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Tarugos / La Feria

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Sr. López

En la familia materno-toluqueña, a tía Carlota no le daba un quinto de gasto su marido, tío Carlos. Él iba al mercado, pagaba cuentas y todo lo demás, no por avaro sino porque la tía tenía pájaros en la cabeza y cuando sí le daba el gasto, a veces no había qué comer, porque la señora había comprado ¡otra! batería de cocina o les cortaban la luz pero ella había estrenado licuadora. Hasta que lo hartó. Y vivieron muy felices… bueno, no tanto.

Muy a brocha gorda, en este mundo, los gobiernos se conceden a sí mismos el monopolio de la violencia y el derecho de robar. 

Si le parece fuerte eso de robar, diga cobrar impuestos, da lo mismo, los gobiernos quitan a la gente parte de sus bienes y la gente no puede negociar ni negarse, no es un contrato: pagar impuestos es obligatorio y se castiga no hacerlo.

Lo de la violencia legal se entiende: los gobiernos deben cuidar de la seguridad pública… y si hace falta repartir mamporros, se reparten. Además, si cualquiera pudiera legalmente hacer violencia, sería el despelote perpetuo.

Lo de los impuestos merece algunas consideraciones. Varios pensadores de respeto, cuestionan la validez de los impuestos o francamente los señalan como un robo (del siglo XIX, Frédéric Bastiat y del XX, Murray N. Rothbard, Carl Menger y otros).

Es muy recomendable Ludwig Von Mises (1881-1973), filósofo y economista enorme, quien afirma que los impuestos son necesarios, que son el precio de vivir en civilización, pero que no dejan de ser una forma de expropiación y un robo al ser un pago no voluntario.

La justificación de los impuestos tiene de su lado apensadores grandes, muy grandes, como Platón y San Agustín, y hasta en la Biblia se ordena pagarlos (en Génesis, capítulo 47, versículo 24, para que no batalle).

Por brevedad, digamos que en general, la idea actual de quienes piensan que dar al gobierno parte de lo propio es la cosa más linda, es asumir que los impuestos son parte del contrato social, que los impuestos los determinan los gobernantes con el acuerdo de los gobernados que los eligieron libremente, en el entendido de que deben tomar parte de la riqueza para uso púbico. Está bien… ¿de veras?

Mire usted, a un jurista, exjuez del Tribunal Superior de Nueva Jersey, Andrew P. Napolitano, autor de unos nueve libros de derecho, se le ocurrió este ejemplo:

¿Es un robo si un hombre roba un automóvil?… sí; y si una pandilla de cinco hombres roba el auto ¿no es robo?… sí es robo; pero qué pasa si es una pandilla de diez hombres que votan, junto con el dueño del auto, si pueden quitárselo, ganan los diez y se lo quitan… ¿ya no es robo?; y si son cien hombres los que toman el automóvil y a la víctima le dan una bicicleta… ¿no lo robaron?; y si son 200 hombres los que le quitan el coche, le dan una bicicleta al dueño y otra a un pobre… ¿ya no es robo? Es robo.

El punto de don Napolitano, es dejar claro que por grande que sea el grupo que determina cuando deja de ser robo tomar propiedad ajena, sigue siéndolo. Y peor, deja el desafío de establecer qué tan grande debe ser el grupo para que quitar la propiedad del individuo se transforme en “derecho democrático”… y obligación del ciudadano entregar sus bienes mansamente o se va a la cárcel.

Lo cierto es que desde muy antiguo se cobran y pagan impuestos; con registro clarito, desde el antiguo Egipto (20% de la cosecha era para el Faraón y el aceite era su monopolio). En la antigua Roma el emperador Vespasiano implantó el ‘vectigal urinae’, el impuesto a la orina (chéquelo, no le crea nada a este menda); en Rusia y en Inglaterra, pusieron el impuesto a las barbas; el dictador comunista Nicolás Ceaucescu en Rumania, le puso impuesto al celibato de las mujeres(le insisto, chéquelo), y mínimo cuatro hijos o a pagar impuesto.

Pero no vaya usted a pensar que esos fueron pecados del tiempo, no, que ahora en la muy civilizada Suecia, se paga un impuesto de unos 800 dólares por ponerle nombre a los bebés; la Agencia Tributaria Sueca tiene una lista de nombres que lo pagan, si lo consideran extravagante, revíselo, está vigente. Y nada de que no tienen derecho, está en la ley y es parte del “contrato social”. Sí Chucha.

Estamos tan acostumbrados a los tributos que ya no llama la atención pagar impuestos por alojarse en un hotel, treparse a un avión, o ¡ahorrar!, porque en esto de pepenar lo ajeno, los gobernantes son muy creativos (y cínicos). Y no se le olvide que en México se pagan impuestos por tener coche… y por comer (revise la carta del restaurante de su preferencia, ahí dice que los precios incluyen el IVA).

Este junta palabras por supuesto no cree posible que haya sociedad civilizada sin impuestos. En el Estado Vaticano no se pagan impuestos, cierto, pero tiene 600 habitantes y reciben dinero de todas las diócesis del mundo. Es un caso.

Y su texto servidor está muy al tanto de los argumentos de los defensores de los impuestos, entre otros que el Estado (el gobierno), tiene toda la autoridad (?), para determinarlos y también para obligar a la población a pagarlos, porque los impuestos son necesarios para brindar servicios a la población, como seguridad, salud, educación, etc.; y para dotar al país de infraestructura. Cosas, las dos, muy discutibles, hay países en los que todo eso lo hace la iniciativa privada sin cargo al erario, pero es otro tema.

Por eso, precisamente, no deja de llamar la atención que nuestro gobierno con toda esa autoridad que se conceden a sí mismos para poner y cobrar impuestosen México, esté en completo desacuerdo con que otro país, implante nuevos impuestos, que eso son los aranceles del fétido Trump a lo que su país nos compra.

¡Ah!, es que hay un tratado comercial para no pagar esos impuestos. Bueno, pues allá el Trump si acabacon él. Y nuestro gobierno nunca aceptará que ese enorme daño a nuestro país, es de su estricta responsabilidad. En México no pagaron ningún precio por no abrir las fronteras ni por los “abrazos no balazos”, hasta ganaron las elecciones. Pero no todos son sus tarugos.

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