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Todos en paz / La Feria

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Sr. López

 

Decía sonriendo la abuela Elena, que tía Nati (Natalia, pero le decíamos así), tenía pájaros en la cabeza. Tapatía guapa de quitar el hipo y más simpática que Vitola, se divorció de su primer marido porque era un vago; del segundo porque no sabía bailar; del tercero, porque nomás pensaba en trabajar; del cuarto porque siendo buen bailarín y próspero, era un antipático; y así le siguió hasta que se le acabaron las excusas y la edad para dar molestias, y pasó los últimos 12 años de su vida al lado de un viejito adinerado que resultó muy correoso, no tenía pensado fallecer y enviudó de ella, que murió sin heredar. Lástima.

 

De manera desconocida se implantan ideas en la mentalidad colectiva de los pobladores de este nuestro risueño país. A fines del siglo XIX, todo se iba a solucionar si don Porfirio estiraba la pata o se largaba; bueno, se largó… y nada. Luego a fines del XX, campeó la idea de que la fuente de nuestros males, era la falta de democracia; bueno, llegó el año 2000, celebramos la elección de Fox como arribo de la ansiada democracia y sus frutos dejaron a la ciudadanía con el mismo humor con que regresa de su Luna de Miel una novia virgen: muerde.

 

Hoy, desencantados de la democracia, sin fe en política, políticos ni partidos, ha permeado la certeza de que el problema nacional es la corrupción. Sin corrupción esto sería un Tabasco, que Tabasco es un Edén. ¡Padre!

 

La ciudadanía mexicana (es un decir), le entregó todo a AMLO, presidencia, Congreso, cámaras estatales, estados y municipios, entre otros motivos, para poner remedio a la corrupción. Muy bien.

 

Lo malo es que la honestidad oficial, entendida como no robar del erario ni sacar ventaja del puesto, no es sinónimo de buen gobierno ni de bienestar general.

 

Lejos de este López hacer la apología de la corrupción, de ninguna manera. Es deseable y exigible que nuestras autoridades y personajes públicos, sean honestos; pero parece prudente advertir sobre los nocivos efectos de comprometerse de más… luego viene el desengaño colectivo y la gente está como agua para chocolate. Cuidado.

 

Esto de la corrupción política no es nuevo. La denuncia más antigua que se ha encontrado, es del año 1,100 A.C., de un tal Peser (un funcionario del faraón Ramsés IX), echando de cabeza a otro empleado del gobierno de entonces (ha de haber sido un escandalazo, pero no se sabe más; lástima). No han estado exentos de cargos de corrupción algunos cuyo nombre brilla en la historia universal. Van unos ejemplos (y si de veras le interesa, consígase la “Breve historia de la corrupción”, de Carlo Alberto Brioschi,  editorial Taurus):

 

El famosísimo Demóstenes, en 324 A.C. (hace 2,342 años), fue condenado a destierro por haber pellizcado del dinero depositado en la Acrópolis. Pericles, llamado en su tiempo “Primer ciudadano de Atenas” y “El incorruptible” (c. 495 a. C.- 429 a. C.), fue acusado de inflar el costo de construcción del Partenón coludido con Fidias, el glorioso escultor y arquitecto (si le gusta el chisme, lo consigna Plutarco con pelos y señales, en su obra “Vidas”)… Pericles, asustadísimo, dicen que por eso se puso a darle picones a los espartanos hasta desatar la Guerra del Peloponeso y así la libró. Después, por su derroche de dinero público le impusieron una multa brutal (se estima que pagó unos 30 talentos, más o menos unos 900 kilos de plata). El que sí pagó los platos rotos y murió preso, fue Fidias. Nada nuevo bajo el Sol.

 

En el imperio romano no estuvieron exentos. Un caso escandaloso fue el de Cayo Licinio Verres, gobernador en Sicilia (siglo I A.C.), al que imputaron 40 millones de sestercios de daños al erario (calcule: un obrero ganaba al año por ahí de 1,300 sestercios… don Verres traía bailando unos 31 mil años de salario). Catón el Censor, fue juzgado 44 veces por corrupción. Escipión el Africano, cargado de honores, se fue al equivalente de entonces del rancho de AMLO, por cargos de corrupción, y se le acabó la carrera política. No escaparon a auditorías y escándalos el gran Julio César y sus gobernadores. La cosa llegó a tal grado que el Senado romano puso en la ley que para acceder a un cargo público, el funcionario tenía que depositar fianza (no es mala idea), y las penas por cargos de corrupción eran, exilio o suicidio (tampoco es nada mala idea).

 

Los más prestigiados famosos han estado bajo sospecha, caído de la gracia pública o en la cárcel por andar de tentones:

 

Dante Alighieri (1265-1321) puso a los corruptos en el Infierno de su “Divina Comedia”, pero él fue desterrado por recibir sobornos en la elección de priores y por moches municipales.

 

Napoleón permitía a sus ministros “robar un poco, a condición de ser eficientes”. ¡Caramba!

 

Richelieu en vida tuvo fama de muy corrupto (Montesquieu decía de él que era “el peor ciudadano de Francia”); igual que su predecesor Mazarino, quien amasó en 10 años la mayor fortuna de Francia; y de Talleyrand, ya en tiempos de la Revolución Francesa, Napoleón afirmaba que era “el hombre que más ha robado en el mundo”…. Y así las cosas, François Mitterrand, presidente de la República Francesa de 1981 a 1995, dijo: “Es cierto, Richelieu, Mazarino y Talleyrand se apoderaron del botín. Pero, hoy en día, ¿quién se acuerda de ello?”… bueno, cínico, pero tiene razón.

 

El siempre incomprendido Maquiavelo, aconsejaba: “Que el Príncipe no se preocupe de incurrir en la infamia de estos vicios (de la corrupción), sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado”. Pasadito de tueste.

 

Pero otro, que no era cínico ni pasado de tueste y hasta canonizaron, Tomás Moro, decía: “Si el honor fuese rentable, todos serían honorables”.

 

Churchill consideraba que “un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia”. ¡Órale!

 

No es recomendable prometer erradicar un mal legendario, porque no hay políticos pasteurizados; pero el que la haga que la pague, eso sí se puede y se debe. Si van a robar, que ni se les note, con eso se moderan y todos en paz.

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