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Volver a empezar / La Feria

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Sr. López

Tía Mina (Herminia, ni modo que le dijeran así), era del lado paterno-autleco de este su texto servidor. Como solía suceder con las de ese lado, era monumentalmente bella y en parte por eso -la verdadera razón no le importa a usted-, contrajo apresuradas nupcias a los 16 de edad, con garrudo doncel, arriero y domador de potros broncos (años 30 del siglo pasado, ya se imaginará la clase de bruto). Nacido el nene y salvado más o menos el trance, a pesar del ahínco de ambos, en ese obsequioso huerto no se volvió a cosechar, asunto resuelto por el vigoroso garañón con otra autleca de no malos bigotes, aunque ni cerca de la estatuaria tía, quien al saberlo lo abandonó. En poco tiempo (en dos meses, precisaba la abuela Elena), tía Mina volvió a incurrir en matrimonio, esta vez con un distinguido abogado, de profesión heredero, guapo como de Hollywood, quien la llevó a vivir a Guadalajara y la introdujo a la mejor sociedad tapatía de los tiempos; eran una pareja de quitar el hipo. El nuevo marido, ‘buen hombre’ según la tía, solo tenía un problema: lo mataban los celos por el primer esposo de ella y por cualquier nadería, lo sacaba a colación y de tanto criticarlo y compararse con él, hartó a la tía quién le pidió el divorcio (nomás lo dejó, pero no lo ande contando). Regresó a  Autlán… y con el rudo arriero, domador de broncos, diciendo que el segundo, de tanto hablar del primero, la hizo recordarlo y volver a quererlo (lo decía con sonrisa pícara). Y ya sin formalidades legales vivieron juntos el resto de sus días, con la tía conociendo medios hermanos de su hijo hasta llegar a 17. Se dan casos.

 

Según SPIN-Taller de Comunicación Política, al 20 de marzo pasado, nuestro Presidente había dado 355 conferencias mañaneras de prensa, de un promedio de 99 minutos cada una. Bueno, es su modo. Haga favor de verificar por su cuenta que son casi 586 horas hablando, equivalentes a 24 días de discurso… para que no sea usted severo: claro que mete la pata, cualquiera no.

 

En esas 355 mañaneras, nuestro Presidente se ha referido a los ‘conservadores’ (y similares), 955 veces; a los ‘neoliberales (y asociados), 898; y a sus ‘adversarios’ (por definir), en 294 ocasiones.

 

Esto es: en 355 conferencias de prensa, se ha echado 2,147 declaraciones dedicadas a conservadores que no existen, neoliberales como él, porque su gobierno es neoliberal, y a ‘adversarios’ que hasta el momento no le han ni abollado el poderoso tractor político en que va montado. O sea: un promedio de seis veces en cada conferencia de prensa, él solito mete al escenario esos fantasmas que el respetable debería tener en el olvido. Él los mantiene vivos. Pero no por tonto: necesita adversarios, no es director de orquesta, es boxeador, ni modo que esté solo en el ring.

 

La angustia principal de nuestro Presidente es no tener enemigo visible al frente, lo suyo es la protesta, pero ahora encabeza el gobierno nacional, ganó todo, y así no le sabe, ni modo que se haga una marcha contra su gobierno… y  los franceses no tienen pensado ponernos Emperador, los yanquis ya no tienen interés en comprarnos otro terrenito, Huerta está difunto… ¿de quién defiende a la Nación y a nosotros, su buena grey?… ¿qué nos vende?… ¿qué puede hacer sentado en La Silla?… y el único enemigo real de sus proyectos es invisible. De veras, pobre hombre, no puede combatir con marchas, bloqueos ni plantones a un virus. Esas son tragedias. Por eso inventa adversarios, por eso alabó a las Fuerzas Armadas por no dejarse llevar a una ‘intentona golpista’ (para sorpresa del General Secretario de la Defensa Nacional, que ha de haber sentido que le quitaban el asiento: ¿intentona golpista y yo aquí, sentadote?)

 

Lo de que este gobierno es neoliberal es en serio. Con pregón de ‘izquierda’, su gobierno va para la ‘derecha’ (Trump sonríe pando de gusto). En los hechos es tan neoliberal o más que Peña Nieto y predecesores varios hasta Salinas de Gortari, quien, junto a López Obrador, parece Lenin… el austericidio (Brozo ‘dixit’), los recortes al gasto público, su terquedad en mantener corto el déficit público, su  alborozo por la firma del T-MEC (corregido al gusto del tío Sam), y su maña de asignar a dedo compras y contratos de proporciones bíblicas, es aparte de actitud de ultra neoliberal, un coqueteo simultáneo con la corrupción.

 

Y ya en estas, no sobra recapacitar en su extraño sistema para liquidar a la ‘mafia del poder’, apareándose con ella, otorgándole en decúbito supino una peculiar ‘amnistía’, en nombre de la estabilidad nacional, según enseña el ‘Manual del Buen Priista’ (en su gustado capítulo ‘Combate a la corrupción ajena haciéndola propia’).

 

La parte trágica de esta comedia, es que no asumen los partidos políticos opositores el papel que les corresponde, no se rehacen después de la arrastrada de las elecciones de 2018, pareciera que les basta con cuidar lo que no perdieron y confían en que el Destino cambie las cosas, sin darse cuenta que el vacío no existe en política y que su estado catatónico propicia que desde sótanos y albañales (también desde plantas ‘pent-house’ y salas de juntas palaciegas), otros, anónimos e indefinidos, ya organizan con el propio AMLO y sin él, un nuevo orden de cosas a su beneficio. Cuidado, todo lo que pase fuera del marco legal es sospechoso, indebido, peligroso.

 

La paradoja es que la tragedia de la pandemia y la bancarrota nacional ya en curso, pueden ser el revulsivo, el purgante que necesitaba La Patria (la señora de toga blanca de la portada de los libros de texto gratuitos), para vomitar todo, lavarse la boca, vestir una toga limpia y ponerse a trabajar… y eso es posible solo si la Suprema Corte sigue resistiendo los embates del poder, como hasta ahora ha hecho; si el INE también resiste, como esperamos; y si los partidos políticos asumen su responsabilidad: sin ellos, resígnese, el país iría al caos. Y ya después de este gobierno (de ninguna manera durante), como hemos hecho antes, ni modo… volver a empezar.

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