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A tiros / La Feria

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Sr. López

 

Decíamos ayer que lo del independentismo catalán es puro cuento… y lo es.

 

Opiniones de gente muy respetada, obligan a este López a comentar algo más del tema, dentro de los límites de las dos cuartillas diarias, pues no es cosa de hacerse el disimulado ante la pregunta: ¿y por qué la independencia de Kosovo, sí… por qué la de Cataluña, no?…

 

Bueno, para empezar porque Kosovo formaba parte de un país artificial, creado en 1929 como Reino de Yugoslavia (Serbia, Croacia y Eslovenia), que al fin de la Segunda Guerra Mundial, quedó en República Federal Socialista de Yugoslavia, formado por Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia (¡padre!: un Estado de seis repúblicas, cinco naciones, ocho culturas, siete religiones, tres lenguas, dos alfabetos), muégano que el dictador Tito mantuvo unido con mano de hierro, hasta  su muerte en 1980, cuando en medio de un baño de sangre de todos conocido, se desintegró, declarándose independientes Eslovenia y Croacia en 1991; Bosnia-Herzegovina y Macedonia, en 1992, año en que Montenegro y Serbia formaron la nueva República Federal de Yugoslavia, con el inconveniente de que al sur de Serbia, la minoría albanesa no estaba nada contenta y encima apareció la guerrilla kosovar, buena excusa para que la OTAN bombardeara Yugoslavia y finalmente en 1999 la ONU tutelara y administrara el territorio kosovar… para que también acabaran separándose Montenegro y Serbia en 2006.

 

Entonces es cuando, en 2008, nace Kosovo (distinto a Albania), que se declara independiente como un mero trámite, pues ya lo era (aplauso de los EUA, la ONU y la Unión Europea; gran berrinche de Rusia, Serbia y compañía).

 

Lo de Kosovo ayuda a ver algunas diferencias con el caso catalán: no es lo mismo estar a palos dentro de un Estado desde 1945, a ser parte de un mismo país desde el 218 ¡antes de Cristo!

 

En tiempos del Imperio Romano ya era “Hispania”, primero dividida por los romanos para su gobierno en dos provincias: “Hispania Ulterior” (la España Lejana, Andalucía, Badajoz, sureste de Portugal); “Hispania Citerior” -la España Cercana, Tarragona, precisamente en la actual Cataluña y algo más-; y luego hicieron tres provincias más, ya dominando toda la península. En la Historia de Roma, Tito Livio (59 a.C., 17 d.C.), describe claramente las fronteras de España, con Cataluña formando parte de ella, siempre. De los romanos, siguieron los visigodos… por ahí del siglo V.

 

Cataluña nunca fue un país, una nación, un Estado autónomo, siempre formó parte -de hecho y jurídicamente-, de la España Romana, la Visigoda, de los vándalos y los musulmanes, que nunca pudieron ocupar Cataluña en su totalidad, porque desde Francia -el Imperio Carolingio-, reforzaron sus fronteras (la “Marca Hispanica” que llegaba a Pamplona y Aragón); y fueron precisamente los franceses -la Monarquía Carolingia-, al fortificar los límites, quienes crearon los condados catalanes, porque les daba pavor que los invadieran los árabes, esos mismos que ahora tan campantes, ya llenaron París de mezquitas, entrando como inmigrantes, cosas veredes.

 

Los condados catalanes jamás se separaron de España, por si duda, recuerde que el 26 de mayo de 1135, en la catedral de León fue coronado Alfonso VII de Castilla, ceremonia en la que estuvo presente bien arregladito -hasta se bañó-, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, que reconoció a Poncho como “Imperator Totius Hispaniae”, Emperador de toda España (no había “Hola”, pero todo mundo lo comentó); y aunque no lo hubiera hecho, igual se casó don Poncho Berenguer en 1150, con una niña de 14 años de edad, Petronila (!), hija de Ramiro II de Aragón, con lo que sumó a sus títulos de conde de Barcelona, Gerona, Osona y Cerdeña, el de príncipe de Aragón. Al enviudar Petronila en 1162, aventó el arpa y le entregó los trastos (el cetro), a su hijo Alfonso II de Aragón, rey de Aragón y conde de Barcelona… o sea.

 

A más: cuando había pleitos de sucesión entre condes catalanes, acudían al Rey de España para resolver la cosa sin sopapos. No es nada nuevo: Cataluña es España, siempre ha sido. ¡Chin!

 

Otra cosa es que -aparte de los muchos achuchones que hay en países tan viejos-, hayan sufrido los catalanes la infame venganza del renegrido Pancho Franco, que ganó la Guerra Civil del siglo XX (1936-1939) y jamás les perdonó su apoyo al lado republicano. Se cebó en Cataluña, les prohibió hablar su lengua y les colmó el plato (y hablando de la lengua catalana: sí existe, pero no era única ni hablaban lo mismo todos los de Cataluña; fue hasta el siglo XIX que se les ocurrió ponerse a estudiar para que fuera un idioma serio y no un manojo de dialectos; pero se les fue el siglo en pelitos entre el bando que quería una lengua “académica” y no la vulgaridad que hablaba la gente común… que tenía mucho del idioma español (que anda por ahí de mil años de existir). Como sea: en 1913 nació el idioma catalán que conocemos, creado por Pompeu Fabra -ingeniero industrial-, quien redactó su ortografía (y otra vez ¡gritos y sombrerazos!). Lo que importa es que tampoco hay que tragarse lo de “un país, una lengua, una cultura”, mal adaptado de Fichte y Bismark).

 

El catalanismo separatista de hoy es gracias a un grandísimo listo: Francesc Cambó (1876-1947), que le sacó canas verdes a Alfonso XIII.

 

El actual despelote es gracias a un grandísimo torpe: Mariano Rajoy Díaz Ordaz; combinado con un grandísimo pillo, Jordi Pujol, padre del contemporáneo “nacionalismo catalán”, presidente de la Generalitat de Catalunya de 1980 a 2003, condenado el 25 de abril de 2017 a prisión incondicional por lavado de dinero y evasión (y otros delitos). Y ahora Cataluña tiene su Trump en el actual presidente de la Generalidad: Carles Puigdemont, que quiere lograr esa delirante independencia que quebrará a Cataluña, a fuerza de votos de una minoría, que eso está claro. ¡Se ve, se siente!

 

Don Carles parece no saber que las independencias no se ganan a gritos, ni con votos: la independencia se gana a tiros.

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