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Tapar el pozo / La Feria

Tapar el pozo / La Feria
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Sr. López

Que se tenga registro, el único temblor (eso de “sismo” no lo usamos nunca), que dejó en ruinas a todo el valle de México (todo), ocurrió el año “Nueve Caña” (más o menos 1475), sin que se sepa la hora, el epicentro ni la magnitud (no tenían reloj ni instrumentos de medición), pero en grados Tepeyolotl (dios azteca de los terremotos), estuvo horrible, según los dibujitos del reporte de los sismólogos de Axayácatl (que era el mero mandón de la tribu entonces).

De ahí pa’l real ha habido otros temblores muy feos, como el de “Cuatro Pedernal” (rondando 1496). Luego, desde que estas tierras fueron la Nueva España ya se contó con registros de fechas, y desde 1837 se les asignó una magnitud (nada confiable, al puro trancazo, por no escribir una vulgaridad).

Hasta por ahí de principios del siglo XX, un cura -Giuseppe Mercalli-, se sacó de la manga su escala, que asignó grados, del 1 al 10, dependiendo de los destrozos; pero era a ojo. Nada confiable la cosa.

Fue en 1935 que Charles Richter y Beno Gutenberg, sabios del Instituto de Tecnología de California, inventaron su escala de magnitud de sismos, la que llamamos “Richter” -por cierto: dicen los que saben, que no se debe decir “grados Richter”, aunque así le digamos todos-; escala que no es lineal sino logarítmica, lo que este López no tiene idea qué signifique, pero un sismo de grado 2, no es el doble que un sismo de grado uno, sino 32 veces mayor; y así entre cada grado, de modo que un temblor de “grado” 3 en escala Richter, es 1,024 veces peor que uno de magnitud 1. El problema con el sistema Richter es que después de 6.9 “grados”, se les hizo bolas el barniz (“efecto de saturación”, dicen los que saben), pero en 1979 Thomas Hanks y Hiroo Kanamori, del mismo Instituto de Tecnología de California, idearon la escala sismológica de “magnitud de momento”, que es más seriecita y por lo mismo es la que ahora se usa y la única que sirve cuando la cosa se pone muy grave (después de 6.9 “grados”).

Pa’l caso: es inmensa la diferencia entre un temblor de 8 que uno de 8.1. El del jueves fue de 8.2 (en escala mexicana -que es muy precisa-, corresponde exactamente a un temblor “de-su-chi”). Ahí vea la foto que ilustra esta Feria (que es una representación de la diferencia entre temblores que pusieron en el Museo de Terremotos de Kobe, Japón).

En México, desde el temblor de “Nueve Caña” hasta el del jueves pasado (14 de septiembre de 2017 a las 11:49 de la noche), hemos tenido 168 temblores de esos que hacen rezar oraciones que ni sabía uno que se sabía. Y de siete “grados” para arriba, se han registrado al menos 67.

Los muy graves han sido, el del 9 de octubre de 1995, en Colima, de 8 grados; el del 19 de septiembre de 1985, de 8.1 “grados”, y el del día siguiente, de 8 “grados”, que remecieron el centro, sur y occidente del país y machacaron la Ciudad de México; el del 28 de agosto de 1973, en el centro del estado de Veracruz y el oriente de Puebla que varió de 7.3 a 8.5 (el más intenso del que se tenga registro en nuestra historia); y los demás que se anotan de magnitud 8 o más, ni los mencionemos: no existía la escala Richter, ni la actual, la de “magnitud de momento” (Hanks-Kanamori).

O sea: con registro confiable, el de este jueves pasado, está entre los cinco más terribles de nuestra historia (8.2 “grados”), el segundo más grave (si es certera la medición del de 1973 en Veracruz y Puebla), y lo padecieron 50 millones de personas en Chiapas, Oaxaca, Ciudad de México, Guerrero, Tabasco, Puebla y Estado de México. No sería el peor en cien años, pero no son competencias, igual estuvo espantoso.

Por su magnitud y sus ya cerca de mil réplicas, podemos considerar que los daños fueron menores, lo que no atenúa la tragedia de los 90 fallecidos, porque un sismo similar causa millares de muertos (el de 1985 en la CdMx, mató a 12,843, según el Registro Civil, incluidos los que fueron a  la fosa común, sin identificar). En construcción, algo se ha hecho bien en el país que no tanto en cuestiones de prevención (que a la hora de la verdad, con el temblor encima, casi todos hacemos tonterías).

Ahora entran en acción las autoridades. Correcto. Nada más se solicita tener muy presente que en el caso de la capital del país, de los temblores del 19 y 20 de septiembre de 1985, la tarea de remoción de escombros se terminó 10 años después: el día 4 de marzo de 2015 (30 años después), el Jefe de Gobierno del aún D.F., Miguel Ángel Mancera, se comprometió a otorgar vivienda a los que aún vivían en campamentos; y ese mismo día, el titular del Instituto de Vivienda (INVI) de la capital del país, Raymundo Collins Flores aceptó que aún había cinco campamentos a los que “ya se está ofreciendo atención”(y mencionó a los de Atlampa, Nextengo y el Rayo). Treinta años damnificados.

En la capital del país, esos sismos de 1985 le quitaron por siempre el poder al PRI. La gente no olvidó la aletargada reacción oficial. Nacieron las organizaciones ciudadanas y la gente entendió que puede muy bien y sin el gobierno, resolver sus urgencias.

Ahora, todo apunta a que no será este el caso, tanto por lo infinitamente menor del número de víctimas, como por la primera reacción de las autoridades, que -todo debe decirse-, ha sido adecuada.

Confiemos… porque las cosas en México, si se enfrían en los medios de comunicación, pasan al olvido, como está en el olvido la revisión y en su caso adecuación o reparación de la planta nuclear de Laguna Verde en Veracruz, de la que años van y años vienen hablando del peligro que representa por huracán o terremoto, y no se actúa a pesar de estar calificada como una de las más inseguras del mundo (ahí busque por su cuenta El Financiero, edición del 6 de mayo de 2014: “Planta Laguna Verde, de las más inseguras del mundo: extrabajador. Bernardo Salas Mar, físico-matemático, señala que los reactores ocupan los últimos lugares por las violaciones a las Especificaciones Técnicas de Operación”).

Antes del niño ahogado, señores, a tapar el pozo.

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