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El desaire / A Estribor

El desaire / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

Un gesto que lo dice todo. En un principio, el escándalo por la distracción de los principales actores políticos de Morena cuando la presidenta Claudia Sheinbaum pasó inadvertida a sus espaldas me pareció un asunto menor y meramente anecdótico. Se trataba, después de todo, de un instante en un evento multitudinario donde el hijo del expresidente, los líderes de las cámaras y la presidenta del partido estaban absortos en su propio mundo con las selfies. Demasiado distraidos cuando ya la presidenta había entrado en escena. Con el paso de los días, el incidente ha adquirido un significado más profundo, revelando grietas en la estructura del oficialismo que, aunque maquilladas por discursos de unidad, resultan difíciles de ignorar.

La semiótica del poder

La semiótica, esa disciplina que estudia la interpretación de los signos y símbolos, nos ayuda a descifrar el mensaje implícito en la conducta de los líderes de Morena. La diferencia entre el trato que daban a López Obrador y el que ahora muestran hacia Sheinbaum es evidente. Con el primero, la devoción era absoluta, cada uno de sus gestos y palabras eran recibidos con un respeto casi reverencial. Con ella, en cambio, la indiferencia es cada vez más notoria. Si el expresidente hubiera estado en el evento del domingo, los líderes de Morena habrían permanecido atentos, casi ávidos de su mirada o su aprobación. Con Sheinbaum, no fue así.

Una reforma enterrada en el tiempo

Pero este no es el único desaire que ha sufrido la presidenta aunque solo sea simbólico. El episodio más contundente fue la reforma contra el nepotismo, una de sus primeras iniciativas importantes y de las que habló con frugalidad como una necesidad para evitar una costumbre arraigada en nuestro país y que Morena ha llevado al exceso. El caso más patético fue el de Salgado Macedonio quien impuso a su hija como gobernadora de Guerrero y ahora planea suceder. Los legisladores de Morena desairaron la iniciativa de la presidenta, puesto que la modificaron a conveniencia, posponiendo su entrada en vigor hasta el año 2030. O sea si, pero no. Es decir, la enterraron en el largo plazo. Este acto fue interpretado como un claro desafío a su autoridad y dejó entrever la resistencia interna a cualquier intento de reformar las viejas prácticas arraigadas ahora en el partido en el poder.

Una unidad que no convence

A pesar de que el evento del domingo tenía como objetivo mostrar unidad, lo cierto es que el mensaje que se proyectó fue el contrario. No se trata de un simple desliz en el protocolo, sino de un síntoma de algo más profundo: la falta de cohesión real en el grupo político que gobierna el país. En la realidad, la presidenta no necesita que Morena le reafirme su respaldo, porque lo que está en juego va mucho más allá de la dinámica interna del partido. Todos los mexicanos queremos que le vaya bien en su negociación con Trump, porque de ello depende en gran medida la estabilidad económica del país. Hay millones de empleos en riesgo y nubarrones que amenazan con una recesión con un país más endeudado, con deficit presupuestal, con un alto costo en los programas sociales y con empresas estatales en quiebra financiera. Ante ello, la actitud de los líderes morenistas revela que su prioridad no es fortalecer su liderazgo, sino mantener sus propias cuotas de poder.

La traición

No es la primera vez que desde se le imponen decisiones a la presidenta sin su visto bueno. Basta recordar lo ocurrido en la contienda por la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Sheinbaum -ya presidenta electa- respaldaba a Omar García Harfuch, quien llevaba una ventaja de 16 puntos sobre Clara Brugada, pero en la cúpula del partido se decidió otra cosa. La mano oculta de Amlo se hizo notar. La cargada política se inclinó por Brugada, enviando un mensaje claro: la última palabra no la tenía la presidenta.

El dilema de Sheinbaum

Ahora, la situación se complica aún más con las recientes acusaciones que desde Estados Unidos señalan a políticos de Morena por posibles vínculos con el crimen organizado incluyendo al propio expresidente cuyo paradero, por cierto, se desconoce porque en Palenque no está. Ante ese escenario, Sheinbaum enfrenta su prueba más difícil. Si Trump no se sale con la suya y decide imponernos aranceles, el escenario se le va complicar a la presidenta. La cuestión es si permitirá que las investigaciones lleguen a fondo, aunque ello implique exponer las redes de corrupción que podrían alcanzar a personajes clave del partido o cederá ante las presiones internas para proteger a ciertos actores políticos.

El golpe sobre la mesa

El desafío no es menor. Hasta ahora, la presidenta ha evitado confrontaciones directas con la vieja guardia morenista, pero la pregunta es hasta cuándo podrá seguir tolerando que cada quien haga lo que se le antoje. En algún momento, tendrá que decidir si mantiene la pasividad -o prudencia, según se quiera- que la ha caracterizado, o si da un golpe en la mesa para dejar claro que la que manda es ella, y no López Obrador. Y es que esa percepción ya le está pasando la factura.

El punto de quiebre

Muchos analistas han señalado que este será el punto de quiebre de su presidencia. Si sigue permitiendo que las decisiones cruciales sean manipuladas por otros, su liderazgo quedará en entredicho. Si, por el contrario, toma las riendas con firmeza y enfrenta los desafíos con determinación, podría demostrar que es capaz de gobernar con independencia. El tiempo dirá cuál camino elige. Pero lo que es innegable es que la indiferencia de su propio círculo político ha sido el recordatorio más crudo de que, más allá del discurso de continuidad, el poder es un juego que siempre está en disputa.

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