿Hasta qué punto es cierto? No lo sabemos. Pero al menos en la narrativa, en la propaganda gubernamental, en la discusión pública, en los discursos y los debates políticos es lo que se puede apreciar. No estamos lejos de las multitudes aglutinadas y enardecidas en torno a Hitler o Mussolini, aunque no deja de ser política ficción, un simulacro mediático montado con la movilización y el acarreo.

Lo grave no es solo la polarización tan propia ahora de nuestras democracias, las diferencias irreconciliables o la ideologización. Mientras persista la democracia se vale. Lo que preocupa es la intolerancia contra los propios disidentes, contra los que se atreven a pensar distinto o diferir, dentro del propio régimen. Los redentores de ser admirados pasan a ser odiados y perseguidos. Lo que hay que recordar es que esas historias nunca terminan bien. Gadafi, Hussein, Ceausescu, el propio Hitler y Mussolini, pasaron de la gloria a la triste desmemoria.

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