Sr. López
Mañana viernes, inician las campañas presidenciales. ¡Qué emoción! Están listos los ‘spots’ con que los partidos que apoyan a las dos señoras candidatas, torturarán a todos nosotros los del peladaje patrio, con perdón del señor que postuló Movimiento Ciudadano que iba a robar votos y no lo hará, él no es de esos.
Habrá debates, mítines, recorridos, gritos, sombrerazos y en tres meses y dos días (redoble de tambores): ¡comicios!
Estas elecciones tienen de antemano un regusto raro, no sabe uno si de funerales o de celebración por el parto nacional de una nueva… nueva qué… pues una nueva oportunidad (otra). Por su lado doña Sheinbaum nos invita a ver otra vez la película que estamos apenas terminando de ver (media sala vacía), mientras doña Xóchitl nos invita con entusiasmo a reconstruir el país (¿otra vez?, sí, otra, a levantar el tiradero, no se raje).
México es la economía número 14 del planeta, según el Fondo Monetario Internacional. México es el principal socio comercial de los EUA, que se dice fácil. México no es un paisito, pero no estamos ni cerca del potencial real que tenemos.
México por el pleito entre China y los EUA, se sacó la lotería con eso de la relocalización de empresas (el ‘nearshoring’). Deberíamos estarnos preparando para recibir cataratas de inversión extranjera, pero en lugar de eso, nuestro gobierno le hace travesuras a los inversionistas y apostando todo a Pemex y sus obras insignia, pozos sin fondo de dinero. Este agónico sexenio es un sexenio perdido.
No son ganas de ponerse trágico. Sí es un sexenio perdido. Con datos de la Secretaría de Hacienda y aceptando el crecimiento del 2.6% del Producto Interno Bruto (PIB), que dice vamos a tener este año, el promedio anual es el 0.88% por año, muy lejos del 4% comprometido por este gobierno, casi la tercera parte que en el sexenio anterior, cuando el promedio anual fue el 2.4%; y muy abajo de todos los gobiernos neoliberales (Zedillo, 3.3%; Fox, 2%; Calderón, 1.7%). Sexenio perdido.
Por encima del decrecimiento de la economía, el sector salud, un desastre; la educación pública, empantanada; el país, un charco de sangre; la delincuencia, rampante. No hubo avances, sí retrocesos: estamos clasificados como el cuarto país más corrupto entre los 85 que analizó en octubre pasado el US News; y en el Índice de Percepción de la Corrupción de 2023, de Transparencia Internacional, somos el 126 de 180 países evaluados. Sexenio perdido.
No puede uno menos que recordar otras oportunidades perdidas, la especialidad nacional.
Apenas acabando de independizarnos, la Gran Bretaña de inmediato nos coqueteó, no solo por nuestra privilegiada ubicación geográfica (entre el océano Atlántico y el océano Pacífico), ideal para su mercado mundial (era la primera potencia industrial, militar y marítima de la época), sino por nuestros recursos naturales (entonces, la plata), y las posibilidades de producción y consumo en México. Tan pronto como el 26 de diciembre de 1826, se firmó en Londres (“En nombre de la Santísima Trinidad”, todavía no estábamos peleados con Dios), el ‘Tratado de amistad, navegación y comercio entre México y el Reino Unido de la Gran Bretaña é Irlanda’ (é con acento, pecados de la ortografía de entonces).
A consecuencia de ese tratado, otros países europeos se dieron la vuelta por acá y firmaron acuerdos diplomáticos, comerciales y artísticos. La Gran Bretaña cumplió y fue nuestro principal inversionista y aliado comercial, iniciando la primera industrialización de México.
Pero, ¡ay, México!, para 1842, ya estábamos firmando otro tratado con la Gran Bretaña (Convención Pakenham, del 15 de octubre de ese año), para pagar lo que no le habíamos pagado de créditos y lo que le debíamos a los “súbditos de Su Majestad Británica” que, los muy cándidos, nos habían fiado, y también lo que se les había robado como “préstamo forzoso”; aparte de la reparación por minas que “se ocuparon” -se robaron-, y fábricas textiles que saquearon. En resumen: hicimos todo lo posible para que los ‘british’, se regresaran a su país repitiendo groserías que acá aprendieron.
Si México en esos años en vez de espantar las inversiones británicas, las hubiera fomentado y respetado, los EUA no nos hubieran podido invadir, no hubiéramos perdido en una venta con la pistola en la cabeza, más de la mitad del territorio nacional, ni nos hubieran invadido. No es lo mismo echarle bronca a un país aislado (¡gracias liberales del XIX!), que a un país sólido socio de la entonces primera potencia mundial. Oportunidad perdida.
Luego vinieron al escenario nacional, el tal Benito Juárez y su pandilla. Se arruinó la cosa. El Benito se puso trompudo con Europa (al bulto), por sus objetivos políticos personalísimos, apegados al ideario masónico de esos ayeres, yorkino embozado, disfrazado de liberal pero en el fondo, anticlerical, antiespañol y pro yanqui. Por algo se firmó el Tratado McLane-Ocampo en 1859, que hacía de México una quasi colonia yanqui; por algo Justo Sierra calificó ese tratado como “la constitución de una servidumbre interminable”. Y así, por aversión a los países que nos apoyaron recién independizados, quedamos como quedamos. Oportunidad perdida y sevicia de esos “liberales” contra la nación, sin trapitos calientes.
Perdimos otras oportunidades como las inmensas cantidades de millones de dólares por el auge petrolero de los años 80 del siglo pasado, dinero que despilfarramos (corrupción aparte), en una borrachera de falso desarrollo nacional. Una más de este ramo: este gobierno desaprovechó el enorme repunte del precio del crudo, por obstaculizar a los inversionistas privados y necear con Pemex, empresa castrada por su sindicato. Por eso este Presidente ya le metió 20 mil millones de dólares entre capital y exenciones fiscales. Otra oportunidad perdida.
Y… bueno, el 2 de junio, si queremos, podemos aprovechar la oportunidad de poner en su lugar (a media calle), a los que nos ofrecen seguir igual; y otra vez, ya se dijo, volver a empezar.