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Crisis nomofóbica / Galimatías

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Ernesto Gómez Pananá

A lo largo de la historia, la humanidad ha vivido procesos de esplendor y de crisis que en su conjunto la han llevado a donde hoy se encuentra. Desde el fuego hasta los viajes privados a otros planetas; desde la era del hielo hasta el calentamiento global, pasando por la Peste Negra y la Gripe Española, hasta el Ébola, el Cólera o el VIH, sin faltar por supuesto el COVID-19.

De la mano de la “evolución” humana, las crisis han dejado de ser únicamente clínicas o medioambientales. Basta recordar el temor que en su momento causaron el automóvil o los aviones a inicios del siglo pasado, al pánico informático que causó la llegada del año 2000 y la confusión que provocaría el “cero-cero” en las computadoras, que lo “entenderían” como un regreso al año 1900. Nada pasó.

Sobre el uso -sobreuso, exceso, dependencia y adicción- a las redes se han escrito toneladas de artículos -y bytes, para ser más preciso: de allí vienen y allá van nuestros momentos de avance y crisis.

El lunes pasado, cuatro de octubre, tres mil quinientos millones de personas, casi la mitad de la humanidad “padecimos” la más reciente crisis informática: seis horas sin Facebook, sin Instagram y sin WhatsApp. El caos.

La plataforma de mensajería WhatsApp fue creada en 2009 y explotó a uso masivo tres años después. Para el día de hoy, la utilizan dos mil millones de teléfonos en todo el mundo, por ella se conversa, se envían documentos, fotografías y videos, se suben “estados” y se comparten “memes”. La presencia de esta herramienta informática ha cambiado a tal grado nuestra manera de comunicarnos que en ocasiones se prefiere la conversación escrita por encima de la llamada telefónica tradicional o en su caso, para llamar, se aprecia antes preguntar -por WhatsApp, faltaba más- si la otra persona puede tomar nuestra llamada. Nuevos protocolos y nuevas realidades.

Los teléfonos inteligentes y la mensajería instantánea ha transformado las dinámicas de comunicación cotidianos, sociales, laborales, hasta los de pareja. La expectativa de la inmediatez y la disponibilidad permanente. Todos conocemos de ello:

Columnas como este Galimatías, se comparten en papel, el diario Ultimátum nos obsequia un fragmento de página cada semana, pero también algunos otros cien por cien digitales generosamente retoman la columna por diferentes redes sociales, incluido el WhatsApp. Acá se escribe y minutos después ya mis generosos cuatro lectores la tienen en sus manos. Bondades de nuestra era, pero nada pasaría si no hubiese tal inmediatez.

Lo mismo sucede con nuestro trabajo, sus horarios, sus comunicaciones -correos- y particularmente en los últimos meses de confinamiento por la pandemia:
Hace diez años los correos solíamos leerlos y responderlos desde una computadora, una con internet desde luego. Abríamos sesión algunas veces al día, incluso accedíamos solo una y entonces nos enterábamos de lo que teníamos en la bandeja de entrada y respondíamos. Hoy, los correos llegan al teléfono, y es más, en ocasiones muchas de esas comunicaciones que solían llegarnos por correo electrónico hoy se atienden por WhatsApp. Los no-horarios y la inmediatez. Sentimos la necesidad de leer, de enterarnos y responder todo inmediatamente; fulanito está en línea, sutanito ya me leyó porque aparecen las dos flechitas en azul, perenganito ya me está contestando porque en la pantalla aparece la leyenda “escribiendo”, a ver qué me responde. ¡Hace diez minutos me leyó y no contesta! Lejos quedó nuestra paciencia, abatida quedó nuestra tolerancia a la frustración. Somos adictos a la inmediatez.

¿Cuánto de lo que hoy atendemos de este modo inmediato y permanente podría esperar? Cuánto realmente importante sucedió en las seis horas del lunes en las que “nos vimos obligados” a regresar a las llamadas tradicionales y también a esperar un poco y comunicarnos más al modo que lo hacíamos antes. Al final, como al inicio del año dos mil no pasó mayor cosa. La nomofobia -miedo a perdernos de algo importante por no tener nuestro smarphone conectado- es más una fantasía que una realidad pero Zuckerberg et al. van de gane.

Oximoronas. El sábado pasado se conmemoraron 53 años de la masacre de Tlatelolco. Larga es la ruta de construcción de un país justo y con instituciones democráticas funcionales y sólidas. El camino continúa. Sigamos caminando.

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