Ernesto Gómez Pananá
Escribir es una de las actividades que nos hace humanos. La escritura permite registrar, describir, contar, imaginar, recordar. Esta columna, su autor, hace uso de la escritura -intento- para transmitir ideas a través del lenguaje escrito, a través de textos. No sé si lo hago bien o mal, pero desde que tuve conciencia de que disfruto escribir, recuerdo que hacerlo ha sido para mi, el equivalente a lo que imagino que para un músico significa tocar el piano o el saxofón, pintar una acuarela o esculpir en piedra. Construir enunciados con palabras, y con enunciados frases, es para mi como pintar o componer una melodía. Un texto produce un placer similar: ver cómo la idea toma forma, como se pasa del boceto, poco a poco a definir los detalles, colorear y corregir hasta ver la idea plasmada en los párrafos y en las páginas. En ocasiones se menosprecia el valor de las palabras escritas, en ocasiones se vulnera su belleza: expresar de forma escrita alguna idea amerita encontrar y utilizar las palabras adecuadas, los colores, los granos y los pinceles adecuados. Abrazar las ideas.
Miguel Ángel Bounarroti dijo hace más de cinco siglos -se sabe porque quedó escrito-, que para hacer una escultura bastaba con retirar de la piedra el mármol que le sobraba. La escultura ahí está escondida y solo hace falta develarla. Pasa un poco lo mismo con los textos.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “texto” proviene del latín “textus” que significa “tejido” y de ahí también provienen contexto, pretexto o hipertexto, pero además también textura, término que suele utilizarse para describir relieves, formas, bordes. Una textura suele describirse pasando la mano por encima de algo para conocerlo. Belleza de metáfora que la etimología y el lenguaje nos regalan:
Los textos son para leerse, pero al leerlos, tocamos con nuestros sentidos lo que el autor quiso transmitir, sentimos si es rugoso o suave; si está seco o tibio, si está tenso o tiene huecos. Leer tocar. Escribir es dar forma a lo que otros podrán tocar.
Que sea un año de muchas lecturas, mucha escritura, muchos buenos textos y muchas mejores texturas.
Oximoronas 1. Escribo esta primer columna del año luego de ocho días de aislamiento. El cuadro inició con un ligero malestar, cuerpo cortado suele llamársele. Al día siguiente, estornudos y flujo nasal, acaso una fiebre ligera y un cuerpo cortado mucho más intenso: el ómicron me había alcanzado.
Diversas y numerosas fuentes señalan que la mayoría de los casos de gripa de fin de diciembre y de inicio del
2022 son en realidad casos de ómicron confundidos con gripas comunes. La mala noticia es que muy posiblemente nos contagiemos todos. La buena es que suele ser un cuadro leve, siempre y cuando la persona se haya vacunado.
El mundo continúa. Hay que vivir y para ello es menester primeramente lograr sobrevivir.
Oximoronas 2. El gobierno francés aprueba una ley que impide el acceso a no-vacunados a sitios públicos y Australia deporta al tenista número uno del mundo. Interesante.
Por un lado, la nación madre de las libertades individuales antepone con esta acción, el beneficio colectivo a la convicción individual. Decisión necesaria y conveniente.
En el caso de Djokovic, el gobierno australiano decide cancelar su visa no solo por no estar vacunado sino por haber mentido respecto de su contacto con personas enfermas. No podrá defender su título de campeón del Abierto de Australia. Vienen demandas multimillonarias pero se sienta un precedente positivo: la COVID no distingue condición económica. La vacuna tampoco debiera hacerlo. Vacunarse es un derecho pero también una obligación.