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EL TRIUNFO DEL NIÑO

EL TRIUNFO DEL NIÑO
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Tuvieron que pasar varias generaciones para que triunfara el niño. Recuerdo a mi abuela dibujando sobre tela, para luego pintar flores y pájaros coloridos que adornaban sus sábanas y las fundas de sus almohadas. Son manualidades que se enseñaron en la escuela, me decía ella, la profesora.
Y luego llegaba yo al salón de clase y veía a mi padre usar gises de colores para dibujar de memoria las células vegetal o animal y poder dar su clase. Yo admiraba a mi padre. Son ilustraciones para apoyarme en la clase, me decía el profesor, mi profesor, mi progenitor.
Y es que en la familia o eran doctores o profesores. Mi bisabuelo, Juan Jaime Domínguez Ortega fundó una escuela nocturna para trabajadores, que hoy es una secundaria, allá por la “curva del plátano”, en la ciudad de los vendavales, mi pueblo.
Mi padre estudió tres semestres de medicina y tuvo que renunciar para cursar el magisterio porque no pudo sostener su carrera. Circunstancias de la pobreza.
Pero a veces creo que fue la segunda renuncia a lo que quizo ser, a lo que le hubiera gustado dedicarse.
Regreso a mis recuerdos y veo a mi abuela y a mi padre dedicar tiempo a dibujar ¿les hubiera gustado consagrarse a eso?
Mi progenitor era feliz pintando los escenarios de varios metros de dimensión que cada años se usaban en las ceremonias de clausuras de cursos en la secundaria. La pantalla del cine más grande de Arriaga, el Tropical se volvía un mural de mi padre y de varios niños ayudantes. Yo, entre ellos.
Finalmente, luego de dos generaciones, yo, el más pequeño e inutil de cinco de los hermanos Alfaro, se dedicó al placer de dibujar por horas, por días, por años.
Con el tiempo, pasé de encontrar figuras en el techo para trazarlas en mis cuadernos a entregar cartones políticos a diarios de Chiapas, el sureste y la Ciudad de México. Y por eso me pagan.
Como diría el tuitero José Meyer Ibarra: De morro me regañaban en la escuela por dibujar. Hoy me pagan por eso. Mi niño interno resistió y venció, ¡perros!
Por mi abuela, por mi padre, quisiera gritar que el niño que albergaron triunfó a la tercera generación. No necesariamente por calidad, pero si por terquedad y por lograr vivir de ilustrar.

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