Ernesto Gómez Pananá
1988, julio. Una parte de la sociedad argumenta fraude electoral en contra de Cuauhtémoc Cárdenas. Enfrente, el candidato “oficial” -entiéndase el del partido mayoritario ganador de prácticamente todo-, era Carlos Salinas de Gortari, a la postre presidente de México. No me desviaré ahora con el relato de la campaña de mi padre como candidato a gobernador acompañando a Cárdenas. Solo diré, como elemento contextual, que en casa Salinas era un espurio.
Diciembre del mismo año. Salinas anuncia su gabinete. Para encabezar la política pública en deporte, crea la CONADE, Comisión Nacional del Deporte y para encabezarla nombra a un ex marchista norteño, doble medallista olímpico en Los Ángeles 1984. El señor Raúl González.
Agosto de 1989. Ciudad de México. Primera Olimpiada Nacional Escolar. Apoteósico: todas las entidades, todos los deportes. Miles de jovencitas y chamacos peleando por medallas o al menos por un buen resultado. Por Chiapas -mi estado- acudimos gimnastas, futbolistas, atletas de pista y campo y por supuesto, nadadores. Tampoco me desviaré aquí narrando la historia de cómo, de la mano de la profe Amanda Moguel tuve el privilegio de ganar la primera medalla de oro nacional para Chiapas, tal vez en otra ocasión. Solo diré que luego de la premiación, aún cargados de adrenalina y vértigo por el momento, nos avisaron a mi entrenadora y a mi que mientras el resto del equipo retornaba, ella y yo debíamos permanecer en la capital del país pues todos los ganadores seríamos recibidos primero por Raúl González y luego por el Presidente de México en Los Pinos.
Tiempos de telefonía arcaica, hube de llamar a casa para informar y pedir permiso para quedarme y acudir a Los Pinos. “Los quieren coptar” dijo mi padre imaginando un teté a teté entre Salinas y yo y no lo que en realidad fue, un evento masivo con 500 medallistas en el Salón Carranza, en Los Pinos. Después del permiso vino la instrucción de cautela y mesura, insisto, no fuera a ser que como en escena de Naranja Mecánica, me quisiesen inocular de oficialismo. Ahí tuve el honor de saludar a Raúl -igualado que a veces soy, así le llamé nervioso- mientras le pedía una foto.
El primer director de la CONADE afable platicó instantes con todos quienes nos acercamos. Paciente. Dotado de la paciencia de un campeón que solo se forja a punta de persistencia, disciplina, coraje y eso, paciencia.
Esa no fue la única ocasión que pude conversar con Raúl. Un año después volví y ganar y ese año ganaron varios más -Lili, Citlally, Agustín, David y éste que relata-. De nuevo a Los Pinos y antes a la CONADE. Más fotos y más plática. También becas. Debo reiterar. Un maestro, eso, un maestro que sin dejar de ser político era un tipo que escuchaba, era cálido y empático con quienes como él, éramos deportistas. Entendía del deporte desde la raíz hasta la cima del Olimpo.
La última ocasión que me reuní con el campeón fue un año más tarde, de nuevo en agosto pero de 1991. La historia tiene algo de irreverencia y osadía de mi parte pero una vez más, una enorme sensibilidad de don Raúl. Resumo:
Yo había obtenido una beca académica en una universidad de la Europa del Este, incluía absolutamente todo a excepción del pasaje México-Kharkiv-México. Mi opción “ganadora” para conseguirlo despachaba en la CONADE.
Hice mis rústicos cálculos políticos y entendí que pedir una cita complicaría tortuosamente la ruta y decidí mejor simplificarla, recordé que después de comer, el campeón volvía a la oficina, descendía de su auto a pie de calle y entraba “marchando” al edificio de la calle de Serapio Rendón. Literalmente fui y me senté en la banqueta calculando el momento. Y atiné: de pronto ese día de agosto vi llegar un auto negro, mi corazón aceleró, me puse de pie, me paré enfrente del personaje, le extendí mi mano y dije “Raúl seguro te acuerdas de mi, soy fulano de tal, soy nadador, soy de Chiapas y necesito tu apoyo”, Raúl sonrió y me dijo “si claro” -dudo que me recordara hasta hoy- me tomó del brazo y entré con él hasta su oficina. Sobra decir que salí de ahí con mi boleto,una beca y mi respeto refrendado al campeón. Tengo décadas sin verlo pero lo recuerdo con enorme admiración y aprecio.
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