Sr. López
Tía Tomasa era un cetáceo con pies, gigantesca y con bigotes. Tío Hermilo era normal. Eran de los de Autlán. Ella siempre decía que en su casa mandaba su marido, como le enseñó su mamá; y el buen tío, con sentido del humor, decía que sí, siempre y cuando él ordenara lo que ella quería. Eran felices.
En la temida recta final del presente gobierno federal, pudiera no ser una imprudente anticipación, revisar cuáles han sido sus características, lo que sintetice cómo y para qué, se ejerció el poder.
Pasa desapercibido que en este gobierno, no ha habido gabinete. Obviamente hay secretarios de Estado, pero son desconocidos para la gente, con excepción de uno, el de Defensa -y el subsecretario López Gatell, de triste memoria-, a resultas del monopolio de la palabra y la imagen que desde el primer día impuso el Presidente de la república, con sus diarias mañaneras y sus giras de fin de semana. Agobiador.
Él y solo él, es quien día a día, opina de todo, lo califica y además da instrucciones públicas a sus subordinados. Y quien de todo opina, mucho se equivoca, más aún cuando no acepta nada que lo contradiga aunque se trate de datos duros del propio gobierno, recurriendo a la treta mendaz de alegar que él tiene “otros datos”, frase que ya forma parte del arsenal humorístico nacional.
Como sea, a este menda le parece que la primera nota distintiva de este gobierno, es que pretendió imponer desde antes del inicio de su periodo, dogmas y verdades predeterminadas, no discutibles y definitivas. So pena de ser etiquetado como traidor.
Para empezar, la supuesta obvia necesidad nunca consultada con nadie, de transformar al país mediante una “revolución pacífica”, sin explicar los alcances de tan comprometedor planteamiento que da para todo, desde reformas constitucionales hasta atropellos a la legalidad y la convivencia nacional. Transformación que con un mínimo de rigor político y decencia, se debería explicar cuando menos ante el Congreso de la Unión, definiendo qué se propone transformar, para qué y cómo, a menos que la intención haya sido imponerla a su gusto y por sus calzones.
Sin embargo ya en pleno quinto año de gobierno, a 16 y medio meses de entregar el cargo, la transformación nacional es un algo que sólo conoce el Presidente -supone uno- y la pregona como ‘ultima ratio Regum’ (no ‘regnum’), ese ‘último argumento del Rey’, leyenda que mandó grabar en la boca de sus cañones Luis XIV, el Rey Sol, el más absoluto de los monarcas de Francia, que así contestaba a los que no se doblegaban. Igual, este nuestro Presidente en funciones, cuando de justificar sus dichos y hechos se trata, cuando la evidencia manifiesta sus desatinos, repite una y otra vez, que estamos en un proceso de transformación, en una ‘revolución pacífica’, expresión esta última de amargo regusto, con el país en llamas, empapado en sangre, bajo la ley de un bandolerismo que campea por sus fueros en amplias regiones del territorio.
Aparte de eso, tal vez la característica, el sello de la casa de este gobierno, sea que el Presidente no distingue entre propósitos y proyectos, como se desprende de sus compromisos al asumir el cargo. Propósito es intención, deseo, aspiración, en tanto que proyecto implica la determinación de objetivos, acompañada de la planeación para obtenerlos.
Así es que tantas y tantas cosas de este gobierno aparentan ser ocurrencias, puntadas, improvisaciones… lo son. A este gobierno le ha faltado siempre determinar objetivos, hacerlos públicos y elaborar planes concretos para su consecución. Por eso el batidillo de sus proyectos de infraestructura, todos fracasos anunciados, todos iniciados sin proyecto ni permisos, cada uno un barril sin fondo de recursos; también por eso el escandaloso descalabro del sector salud en el que se canceló el Seguro Popular, se impuso el Insabi y hoy el IMSS Bienestar, improvisando soluciones a lo que no se planeó, no se organizó ni se previeron las consecuencias. Y por sobre todos, el naufragio del dogma de “abrazos no balazos”, dejando arrumbada la oferta de recuperar la seguridad pública que, esto sí, el mismo Presidente definió que sin eso no habría “transformación”. Bueno, no hubo. Punto.
Y junto con la falta de planeación del Presidente, bien asistido por los miembros de su gabinete y todas las voces autorizadas, aún si fueran divergentes a sus propósitos, cada vez es más evidente que no tiene capacidad de anticipación de consecuencias para prever efectos, desviaciones, daños a la sociedad, la economía y la naturaleza que según afirma, solo la defienden pseudoambientalistas, empeñados en descarrilar sus proyectos que son propósitos, ahí que alguien le explique.
Otra característica terrible de este gobierno, de este Presidente, es su muy destacada falta de empatía, su carencia de sensibilidad, ante el muy alto precio humano que implican sus decisiones. Deje usted de lado el abandono del campo, olvídese de los reclamos de las mujeres, del aumento de millones en pobreza, nada vale ante el solo caso de los niños con cáncer, sin los medicamentos que necesitan para vivir o cuando menos para que sus padres, al enterrarlos, tengan el trágico consuelo de saber que se hizo todo lo posible, en vez de escuchar a su Presidente decirles que al protestar por la carencia de medicinas, son unos manipulados por sus adversarios. Si hay un punto de no retorno en la bajeza, es este.
Así es que de día en día, creció la beligerancia del Presidente que no imaginó nunca que cómo él veía a los presidentes, todopoderosos y absolutos, era una fantasía. Por eso su permanente pugna con la prensa, los intelectuales, los órganos autónomos, por eso su creciente conflicto con el Poder Judicial, con la Suprema Corte que para su inmensa sorpresa puede declarar y declara la invalidez de lo que él creyó conseguir mangoneado legisladores.
A ver que nos falta ver. No vaya a ser como el otro Luis, el XV, cuando ante el desastre de su gobierno, dijo ‘aprés moi, le déluge’, “después de mí, el diluvio”.