José Francisco Domínguez Aguilar
Sean bienvenidos una semana más a esta columna, es un placer tenerlos de visita de nuevo, pasen y pónganse cómodos. En ocasiones las musas pueden ser bastante crueles; hace alguno ayeres, de visita por mi pueblo, acudí a una plaza comercial en la que se presentó un mago, al lado de mis hijos y sobrinos tuvimos la oportunidad de disfrutar del espectáculo gratuito que se presentaba para todos los que nos encontrábamos en el área de comida rápida, al final de la presentación el prestidigitador utilizó una frase que seguramente ustedes han tenido también oportunidad de escuchar en múltiples ocasiones: “El artista vive de los aplausos”, sin embargo el mago la remató con el siguiente jocoso añadido: “Pero con sus aplausos no pago ni la comida, ni la luz, así que a partir de ahora toda propina será bienvenida”
Las musas pueden ser bastante injustas en algunas ocasiones, verán porqué: Un creador hace su labor artística para satisfacer una sublime necesidad inherente en él, su fin es completamente abstracto, expresar sus emociones a través de una obra, por lo que es más que probable que en la materialización de su arte no busque de manera necesaria una compensación económica sino la recreación de su espíritu, por supuesto, como les decía antes eso es algo sublime, pero como bien dijo el mago, con eso no se pagan los servicios básicos, ni las colegiaturas, la gasolina o la comida.
Entonces de forma inevitable vino a mi mente, el caso de uno de los creadores que más admiro, el “Rey” Jack Kirby. Pocos artistas han influido y revolucionado el mundo de los cómics como él lo hizo, sin embargo, por injusto que parezca, todo su arte poco le redituó de manera económica puesto que los derechos de sus creaciones se quedaron en las codiciosas manos de las compañías y el Rey no obtuvo regalías por ellas, por lo que sus últimos años de vida los pasó lleno de la admiración de todos pero con serias penurias económicas.
En contraste, allá por los noventas del siglo pasado, también en el mundo de los cómics, se vivió una revolución por medio de la cual los creativos más populares del momento se separaron de las grandes editoriales y fundaron su propia compañía en la cual conservaban los derechos y las ganancias por todos sus personajes, en esa época un jovencísimo creador llamado Rob Liefeld se hizo muy popular, a pesar que sus ilustraciones tenían enormes carencias y se encontraban fuera de toda proporción anatómica. El joven, de no más de 20 años, incluso vendió licencias de sus creaciones a la compañía de Spielberg para proyectos de películas que nunca se llegaron a rodar, por ende el joven Rob se volvió millonario y hasta la fecha sigue viviendo cómodamente de sus ganancias de aquella época sin tener prácticamente que seguir trabajando.
En los últimos años de vida del Rey, la artritis en las manos no le permitía dibujar cómodamente, sin embargo, el gran maestro no pudo dejar de hacerlo porque tenía que solventar sus gastos primarios. Ante lo anterior creo que vale la pena preguntarnos, ¿Qué es realmente el éxito?, ¿Qué es más importante, el reconocimiento puramente artístico o el económico? ¿Pueden los dos llegar a compaginarse y permitir a un autor destacado vivir cómodamente de su obra?
Para nuestra sociedad actual, el éxito se palpa según los logros económicos, es usual pensar que una persona ha logrado mucho en su vida al acumular una enorme cuenta bancaria. Para otros –los menos- el éxito no se mide por el alcance monetario sino por logros personales: una carrera profesional, reconocimiento de los colegas o del público, y para algunos –un grupo aún más reducido- la satisfacción viene de una situación anímica y familiar estable y duradera.
Por supuesto que hay casos que demuestran que dos o incluso todos esos aspectos pueden converger en una persona, los creadores de las sagas de Harry Potter y Canción de Hielo y Fuego, no solo gozan de un enorme reconocimiento por su labor artística sino que la misma se ha traducido en enormes ganancias monetarias, en otro extremo del espectro están las creadoras de sagas como Crepúsculo o las sombras de Grey, a quienes se les ningunea el alcance artístico de su obra pero que han amasado enormes fortunas gracias a ellas.
Es respecto a esos últimos casos, los que me hacen pensar en los últimos años del gran Jack, ¿Habrá pasado alguna vez por su mente la idea de cambiar todos aquellos halagos por un poco de dinero?
Muchos grandes referentes del arte universal han pasado penurias económicas, varios de ellos murieron en la miseria, algunos ni siquiera pudieron saber la magnitud que tendría su obra para la posteridad, ¿Será posible que, en esos momentos de penurias, habrían cambiado todo ese reconocimiento venidero por algunas monedas?
Es más que probable que poco le importe a E.L James y a Stephenie Meyer lo mal que críticos y estudiosos de la literatura traten a su obra, puede que tampoco les haga mella el saber que son productos temporales que no pasaran a la historia de la literatura, sin embargo en el efímero paso de sus vidas, su historias mucho les habrán redituado a sus creadoras. Que un trabajo intelectual, por limitado que pueda ser, le reditúe económicamente a su autor, por supuesto que me parece más que justo, pero que otro autor con mayores alcances artísticos no pueda gozar de al menos lo básico ya nos hace ver que, como le dirían a Hamlet, que “algo huele a podrido en Dinamarca”
Con lo anterior no he podido también dejar de pensar en mi padre, un excelente abogado penalista, que no tuvo el reconocimiento económico que sus conocimientos ameritaban, y es que mi madre lo resume todo con una frase: “Tu padre nunca supo cobrar”, sin embargo, él era feliz con el alto concepto que de él tenían sus colegas, disfrutaba del halago y del reconocimiento verbal cuando les demostraba a otros abogados que lo contrataban para maquilarles trabajo, que sabía y podía más que ellos.
Ellos cobraban grandes sumas –a pesar de sus menores conocimientos jurídicos- y mi padre recibía muy poco de aquel dinero, sin embargo era feliz porque tuvieron que acudir a él y a sus conocimientos, a él le gustaba vivir de los aplausos y mi madre siempre le riñó por ello.
Termino con lo que comencé, no soy un mercader, ni un materialista pero me hubiera encantando que mis más grandes héroes Jack “El rey” Kirby y Juan Jaime Domínguez, hubieran gozado de un poco de la fortuna que ha sido alcanzada por creadores y abogados muy limitados e incapaces de compararse con su grandeza.
En el caso particular de Jack, se ha llevado los aplausos para toda la eternidad, pero ellos, por cuantiosos que sean, no le pagaron ni siquiera un mendrugo de pan.