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Sobre la falsa consolación

Sobre la falsa consolación
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Carlos Álvarez

Que nadie es capaz de tolerar una ofensa sin que sean afectados sus pudores y sin que su búsqueda de los placeres inmediatos se vea corrompida por una fugaz conmoción, es una máxima que compete a un tipo de conocimiento involutivo o juicios completamente abortivos. Hay un sentido bastante indispensable para entender que el respeto actualmente consiste en decir qué las cosas no son lo que habíamos pensado; este sentido es indispensable porque aunque existe suficiente evidencia para declarar que todos podemos tener la razón; hay un sentido mucho más saludable en apreciar que hay una razón que es indispensable poseer, en el mismo sentido que es natural considerar que la razón que favorezca a la elaboración de un sistema más agradable y completo de felicidad no es, y tampoco puede ser, exclusivamente nuestra razón.
Siempre han existido depravaciones de los conceptos más inevitables; se ha deseado esquematizar la naturaleza humana y se ha concluido que algo como el humano no tiene un esquema natural; casi no hemos considerado que algo como la naturaleza tiene muy poco de humano, pero este tipo de consideraciones competen a quien esté dispuesto a ser un estafador de los sentidos a pesar de los honestos hechos que le rodean.
Hay un favor incuestionable en considerar las calamidades ajenas como propias; hay algo tan oscuro como consolador en el hecho de apreciar las miserias propias como si fueran ajenas. Nadie que sea debidamente indulgente podría considerar que la firmeza de los ánimos está sujeta a una parte misteriosa de nuestra razón, -que sería el mismo lugar donde se han germinado las mayores devastaciones y las corrupciones de la pasión más insoportables- y por ese mismo sentido el estoicismo tiene el cargo especial de justificar las inconsistencias que a todas horas tienen lugar en nuestra voluntad; alguien que sea tolerablemente estoico no debería ser capaz de dar por hecho que la mejor forma de administrar la causa de nuestras desgracias es contemplándolas, porque en este mismo sentido contemplar valdría lo mismo para la instrucción de preceptos universales que los prejuicios para evitar cualquier tipo de amargura.
Si atendiéramos de la forma más responsable, esmerada, y piadosa que es capaz de lograr cada una de nuestras devocionales habilidades para labrar una interpretación debidamente calibrada, estaríamos exentos de cualquier sorpresa, y jamás nos veríamos en la necesidad de elaborar nuevamente otro prejuicio dañino. La psicología moderna alega que para saber lo que hay en el ser debemos establecer límites en los objetos que la materia debe investigar; esto quiere decir que para correr un maratón debemos entender por qué las piernas son dos; un ejemplo mejor elaborado sería considerar que para encontrar un alivio para nuestras aflicciones deberíamos saber antes en qué consiste el dolor. 
Justo Lipsio -a razón de Quevedo el promotor de un estoicismo muy completo e incomprendido- en su capítulo XI en su libro sobre la Constancia, dice que es remotamente sabido que el entendimiento humano puede alcanzar a diferenciar los objetos que son propios de la conservación y del adorno y este la única vía para saber lo que es justo y lo que es corrupto, porque no distinguiendo lo uno del otro nos parece todo una ofensa y una injuria; Lipsio nunca consideró que la razón es falsa porque sea capaz de muy poco; consideró que la razón lo puede todo precisamente porque es capaz de elaborar falsedades para aliviar cualquier tendencia del ánimo. La psicología se ha enfrascado en un concepto que es más bien una expresión que podemos asumir que es una mutabilidad de la vanidad como el “amor propio.” 
Lipsio dice que aun conociendo las partes principales del dolor, poco le viene a la constancia de nuestro espíritu, porque nunca nadie ha sabido qué hacer con ese conocimiento. Hay malos objetos para dirigir nuestra piedad; colocarla en los fingimientos, implica considerar que todas las razones ajenas a las nuestras son un detrimento; el peor de los objetos para dirigir los esfuerzos de la compasión y la piedad somos nosotros mismos; a juicio de Lipsio quien obtenga placer por considerar que su vida es poco menos que nada es un tonto. La compasión por nosotros mismos no está mal porque consista en perseguir un objeto sumamente cierto como él; está mal porque consiste en considerar que lo único cierto en todo el repertorio universal de afecciones, yerros, desgracias y saberes, es el ser.

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