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Tiempos violentos / A Estribor

Tiempos violentos / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

La evocación del título nos recuerda la cinta de Quentin Tarantino de 1994. Un filme en tres tramas que, para su tiempo, resultó una cruda apología de la frialdad con que la violencia se manifiesta en grado superlativo. Por fortuna, lo que se recuerda hoy de ella no son esas cruentas escenas, sino el bailongo de antología entre John Travolta y Uma Thurman.

Esa violencia es la que se vive ahora en nuestro país. Ya no es solo un reto para las autoridades. Tiene que ver con la forma en que nos estamos familiarizando con las escenas de violencia. Todos los días circulan en redes sociales, y después en noticieros, imágenes de ejecuciones captadas por videocámaras y la violencia cotidiana que azota a nuestro país. Cadáveres putrefactos, personas abusadas y violentadas, decapitadas, mutiladas, torturadas. Cadáveres colgando de un puente mientras el puesto de hamburguesas sigue despachando.  Ya ni siquiera hay advertencias respecto a que lo trasmitido contiene imágenes no aptas para todo público. Resulta casi inevitable que los niños sean alcanzados con esta peste que abraza indiscriminadamente a todos los públicos.

Padecemos un contagio colectivo de morbo necrofílico. Siempre la nota roja engancha a los lectores, radioescuchas o televidentes. Pero ahora convivimos con la normalización de la criminalidad.  Las narcoseries son protagonizadas por galanes de cine y sensuales actrices. La opulencia contrasta con la violencia. Una sociedad desvalorizada moralmente, sin amor por el prójimo, desbocada por el consumismo ornamental.

Pero la violencia no es solo física. Los insultos y linchamientos están a la orden del día en las redes sociales. No hay diálogo sino polarización. No hay medias tintas, sino maniqueísmo. No hay pluralidad sino bipolaridad. O estás con nosotros o estás en contra de nosotros. Los mexicanos nos dividimos entre ustedes y nosotros. Contra la violencia de género se ha creado una cacería de brujas tras los acosadores, presuntos o reales. Nadie se salva. Los famosos encabezan las listas de la cruzada inquisidora. Los acribillan sin misericordia desde sus prejuicios y juicios sumarios. Dan por cierto todo lo que circula sin importar el daño que pueden provocar.  Linchan con sus dígitos flamigeros al músico Armando Vega Gil por una denuncia anónima en redes sociales de cuya autoría nadie sabe y nadie supo. Al día siguiente el músico se suicida. Acabaron con él, con su reputación y su forma de vida, en menos de 24 horas. No hubo escapatoria más que la puerta falsa. Graban a Mireles, no en un acto oficial o público sino en una charla utilizando adjetivos ofensivos hacia a las mujeres. Lenguaje común entre ciertos segmentos de la población. Los piropos de un albañil merecerían la horca. Al día siguiente piden su cabeza, quieren que renuncie. Una piloto comercial, Ximena García, lanza una broma en su cuenta personal y se vuelve trending topic. La acusan de terrorista. Le piden a Interjet que la despida como si representara un verdadero peligro. Cuestión de enfoques.

El historiador Pedro Salmerón director del INEHRM califica de “jóvenes valientes” a los asesinos -integrantes de la liga 23 de septiembre- de Don Eugenio Garza Sada. Lo hace desde la cuenta oficial. Desde su perspectiva histórica. Los empresarios regios no piensan lo mismo, pero la visión de los vencidos es ahora la de los vencedores. Bajo esa óptica Doroteo Arango, el célebre Pancho Villa, quien acuñó la frase “primero fusilo luego viriguo“ no merece ningunos honores. De bandolero a héroe revolucionario, pero al fin de cuentas un asesino cruel.
Ahora desde el púlpito mañanero a quienes ejercen el derecho a disentir o expresarse, los llaman adversarios, fifís, conservadores y toda una lista de epítetos. No hay medías tintas. Todo lo que venga de ahí representa al pasado neoliberal, padre de todos los males que asolan al país. Subido al ring y hostigado por la critica, el presidente se vuelve repelente a todo cuestionamiento. Difícil así pensar en la reconciliación del país. Pero el aquí y el ahora es lo que nos está tocando vivir.

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