Sr. López
La torta sin bolillo, el taco sin tortilla y nadar en seco, son imposibilidades ontológicas tan absurdas como nuestra democracia sin demócratas. Se lo comentó este su texto servidor, el 3 de octubre de 2017:
“Estamos convencidos de que amamos la democracia -sin haber tenido el gusto-; gastamos millonadas para cuidarla, la tenemos abandonada y el sueño colectivo es tener un Presidente con las mejores virtudes de Juárez (que se reelegía en la presidencia como pedir otro de maciza), con la firmeza de don Porfirio Díaz (que mandaba matar como quien encarga un refresco), que traiga corto al Congreso y que los gobernadores le contesten “sí, patrón”. Eso sí somos: una democracia sin demócratas”.
Eso le dije hace casi seis años y las elecciones del pasado domingo, en el Estado de México y Coahuila, ratifican nuestra apatía cívica:
El abstencionismo en el Estado de México y Coahuila, casi la mitad del electorado prefirió rascarse la panza, a tomarse la inmensa molestia de ir a tachar una boleta electoral.
Habrá el optimista que nunca falta que dirá que mejor hay que fijarse en que sí votó la mitad y poco más del electorado, cosa cierta pero de preocuparse al revisar cómo llegan los que ganaron:
En el Estado de México votó solo el 49.88% del electorado y de esos, el 52.66% eligió a la candidata de Morena y asociados, Delfina Gómez, quien así, será gobernadora por decisión del 26.26% del listado de electores, o sea, casi tres cuartas partes de los mexiquenses no la eligieron por su libérrima decisión de preferir explorarse el ombligo, sin atenuantes, que su boleta ahí estuvo disponible en su casilla.
En Coahuila, más o menos igual: salió a votar el 56.35% de los que el 56.93% lo hizo por Manuel Jiménez, candidato del PRI & Cía., quien gobernará su entidad por voluntad del 32% de la ciudadanía… siete de cada diez coahuilenses no lo eligieron, por lo mismo, por esa nuestra negligencia ciudadana que se justifica en variadas babosadas para no confesar simplemente su pereza.
Y no se le olvide nunca que nuestro actual Presidente, alcanzó legalito el cargo con el 53.19% de los votos emitidos que fueron el 63.42% del padrón electoral, por lo que se terció la banda al pecho, colocó sus posaderas en La Silla y se cambió a vivir a Palacio Nacional, con el voto del 33.7% del electorado; para que le arda: votaron por Andrés Manuel López Obrador 30 millones 113 mil y pico de esperanzados tenochcas y no votaron por él casi 59 millones 219 mil, cerca del doble, lo que no resta legalidad a su triunfo, pero pone en entredicho nuestra calidad de ciudadanos.
Otro podrá decir que es muy su decisión votar no votar y no es muy cierto, porque es derecho y obligación según nuestra Constitución, pero no hay ley que imponga ningún castigo al que no vote, al que no vota nunca. Si hubiera sanción, por ejemplo, que pagara más impuestos el que no votó, ya vería usted la diferencia. Pero no hay político que se atreva a proponer algo así entre otras cosas, para evitar ser linchado aparte de que el abstencionismo es muy conveniente para los partidos.
En efecto, entre mayor abstención, más pintan las minorías de electores que pueden movilizar los partidos el día de los comicios. No es misterio, siempre ha sido así. Y antes, en los tiempos ya para siempre idos del PRI imperial, lo normal y más tranquilizador para los mapaches nacionales, era ver vacías las casillas de votación y si por desconocida razón la gente salía a votar, los “operadores electorales”, sudaban frío, porque todo pensaban, menos que la gente saliera a apoyar al tricolor. Y a veces pasaba como en la elección de Ernesto Zedillo, como una inesperada reacción de la mayoría por el asesinato de Colosio, cosas de la psicología tenochca.
Así las cosas, dejando en el cuarto de los trebejos a esa masa que no vota y no votará, conviene revisar cómo votan los que sí votan:
En el Estado de México en esta vuelta, solo se eligió gobernadora; ganó Morena con Ladymoches, tal vez por hartazgo del PRI que casi un siglo los mangoneó y tal vez también otro poco, por una implícita y hasta involuntaria complicidad del actual gobernador, el anticlimático Alfredo del Mazo, señor que es capaz de vaciar el malecón de Veracruz, solo paseando por él, en una noche loca de carnaval. La candidata del PRI, Alejandra del Moral, fue una buena opción pero tenía todo en contra. Ni modo, ahí para la otra.
Otra cosa muy diferente fue la elección en Coahuila, donde aparte de elegir gobernador se eligieron las 16 diputaciones locales y ganó todo la alianza del PRI-PAN-PRD: el gobierno del estado y los 16 distritos electorales. Paliza si las hay. Y no es tan difícil saber a qué atribuir semejante derrota de Morena. En primer lugar, Morena no logró armar alianza, compitió solo y eligió a un candidato de esos que dan pena ajena, Armando Guadiana, el sombrerudo de 77 años de edad y mal prestigio en su estado que en 2017 intentó ser gobernador, quedó en tercer lugar y ahora perdió casi dos a uno frente al candidato del PRI, Manolo Jiménez (parece que así está registrado, Manolo), de 39 años con buena fama y trayectoria, aparte de que algo le ayudó que el actual Gobernador de Coahuila, el priista Miguel Riquelme, ha hecho un trabajo más que aceptable en la entidad y parece que no sintió la tentación de ser obsequioso con el señor De Palacio, ni quiere ser embajador, ya ve cómo son los norteños, no son monedita de oro y sí son echados pa’lante. Lo que sea, en Coahuila, a Morena la pusieron morada.
Así, repasando nada más cómo ejerce su voto la masa que sí vota, más le vale al “movimiento” y al Señor de Palacio, no caer en ningún triunfalismo anticipado. Ya perdieron por dos millones de votos, en las elecciones de 2021, y en esta, debieran hacer las suma de votos de Coahuila y el Estado de México, porque los opositores consiguieron 3 millones 494 mil 61 votos y Morena, 3 millones 548 mil 410; una escuálida diferencia de 54 mil 349 votos. Esos ruinosos partidos de oposición bien les pueden dar un susto