Sr. López
El Sapo le decían al esposo de la espectacular tía Elvira, dama de ¡y-retiemble-en-sus-centros-la-tierra!, tapatía (no autleca), que ya viuda, cerca de los 60, seguía estremeciendo varones. Este menda conoció al Sapo en fotos… y sí, era un sapo. Los viejos contaban que se casó con él porque ya a punto de contraer nupcias con el hijo del Gobernador de entonces, el doncel le salió con que le habían contado “algo” de ella y ya no estaba “seguro”, a menos que “le diera una prueba”, a lo que la tía respondió desacomodándole las muelas con una bofetada de cuidados intensivos, diciéndole que no quería volver a verlo y que ella se casaba igual “con el primero que pasara”… y bueno, el Sapo andaba por ahí. No tuvieron hijos, “¡bendito sea Dios!”, decía la abuela Elena.
A ver, no es tan complicado: en el 2024 Morena gana o pierde la presidencia de la república. Y gane o pierda, Andrés Manuel López Obrador no seguirá al frente del Ejecutivo. Ya, sosiegos.
Preocuparse por si el Presidente al término de su mandato, de verdad va a cumplir su promesa de retirarse absolutamente de la política es una trivialidad: si cumple, se va a su finca y deja de contestar su celular, nadie lo va a echar de menos… y si no cumple y trata de influir o mangonear así sea tras bambalinas, igual no va a poder hacer gran cosa, como no ha podido ningún expresidente, con excepción de Plutarco Elías Calles, en una circunstancia muy concreta y con un final nada halagüeño: el destierro y el abandono de sus fieles. Los demás, todos los demás, al término de sus gobiernos, han quedado en el tajante retiro que prescriben los usos políticos nacionales y a lo más que aspiran los expresidentes es a no ser vilipendiados. No hay posibilidad de que en este caso sea distinto, ni con su corcholata favorita: los retos de conducir un país como el nuestro impiden asumir el papel de segundones de un tata mandón y menos en este caso pues quien asuma la presidencia recibirá un cartucho con la mecha encendida.
Como sea, conviene hacer una distinción: no es lo mismo que las elecciones de 2024 las pierda Morena a que las gane la oposición, es distinto y está por verse, igual que el triunfo de López Obrador en 2018 fue la derrota que se buscaron a sí mismos dos partidos que del 2000 al 2018, decepcionaron, hartaron y desesperaron a 30 millones 113 mil electores de los que solo la mitad eran (y son) realmente seguidores de López Obrador. Es recomendable que los partidos políticos opositores al lópezobradorismo se den cuenta que no es lo mismo llegar a la presidencia ganándole al que ya se va (y hoy inició su quinto año de gobierno), que triunfar por mérito propio. Es desperdicio todo lo que la oposición diga contra el actual gobierno, el país necesita propuestas realistas que enciendan el entusiasmo y un fuerte liderazgo confiable.
Y mucho se equivocan los que piensan que los opositores se han tardado en sacar posibles candidatos a la presidencia: no es buena estrategia correr los cien metros planos en una olimpiada, empezando un kilómetro antes; el desgaste que acumulan en lomos las corcholatas presidenciales se lo ha ahorrado el real competidor que enfrenten… pero ya va siendo hora de que se pongan en acción los partidos de oposición; el proceso electoral de 2024 inicia en septiembre de 2023 y no sería mala idea que pusieran mucho interés, pero mucho, en ganar el Congreso federal siendo prácticamente imposible que el actual
gobierno no recurra a todas las mañas que desde el poder se pueden usar para asegurarse la presidencia de la república, sin miedo a acabar en tribunales probadamente ineficaces para evitar los hechos consumados en las elecciones presidenciales. Si los partidos opositores logran hacerse con el control del Congreso, bien pueden mantener a raya a cualquier Presidente, en todo, empezando por el presupuesto nacional y su rigurosa fiscalización. Pero, ya veremos. A veces parece que juegan a perder.
Otra cosa en que puede ser útil reflexionar es que el triunfo de López Obrador puso de manifiesto que el país está partido en dos, por un lado los que podían ir pasándola regular, bien o muy bien y por el otro, los más de 50 millones en pobreza y miseria, 43.9% de la población. La abrumadora votación que recibió fue de gente que no sabíamos lo enfurecida que estaba, tanto que creyeron a pie juntillas en lo que fuera que les dijeran a condición de que despotricaran contra los fifís.
No nos gusta a muchos el agresivo y grosero idioma presidencial, pero aún sin proponérselo (o tal vez sí, uno qué va a saber), ha sido una válvula de escape a una presión social que bien pudo (y puede), tomar tumultuariamente las calles.
Este gobierno no ha siquiera iniciado la solución de ninguno de los grandes problemas del país (seguridad, salud, educación, crecimiento económico), pero contuvo el descontento… al menos mientras conserven la esperanza; y eso, señores de la oposición, es la carta fuerte de Morena para volver a ganar la presidencia: la masa quiere conservar la ilusión, siempre.
Por supuesto los opositores pueden activar el voto de la mayoría que no está en pobreza y está que trina con este gobierno y con eso les sobra para triunfar, pero el enorme problema social ahí seguirá incubando males muy graves.
Si los opositores están en lo suyo, deben darse cuenta de la actual e inédita debilidad del régimen, gracias a la inmensa metida de pata presidencial de haber intentado la estafa de su reforma electoral: Morena anunció ayer que el Plan B para la reforma electoral se difiere hasta abril del año próximo. Así de mal está el ambiente con los partiditos rémora que hacen el caldo gordo a Morena.
Esos partiditos pueden voltearle la tortilla al gobierno, pues ya desesperados por la cerrazón presidencial a cambiar su Plan B que los pone en riesgo de desaparecer, le darán la espalda para sumar junto con los actuales opositores 297 curules y dejar a Morena con 203. No olvidar que el desesperado va a todas, se agarra de un clavo ardiendo.