Sr. López
La lindísima prima Silvia regresó a Guadalajara después de varios años en Madrid, allá por los años 50 del siglo pasado (estudió allá alojada supuestamente, en una residencia estudiantil femenina dirigida por monjitas). A su llegada, sus papás notaron un bebé que traía en brazos, morenito y de pelo ensortijado, chulo. –¿Y eso? -preguntaron destemplados –y ella, serena y sin dejar de mecerlo para que no despertara, les dijo: -¿Me creerían si les digo que hace dos años me casé con un príncipe marroquí? -silencio ominoso de los tíos- ¿y me creerían que enviudé y que es el héroe de la independencia de su país con monumentos por todos lados? -pulgares de mi tío al cinto; ojos entrecerrados y mandíbula apretada de la tía- ¿y me creerías mamá, que era guapo como de cine, alto como vikingo, aceitunado, ojos negros, fuerte como un Tarzán, de manos grandes (nótese: manos grandes), valeroso y de sangre ardiente, que me conquistó en un santiamén, me llevó a presentarme con su papá, el sultán, y que la boda duró 15 días y un año después, cuando nació Said -así se llamaba el bebé-, mi suegro nos regaló un palacio en Casablanca… ¿me creerían?… –¡Hija de la…! -alcanzó a decir su mamá, haciendo contrapunto a su papá que rechinando los dientes, mascullaba “me lleva la…”; siguió Silvia: -Ya me imaginaba que no me iban a creer nada… bueno, ni modo -estuvo unas semanas en México, se regresó a Marruecos y dejó acá consolidada mala fama (era pleno pleistoceno nacional) y las fotos que trajo de ella rodeada de ensabanados con camellos atrás, causaban hilaridad (“típicas fotos de turista”, decían todos, muy conocedores)… hasta que un día se desayunó la familia entera con la noticia en el Excélsior, de la conmemoración de la independencia de Marruecos… y ahí estaba la Silvia en las fotos, junto a Mohamed V, presidiendo un desfile militar en Rabat… todo era cierto, pero ella -viva que era-, no insistió, porque a fin de cuentas sí era increíble.
Sabido es que los presidentes de México, se vuelven locos en el quinto año de su periodo, no antes, y la Patria (la señora de toga blanca -ya muy embarrada- de la portada de los libros de texto gratuitos), sabe que es cosa de aguantar como se pueda a la entrega del poder, que recibe otro aún en sus cabales, hasta que de a poquitos, se vuelva loco también. Es la historia nacional. Sobran ejemplos (con las excepciones reglamentarias, claro).
Eso es consecuencia casi inevitable de que cada vez que abren la boca, así sea para pedir un vaso de agua, les aplauden, les echan confeti y serpentinas, y si dan la hora, les dicen que qué requetebonito hablan, que tienen la lengua del Crisóstomo y la elocuencia de Churchill, que son un clon de Superman y Gandhi, con el cerebro de Einstein y el corazón de la Madre Teresa, más hombres que Pancho Pantera, sabios como Salomón, infalibles como el Papa, necesarios a la nación como la lluvia a los campos; labor adulatorio-alienadora a cargo del infaltable primer círculo de depredadores que hacen fortuna a la sombra del poder
al precio de alabar sin fatiga al dador de toda gracia (contrato, concesión, negocios inconfesables o cargos), cosa acompañada por la mexicanísima impunidad que en algunos países produce asombro y asco, y en otros, envidia… sí, también causa envidia, pregúntele al primer Ministro del Reino Unido, Boris Johnson, que está a punto de perder la chamba por haberse ido de fiesta durante el confinamiento, cuando acá por algo así no le hubieran tocado ni cinco minutos en el rincón.
Es especial el caso actual porque nuestro Presidente llegó al poder cuando él era el primero que ni esperanzas tenía de terciarse la banda, pero cuando para su asombro se enteró, INE mediante, que no solo había ganado las elecciones sino que había arrasado, lógicamente vio que los cielos se abrieron y oyó la voz del Señor que decía: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido (Mateo 3-16, por si quiere verificarlo, a uno no le crea nada). Y desde antes de asumir el cargo, tomó las riendas del país con la complacencia de don Quique Copete, haciendo y deshaciendo a su antojo, como la “consulta” para cancelar el aeropuerto en Texcoco, la principal obra de infraestructura del país en décadas (o de siempre).
Como sea, ya declarado Presidente electo con 30 millones de votos, nadie se atrevió a hacerle notar que otros 60 millones (números a brocha gorda), NO votaron por él, lo que aconsejaba prudencia en el ejercicio del puesto para sumar a la legalidad de su victoria la legitimidad de sus actos, granjeándose con ellos el reconocimiento general. No. Él de inmediato se aplicó a la labor de autoconstrucción de su imagen como redentor-transformador de la nación y se dedicó y dedica, a vanagloriarse, a jactarse de que “el pueblo” lo puso y lo quiere, sin recapacitar que el 33% del electorado lo eligió y ese 33% no es “el pueblo”, es un tercio del “pueblo”.
Ratifica su admiración por él mismo el hecho de que las encuestas de popularidad lo sitúan arriba del 60% de popularidad, sin que tampoco nadie tenga arrestos suficientes para mencionarle que está en el rango de popularidad de los anteriores presidentes. No importa.
Lo que sí importa es que Consulta Mitofsky el pasado día 12, dio a conocer los siguientes resultados de sus encuestas: aprobación del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, 64% (¡cuetes!, ¡que se oiga esa banda!); en la misma encuesta, el 33.6% considera que la economía está peor (el 32.4% la ve mejor); respecto de la seguridad, el 41.3% la ve peor (el 23% la considera mejor); y la gesta estelar de nuestro Presidente, la lucha contra la corrupción, el 83% de los entrevistados dijeron que hay “mucha” (el 14.1% dijeron que no hay nada de corrupción).
Conclusión: si las encuestas son rigurosamente ciertas, el Presidente es muy popular y su gobierno una birria. La mala noticia es que la historia no consigna índices de popularidad sino hechos y a la luz de sus resultados tanta popularidad resulta una verdad sospechosa.