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Sobre el tiempo que requieren las nimiedades

Sobre el tiempo que requieren las nimiedades
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Carlos Álvarez

No podemos observar algo de forma tan amplia y profunda en una sola ocasión; que el entendimiento esté constituido por procedimientos dilatados y graduales, ha generado en espíritus indolentes la idea que los accidentes son la vía para la sabiduría, y en mentes poseídas por la aflicción la sensación de que lo mismo es el favor de aprender una máxima que la ignorancia de ella si en los dominios mentales abundan las inconsistencias y las imperfecciones. Nunca he considerado que haga falta una agudeza mental insuperable para deshacerse de las monstruosas preocupaciones derivadas de brevedad de la vida y cualquier preocupación que pueda derivarse de pensar en lo que es eterno; ni creo que los pensamientos deban ser asistidos por accidentes inesperados del ánimo para comprender que toda persona que considere que todos poseen cierto derecho a reírse de lo que no sea su interés defiende el mismo sentido por el que cualquier persona debería irritarse por acciones que afectan la salud de nuestros porvenires. 

No admitir que existen conformidades de muy diferentes magnitudes y de incompatibles proporciones dentro de una ciencia o una doctrina es algo alejado de lo saludable, pero no es tan dañino o despiadado como negarse a creer que el desprecio por lo superficial es mucho más beneficioso para la humanidad que el hábito por tolerar todas las desconsideraciones, deshonras e injurias que rara vez admiten olvido. No creo que exista mejor consuelo para apreciar el desgaste natural que sufren nuestros talentos, salvo el de recordar el antiguo precepto que dicta no es liviano quien méritos no alcanza, sino vicioso quien de ningún modo los persigue; aunque miles de razones hayan intentado pulverizar la fuerza de esta máxima, que el ejercicio de algunos oficios nos ofrezcan honores de forma más inmediata de lo que algunas otras arduas y asiduas tareas pueden, prueba que así como no es infame gozar de bienes creados por nuestra imaginación tampoco es ilícito hallar remedios en las fatigas ajenas.

El mismo tiempo que empleó un comentarista de Camoens, Góngora y Browning, para defender un solo verso, es menor al que cualquiera de estos autores pudo haber requerido para la fabricación de los más hermosos versos; si esta inflexión puede ser resuelta por el hecho que algunas naturalezas sean más aventajadas que otras, no creería que el conocimiento de esta idea pudiera orillar a nuestro espíritu a la persecución de fines más tímidos e industriosos y al contrario pienso que saber de las desigualdades que deposita la razón, los cielos y la fortuna en uno y otro ser, nos puede apartar de mayores engaños en los que una y otra vez las transacciones públicas nos involucran. No creo que sea tan curioso pensar, como Carlyle escribe, como los hechos más nobles y las acciones más dignas están modeladas por la naturaleza del hombre para cada uno de sus semejantes y, al contrario, creo mucho más aquello que señala Quevedo, que “no es digno de alabanza quien por quitarse de lo amortecido del ocio, se acoge en la aspereza de la esterilidad.”

Muchas veces he deseado apreciar el mayor número de curiosidades verbales que Morris emplea en su muy perfecto poema sobre los Volsungos; esto excede el tiempo que la salud más duradera me podría regalar a mis esperanzas. Boswell dice que por la errónea suposición de que no hay un solo hombre que por algún estado de gracia, su razón o su espíritu no haya sentido una conversión particular, cierto grado de burla ha sido atribuido a las mentes menos entregadas a la realización de propósitos que ofrecen méritos reconocibles, y que esta burla es a su vez más desconsiderada en su aplicación general.

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