Sr. López
Tía Rosita como sabe usted, era del lado materno y vivió hasta los 117 años, lúcida y más buena que el pan. Siempre soltera, nadie supo nunca de qué vivía pero vivía bien, en la casa en que nació que era inmensa (y helada), de tres patios arcados y huerta al fondo. A nadie llamaba la atención que vivieran en su casa muchos desconocidos, sin pagarle un quinto y muchos comiendo gratis, pero una vez un tío le dijo que no era bueno que tuviera a tanto vividor en su casa y ella contestó: -En mi casa y con mi dinero, hago lo que me da la gana -punto. A su funeral fue más gente que a misa de Obispo difunto. Linda tía Rosita.
Usted tiene todo el derecho del mundo a permitir que entre en su casa y viva en ella, quien le pegue la gana. Esto no tiene discusión. Ahora, si hacemos el símil casa-país, no aparenta dificultad aplicar el mismo criterio: los estados-nación tienen todo el derecho del mundo a permitir o prohibir que alguien entre en su territorio y permanezca en él.
Por otro lado, el estado-nación, es la suma de al menos tres elementos: pueblo, gobierno y territorio. No hay estado sin territorio, no hay país sin pueblo y tampoco, aun habiendo gente en un lugar bien delimitado, si no se gobiernan, no son país.
Lo del territorio propio da lógica al establecimiento de fronteras y eso, aplicado a las personas, da lógica a los pasaportes y visas que no pocos países exigen para permitir la entrada a las oriundas de otro.
¿Fácil, verdad? Pues no. Es complicadísimo y la migración humana aparte de ser un fenómeno siempre presente en mayor o menor grado, no tiene solución aunque, pensándolo bien, sí tiene una solución: la violencia, el contener y rechazar a los inmigrantes usando la fuerza, hasta que es masiva y ni así se contiene… aunque volviendo a pensarlo mejor, aún siendo masiva se puede contener masacrándolos. Sangre, mucha sangre es el único y último recurso contra las inmigraciones masivas.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) pregona que la migración es un “derecho humano”. No es cierto. Si ese “derecho” fuera real, entonces los gobiernos de las naciones tendrían la obligación de respetarlo, o sea, de permitir que cualquiera se metiera a su país, en ejercicio de su “derecho”. Nomás faltaba. Por supuesto cada quien tiene el derecho de moverse a dónde le pegue la gana hasta que quiera meterse en otro país, que es casa ajena en la que puede entrar e instalarse, solo si le dan permiso.
La Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible de la ONU sostiene que la migración contribuye al desarrollo sostenible (cierto en algunos casos y en otros, no), y afirma que uno de sus objetivos es “Facilitar la migración y la movilidad ordenadas, seguras, regulares y responsables de las personas, incluso mediante la aplicación de políticas migratorias planificadas y bien gestionadas”. Bonitas palabras y solo palabras: la migración es drama y sufrimiento, y los migrantes casi nunca se mueven de manera ordenada, segura, regular y responsable, se mueven empujados por la necesidad o el miedo y se meten como pueden a otros países, corriendo riesgos, pasando miedos, sufriendo vejaciones. La ONU queriéndolo o no, fomenta la migración y hace creer a los migrantes que están en su derecho, no es así.
El verdadero derecho es a NO MIGRAR, a no verse en la necesidad de abandonar familia y patria, todo, en busca de mejores condiciones de vida, de condiciones de vida a secas.
Ese derecho a NO MIGRAR, es el que se debe exigir respeten todos los países; a eso deberían dirigir sus esfuerzos las entidades internacionales, a obligar a los gobiernos de países emisores de migrantes, a asegurar a su población condiciones dignas de vida y ese es el derecho que evaden cumplir, con la complicidad internacional, revestida con el disfraz del respeto a los derechos humanos de los migrantes, otorgándoles graciosamente el derecho, no a migrar, sino a huir, que eso es la migración, huida del terror, la inseguridad, la discriminación, la desigualdad, el desempleo, la precariedad en que viven en sus países. Lo demás es música de viento.
Dicho esto se debe agregar que los países receptores de migrantes no tienen derecho a tratarlos como criminales, aun siendo ilegales, que sí son, aunque lo políticamente correcto sea decir que no hay humanos ilegales… pues no, mientras no violen la ley. Y la ley de los países que no los quieren recibir, tiene valor y vale hacerla cumplir.
Pero, igual, el ser humano ha migrado siempre y de una manera u otra, se han regularizado las grandes migraciones o por simple inercia se han consumado dando origen a un mestizaje que acaba siendo la nueva normalidad de las naciones, a menos que usted crea que nosotros los tenochcas simplex, no somos todos en algún grado mestizos de indio (que no es grosería), y español… y árabe… negro… gitano… chino… judío… y tantos más que igual gritan ¡viva México, cabr…es!
Nuestra Constitución (artículo 11), ordena: “Toda persona tiene derecho para entrar en la República, salir de ella, viajar por su territorio y mudar de residencia, sin necesidad de carta de seguridad, pasaporte, salvoconducto u otros requisitos semejantes”. ¿Qué tal?… pero el mismo artículo aclara: “El ejercicio de este derecho estará subordinado a las facultades (…) de la autoridad administrativa, por lo que toca a las limitaciones que impongan las leyes sobre emigración, inmigración y salubridad general de la República, o sobre extranjeros perniciosos residentes en el país”. Ni modo que no.
Por oportunismo político se clamó al inicio del presente gobierno, que los migrantes eran bienvenidos, que les daríamos cobijo, trabajo y trato digno. Y poco después, cuando el tío Sam nos tronó los dedos, cambiamos a persecución, encarcelamiento y a lo que ayer describió una migrante en Ciudad Juárez: -Nos tratan como animales –y ahora, 39 muertos después, el mundo observa. Esto tiene precio y se va a pagar, porque estos muertos sí cuentan, porque no son mexicanos, solo por eso cuentan, esos no son animales.