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CARTA A MARIANA, CON UN CUADRO DE HONOR / ARENILLA

CARTA A MARIANA, CON UN CUADRO DE HONOR / ARENILLA
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Querida Mariana: el otro día te conté de mi más reciente obsesión. Hoy te mando copia de una fotografía que alguien compartió en las redes sociales. La foto muestra el fragmento de un cuadro que Tío Tavo Penagos tenía colgado en una pared de su mítica cantina. Ni me preguntés quién es Tío Tavo, él fue uno de los cantineros más famosos de nuestro pueblo. Yo lo conocí en los años sesenta y setenta. Tuvo su cantina frente al parque central, muy cerca de donde estaba el edificio de Nevelandia; y luego pasó la cantina cerca de donde está el edificio de la Comisión Federal de Electricidad.
Mi más reciente obsesión es la certeza de que el mundo, actualmente, está constituido por ocho mil millones de historias, de testimonios; es decir, cada ser humano tiene una historia particular. No descubro el hilo negro, por supuesto, pero para mí ya se volvió un tema recurrente, un pensamiento que se hinca en mi mente todos los días. Siempre que veo a alguien pienso en el tipo de historia que tiene. Ayer platiqué un rato con Cielito, mi compañera de trabajo, y le pregunté por su edad física. Tiene veintitantos, es muy jovencita. Pensé, entonces, en la cantidad de jóvenes que tienen su misma edad y pueblan el mundo. Muchos de ellos, como Cielito, ya están titulados, tienen una profesión y ejercen un trabajo. Otros, muchos, no tienen estudios universitarios, pero, de igual forma, se desarrollan en el mundo laboral; pero otros, miles y miles, no trabajan. Bueno, de todo este abanico llama mi atención la historia personal de cada uno. Ya se me volvió obsesión, ahora, cada vez que estoy con una persona, pienso que me gustaría platicar mucho tiempo y escuchar su testimonio de vida. Siempre he considerado que cada uno de los seres humanos es un testimonio valioso de vida. Digo que no descubro el hilo negro, esto es una obviedad, pero a mí me resulta como el más novedoso encuentro de la vida a mis sesenta y seis años. El otro día escuché una entrevista con una defensora de Derechos Humanos, en la Argentina, y lo primero que dijo fue que quien daña y ofende también es una persona. Uf. Qué difícil comprender esto, pero tiene razón, porque de los millones de historias luminosas, también hay millones de historias matizadas con la oscuridad. La vida ha sido esto desde siempre. La Biblia cuenta la aparición de los dos primeros seres, un hombre y una mujer. Y cada uno tuvo su individualidad y cada uno su propia historia. Por esto, se dice que las parejas, por más que se amen y convivan, sólo llegan a tener un conocimiento mínimo de la personalidad del otro.
Cuando vi la fotografía del cuadro de honor que Tío Tavo tenía colgado en su cantina, recordé que quienes entrábamos a tomar una cerveza veíamos el cuadro de honor, que consistía en una serie de fotos tamaño infantil, con rostros conocidos y desconocidos. ¿Por qué aparecían estos rostros en ese cuadro? Nunca le pregunté a Tío Tavo, pero la versión más aceptada es que cada uno de ellos era cliente asiduo de la cantina. Esto es cierto a medias. Pienso que, en algún momento, a Tío Tavo se le ocurrió comenzar a formar este cuadro de honor y pidió fotos a sus amigos y clientes y el cuadro poco a poco se hizo más grande. Nunca hallé a chavos de mi generación, los elegidos eran personas mayores. Ya te conté que la cantina de Tío Tavo era singular, es famosa la anécdota de la botana, porque era escasa, selecta, exquisita, a quien pedía más, el cantinero le decía que era botana, ¡no comida!, si quería comer que fuera a su casa. Además, la cantina nunca permitió que la gente se emborrachara ahí, era un espacio para disfrutar la bebida con los amigos, pero sin llegar al exceso. Tío Tavo no permitía que alguien ya borracho entrara (pendejo, decía, ya tiró su dinero en otra parte). A las cinco de la tarde cerraba el negocio, así que quien ya había tomado dos o tres tragos no podía seguir bebiendo. Luego, regresaba, más o menos, a las siete y volvía a abrir. Las cantinas que no cierran son las que permiten que los clientes se emborrachen.
A mí me encantaba entrar a esa cantina, antes de ser un bebedor entraba a comprar los más exquisitos panes compuestos que nunca más prepararon en esta ciudad. Ya te conté que, en lugar de la carne deshebrada le ponía una delgada lonja de chicharrón de hebra, a las tapas del pan francés les untaba crema, les regaba tiras de un vegetal verde y salsa (ah, no jodás, no sé qué vegetal era). Ningún pan compuesto se le asemejaba, fue el pan compuesto más exquisito que jamás probé en mi vida. No sé por qué ahora nadie se atreve a prepararlos así. Ya cuando fui bebedor disfruté la brevísima pero riquísima botana. El plato con tres pedazos de butifarra (cuando éramos tres los comensales) exigía, al final, el ritual de pasarnos el plato con el caldo para sorber tantito. Jamás volví a hacer este ritual en otra cantina. Era algo exquisito. Con Javier éramos chuchos y no nos conformábamos con esa mínima botana, así que al pedir la cerveza también pedíamos dos panes compuestos. El otro día hablé de maridaje, tengo en mi memoria gustativa el sabor de ese pan con un trago de una cerveza de media. Asimismo, tengo en mi memoria la imagen del sanitario breve, sólo tenía un mingitorio. La cantina de Tío Tavo era, digamos, exclusiva para varones. En esos tiempos no era usual que entraran mujeres. Recuerdo que, en la pared de enfrente, Tío Tavo pegaba unos carteles con fotografías de mujeres desnudas, así que cuando orinabas tenías la imagen de dos o tres maravillosas chicas con los senos descubiertos. Hasta acá dejo el comentario.
Una vez le dije a Javier que le pidiéramos a Tío Tavo que aceptara nuestras fotos para incluirlas en el cuadro de honor. Javier rio y dijo que no, porque ahí estaba su papá y mi amigo estaba seguro que su papá se enojaría por aparecer en un cuadro de honor de una cantina. ¿Su papá estaba en el cuadro de honor de la cantina? Nos paramos y Javier señaló la foto de su papá. ¡Cómo! Pero si su papá no bebía. Entendí que los rostros que ahí estaban no necesariamente correspondían a personas que disfrutaban la cervecita, ¡no!, eran clientes y amigos de Tío Tavo. Además, Adolfo López Mateos, presidente de la república mexicana, nunca estuvo en la cantina de Tío Tavo y sí aparecía en el cuadro de honor (si ves con lupa la foto lo hallarás). Sin duda que este cuadro aún existe en casa de algún familiar de Tío Tavo, este cuadro debería estar en el Museo de la Ciudad para disfrute de toda la ciudadanía con una pequeña placa que diera cuenta que estuvo colgado en la cantina de Tío Tavo, el famoso creador de las Macharnudas. A mí me tocó presenciar ese maravilloso momento donde el comensal pedía una macharnuda y Tío Tavo, con su mandil, preguntaba: ¿de cuántas cuadras la querés? La leyenda cuenta que al número de cuadras pedido el compa quedaba profundamente dormido de bolo.
Vi la fotografía y un alud de recuerdos y sensaciones se me vino encima. Recordé el clima templado del Comitán de los años sesenta, la tranquilidad del pueblo, el gusto que yo tenía por caminar a las tres o cuatro de la tarde. Me encantaba hallar una cuadra sin gente, caminaba con gusto, en ocasiones (como a esa hora casi no había autos, porque todo mundo estaba comiendo en sus casas o tomando la cerveza en las cantinas) caminaba a media calle. Vos sabés que cuando llegaba un político cerraban la calle para que él caminara tranquilo y recibiera los aplausos y vítores de la multitud que hacía una valla en las banquetas. Me sentía un personaje importante cuando caminaba a mitad de la calle. ¿Mirás lo que digo? Me gustaba caminar a la hora que la calle estaba vacía, hoy ya no, hoy tengo temor, mejor no salgo a esa hora, ahora siempre busco calles donde haya gente. Hoy hay muchos autos, es casi imposible caminar a mitad de la calle. Los niños que acostumbraban aventarse una cascarita de fútbol en la calle, durante esos años, me entenderán perfectamente. Los niños de hoy ya no juegan fútbol en la calle, es peligrosísimo.
La cantina de Tío Tavo es un mero recuerdo de las personas que vivieron el Comitán de los años sesenta y setenta. Hoy las cantinas también han desaparecido, lo de hoy son los “restaurantes familiares” y los botaneros. Los testimonios son otros, también están llenos de historias. El otro día me reuní con varios amigos de toda la vida, Javier, Enrique, Jorge y Roge (sí, mi niña bonita, nos hizo mucha falta el querido Memo, que ya falleció y, por supuesto, Miguel, quien tiene muchos años que nos dejó, pero que los recordamos con inmenso cariño). Fuimos al botanero Tío Javi, que es propiedad de mi ahijado Javier, hijo de mi compadre. La atención fue excelente, las botanas riquísimas y suficientes. Recordé entonces la mínima botana de la cantina de Tío Tavo y el reclamo de muchos comensales que exigían más botana. Sí, en el pueblo nos encanta comer botana, harta botana.
Posdata: ahora, mi obsesión me hace imaginar al mundo como un inmenso cuadro de honor con ocho mil millones de caritas, de cada uno de los seres humanos que pueblan esta inmensa canica que se llama tierra. Cada uno de los rostros que aparecen en el cuadro de honor de la cantina de Tío Tavo son historias que están en relación directa con la identidad de nuestro pueblo. Tal vez el maestro Temo Alcázar, con su memoria privilegiada, reconozca cada uno de esos rostros y, con su memoria privilegiada, pueda dar cuenta de algunos detalles que engrandecerían nuestro imaginario colectivo.
¡Tzatz Comitán!

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