Sr. López
Tío Macro fue un tipo hecho a marro que llegó a General del ejército echando bala en la Revolución. Los viejos contaban que los más bragados valentones de Jalisco bajaban la vista si aparecía; también decían que tenía la voz rasposa, que solo abría la boca para mandar y que no nació quien no lo obedeciera. Se casó con una jovencita hija de un hacendado michoacano, tía Lucha, más linda que las más lindas, gentil, suave de trato que veneraba a su marido y lo obedecía también en todo, igual que sus hijos, mozos y sirvientas. Pero la abuela Elena decía que no era cierto, que tenían un trato: fuera de la casa el General mandaba, dentro, ella, a condición de decirle a su marido qué quería para que él lo ordenara. También decía la abuela que cuando el General ya era viejito la única orden que daba era: -Pregúntenle a Lucha qué mando –y lo obedecían, claro.
Por sabidas razones, nuestras fuerzas armadas están de moda en los medios de información, no solo por su participación inconstitucional en labores de seguridad pública y por el guacamayazo, sino especialmente por los imprudentes discursos del General Secretario de la Defensa Nacional:
Uno, el del 20 de noviembre del año pasado, llamando a los mexicanos a unirse a la 4T, violando el artículo 17 de la ‘Ley de disciplina del ejército y fuerza aérea mexicanos’, que manda: “Queda estrictamente prohibido al militar en servicio activo, inmiscuirse en asuntos políticos, directa o indirectamente (…)”.
Y otro, el discurso del 13 de septiembre de este año, en la ceremonia de honra a los niños héroes, pronunciado ante el gabinete, representantes de los otros poderes y el propio Presidente de la república, el en el que por poquito llama traidores a los que critican al ejército, pues dijo: “(…) debemos discernir de aquellos que con comentarios tendenciosos generados por sus intereses y ambiciones personales antes que los intereses nacionales pretenden apartar a las fuerzas armadas de la confianza y respeto que deposita la ciudadanía (…)”, frase aplaudida por la mayoría de los presentes, pero no por el Presidente, quien acusó recibo de la pedrada a don Encinas (y a él mismo), por el informe sobre Ayotzinapa en el que ejército salió muy mal parado. En fin.
Las fuerzas armadas de México como las conocemos, son creación, de punta a rabo, del general Joaquín Amaro (a) El Indio (que eso era), que alcanzó el grado combatiendo en la Revolución y fue secretario de Guerra de tres presidentes (Calles, Portes Gil y Ortiz Rubio), y quien de 1924 a 1931, realizó su ‘Plan de reorganización de jefes y tropas surgidos de la Revolución’, y no solo impuso la disciplina que le conocemos a nuestro ejército, sino que lo profesionalizó y civilizó con programas culturales y la instalación de bibliotecas en los cuarteles. Amaro merece más que la estatua ecuestre frente al Campo Marte, sobre Reforma en la CdMx. Es otro tema.
Así inició la primera etapa de nuestras fuerzas armadas que Amaro adoctrinó como defensoras de la Revolución y leales al régimen que de ella surgió. La segunda etapa inició en 1946, a la llegada del primer Presidente civil postrevolucionario, Miguel Alemán, lo que eliminó la cercana relación militar con la clase política, dando paso a un pacto no
escrito, vigente: el gobierno no se mete con las fuerzas armadas y estas apoyan el régimen civil.
La siguiente etapa, la tercera, empezó en 1994 con el presidente Zedillo, quien borró del discurso oficial a la Revolución, liberando al ejército de su lealtad a los gobiernos surgidos de la Revolución (los del PRI, pues), haciendo posible la “apertura democrática”, con las fuerzas armadas ahora leales a la democracia, sin partido y apolíticas, leales a quien quiera que llegara a la presidencia del partido que fuera.
La llegada al poder de López Obrador, planeó desafíos a nuestras fuerzas armadas. La historia entre el actual Ejecutivo y el ejército, empezó mal. De hecho, Andrés Manuel López Obrador es el primer candidato presidencial abiertamente antimilitar que hemos tenido y el segundo Presidente antimilitar desde Venustiano Carranza (que en 1920 perdió el poder con el alzamiento de Calles, de la Huerta y Pablo González…último golpe de Estado que ha habido en México, por cierto).
Empezó mal porque los militares antes de que ganara la presidencia, se opusieron a López Obrador por sus muchos dichos contra ellos (ahí le recomiendo lea en el Universal del 8 de febrero de 2018, la nota titulada “Ejército enlista groserías de AMLO”), que remató con su cándida declaración -‘sincericidio’-, del 30 de junio de 2019, a La Jornada, ya siendo Presidente: “Si por mí fuera, desaparecería al Ejército”, agregando que es la Guardia Nacional lo que el país necesita. Bien les ha de haber caído a los militares la franqueza presidencial.
Pero no hay Presidente que coma lumbre. La arrolladora realidad se impuso al actual que de crítico y del “por mí los desaparecía”, pasó a ser su vehemente defensor, a darles responsabilidades en la administración pública netamente civiles y a transferirles cataratas de dinero sin fiscalización.
Pero nuestros militares no son de capacidades diferentes ni padecieron insuficiencia de ácido fólico en el seno materno: no confían en el Presidente, punto. Saben cuánto vale su palabra, que simular o engañar no le altera el pulso y de su facilidad para usar a las personas sin sentirse en deuda con nadie.
Para nuestros militares la honra y cumplir la palabra son de altísimo valor y así lo ordena el artículo 24 de la ‘Ley de disciplina del ejército y fuerza aérea mexicanos’: “Los militares rehusarán todo compromiso que implique deshonor o falta de disciplina, y no darán su palabra de honor si no pueden cumplir lo que ofrecen”.
Quienes vaticinan que en lo futuro nuestro ejército no regresará a las labores que estrictamente les tocan, olvidan su lealtad intachable de más de un siglo. Y llegada la sucesión presidencial, los que creen posible jugar con ellos, se pueden llevar una terrible sorpresa.