Sr. López
El primo Beto toda su corta vida (falleció a los 23), padeció de un extraño mal: todo descomponía. No era bestia ni descuidado, no, era que se descomponía lo que tocaba. Rigurosamente cierto.
Era leyenda en la familia. Una vez su papá le regaló un reloj, Beto se lo puso en la muñeca y al instante se paró; el relojero se dio por vencido a la tercera vez que se lo llevaron. Una vez, en el Liverpool del Centro de la capital, se le ocurrió usar la escalera eléctrica (la única del país), la abordó, se detuvo en seco y hasta heridos hubo. Atascó varios ascensores atestados por andar apretando él el botón del piso al que iba. Quiso aprender a manejar y se inscribió en una academia de manejo; después de tres coches descompuestos, nomás dándoles marcha, le devolvieron su inscripción y nunca aprendió.
En esos tiempos solo calentaba uno agua para bañarse, lo que tiene su lógica, no como ahora que todo el día desperdicia gas, y para eso se quemaba un ‘combustible’ (bolsa de papel llena de aserrín humedecido con petróleo, dos por diez centavos en cualquier miscelánea), en el ‘boiler’ (marca Corona, apoteosis del ahí-se-va, de la industria nacional de la época), pero en mala hora la modernidad nos llegó, todo mundo empezó a poner en su casa calentador de gas que fue cuando murió Beto, el mero día que lo estrenó. Repito: rigurosamente cierto.
No es ironía ni ganas de moler, pero parece que el Presidente actual de nuestro país, tiene el síndrome de Beto. Todo lo descompone.
Recibió el país en las condiciones que sabemos que lo recibió, mismas que él conocía y durante los lustros que hizo campaña, se comprometió a arreglarlas: corrupción, pobreza, seguridad pública, salud, educación, crecimiento de la economía, desempleo, inversión, todo, incluido el disminuir el precio de las gasolinas, el diesel y la electricidad, rehaciendo a Pemex y CFE.
Pero algo pasa. Descarta uno sin duda que el señor tenga la intención de hacer las cosas mal, eso no, no está loco ni es su peor enemigo. Su intención es buena puede uno pensar, pero algo pasa: todo lo descompone y si no todo, sí todo lo importante.
Sin intentar una relación exhaustiva y sin apasionamiento, revisemos unas cuantas cosas en las que solo con propaganda masiva se atenúa el escándalo que debería ser constante en el país:
Inseguridad pública… bueno, pues llegó, se terció la banda presidencial y empezó a reunirse diario (¡diario!), a las seis de la mañana con su “gabinete de seguridad” y el resultado es que estamos peor que nunca y ya rebasa su administración, el número de muertos de sus antecesores en el cargo, a los que no se cansó de tundir por no arreglar eso, pero ahora el país chapalea en lagos de sangre, porque son -al día 20 de este mes-, 126 mil 287 homicidios dolosos, con las bandas de delincuentes campeando por sus fueros y el gobierno de los EU alarmadísimo, advirtiendo que ya dominan el 35% del territorio nacional.
Salud. Igual. Antes las cosas no eran perfectas, no, de ninguna manera, pero no teníamos como ahora tenemos una crisis por desabasto de medicamentos que nos golpea en lo que más duele: los niños con cáncer; ni se planteaba traer médicos del extranjero para paliar un déficit antes inexistente de falta de personal médico. Y había el Seguro Popular que alcanzó la cobertura universal desde el 2012, cuando el número de afiliados llegó a casi 53 millones de personas que no solo tenían atención médica sino un seguro financiero que cubría los gastos catastróficos de enfermedades de tratamiento carísimo. Llegó el Presidente y desapareció el Seguro Popular, lo sustituyó por el Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (Insabi); la gente se quedó en el aire y en marzo de este año, desapareció el Insabi, que nunca funcionó, y le echó la responsabilidad al IMSS Bienestar, que carece de la infraestructura y los recursos para atender la avalancha de mexicanos que tendría que atender.
En educación no entremos en honduras, se canceló la reforma administrativa al sector y la SEP no ata ni desata y hace propuestas que alarman a los especialistas, pues pareciera que quieren retrasar al país, sin mencionar el golpeteo al Conacyt, la UNAM y los estudiantes en el extranjero. En economía tampoco mejoramos, de un crecimiento anual promedio del 2% que el Presidente criticaba ácidamente cuando era candidato, ahora estamos mucho más mal, el PIB per cápita ha caído un 25% y el PIB nacional es similar al del año 2016… pero con más millones de habitantes. Y nuestra recuperación post Covid es la más baja del G-20.
No sigamos, solo recapacitemos en que durante los últimos años la migración de mexicanos a los EU era negativa -ya regresaban más de los que se iban-, y eso ha cambiado drásticamente. La mejor prueba del fracaso de un gobierno, es que la gente se exilie en busca de oportunidades y este gobierno exhibe su incomprensión del asunto cuando presume el volumen de remesas, sin darse cuenta que ratifican el desastre.
Y ahora, con tantos negros nubarrones en el horizonte nacional, estamos apechugando la grosería con que el Presidente de nuestro país, respondió a los EU (y Canadá), su reclamo por no cumplir el T-MEC en el sector energético. Y sí es grosería, porque no le bastó con desestimar el asunto sino que proyectó muy sonriente en su mañanera el video del Chico Che, cantando “¡Uy, qué miedo!, mira como tiemblo”.
A su argumento musical añadió que se trata de una movida de empresarios mexicanos y de rateros… bueno, a ver si instruye a la Secretaria de Economía que le diga eso a los especialistas de los EU y Canadá. Muy cara nos va a costar la pertinacia de este gobierno aunque no es imposible que se doblen, como se doblaron cuando el Trump amenazó con aranceles. Eso ya se verá.
Y ya en esas, por coherencia, sería mejor nombrar en Economía al Chico Che, en Relaciones Exteriores a Platanito y como equipo negociador en la controversia por el T-MEC, al elenco de ‘Me caigo de risa’, porque ya no están ¡qué falta nos hacen!, los Xochimilcas.