Sr. López
Tía Carolina, de las de Toluca, cada día amanecía con un nuevo mal y su médico la visitaba, le daba frasquitos con chochos y no le cobraba nada, eran amigos de muchos años. Murió muy ancianita y el médico en el acta de defunción, puso “muerte natural” y aclaró: -Murió de vieja, tenía una salud de hierro -los chochos eran de azúcar. ¡Vaya!
Se dice que México está sobre-diagnosticado. Sobran hasta estorbar, los dictámenes de lo que le pasa al país, lo que necesita, lo que debe hacerse y evitarse.
Pero los asuntos nacionales discurren indiferentes a la palabrería de los que se arrogan el derecho a señalar la senda por la que ha de discurrir la realidad mexicana, senda determinada con fantasías dirigidas a satisfacer el solitario placer de creerse próceres.
No pocos presidentes desperdiciaron así su sexenio, modificando la Constitución a su antojo, aunque unos muy pocos sí han trazado caminos mejores, por más que haya sido por el irresistible empuje de otros países y organismos internacionales; de esta manera, se modificó nuestra Constitución dando máxima prioridad a los derechos humanos, desechando las “garantías individuales” de antaño; igual se reformó nuestro Derecho Penal de manera que ya no más el acusado debe probar su inocencia, sino el acusador la culpabilidad; y antes, cuando el TLC, hoy T-MEC, por la inevitable influencia de los EUA, entramos al bloque comercial más poderoso del mundo.
El actual gobierno federal por su discurso y hechos, pasa a formar parte de aquellos que se malograron en el intento de sellar el destino nacional conforme a los designios de una sola persona, el Presidente, apoyado por los convencidos y convenencieros que nunca faltan, y ya no tiene remedio faltando un año y dos días para el fin de su periodo. Deja sin resolver cosas que se agravaron en estos cinco años de repetitiva retórica e ineficacia, junto con otras que dejó en el abandono, particularmente la seguridad nacional, el someter a la ley a la delincuencia organizada y desorganizada que asola al país (o asuela, vale igual), porque no son puntos aislados del país a merced de la delincuencia sino amplias regiones y ciudades importantes (al menos en el interior de 22 estados, los carteles imponen su ley, por si le parece poco).
México, hay que reconocerlo con pesar, sabe lidiar con la violencia. Salió de un siglo XIX de sangre y asonadas; resurgió de la prolongada guerra civil que llamamos revolución mexicana; consiguió superar mediante acuerdos la bárbara Guerra Cristera; y logró contener, reducir y vencer a diversos, no pocos, grupos guerrilleros urbanos, rurales e indígenas.
También México remontó en el siglo XIX un generalizado bandolerismo que en ocasiones contaba con el apoyo de integrantes de ejército, pues Porfirio Díaz no sabía sino aplastar a los criminales y lo consiguió con extrema mano dura… que el pueblo agradeció, por cierto.
Ya con 27 años en La Silla, don Porfirio en la famosa entrevista con James Creelman, en febrero de 1908, para la revista británica Pearson Magazine -ampliamente reproducida en la prensa mexicana de la época-, declaró sin trapitos calientes:
“Éramos duros. Algunas veces, hasta la crueldad. Pero todo eso era necesario para la vida y el progreso de la nación. Si hubo crueldad, los resultados la han justificado con creces. Fue mejor derramar un poco de sangre, para que mucha sangre se salvara. La que se derramó era sangre mala, la que se salvó, buena. La paz era necesaria, aun cuando fuese una paz forzada (…)”. ¡Zaz!
Y por si le interesa saber a qué se refería don Porfirio con eso de “éramos duros”, entérese que en esa misma entrevista lo aclaró con tranquilidad:
“Empezamos castigando el robo con pena de muerte y apresurando la ejecución de los culpables en las horas siguientes de haber sido aprehendidos y condenados. Ordenamos que donde quiera que los cables telegráficos fueran cortados y el jefe del distrito no lograra capturar al criminal, él debería sufrir el castigo; y en el caso de que el corte ocurriera en una plantación, el propietario, por no haber tomado medidas preventivas, debería ser colgado en el poste de telégrafo más cercano”. Tan tranquilo… pero ya nadie cortó cables de telégrafos, eso no, claro.
Hoy, parece mentira, estamos de regreso a esos tiempos pero peor. Los bandoleros muertos de hambre del siglo XIX que robaban la paz a la gente común, son unos nenes de brazos frente a las bandas del crimen organizado actuales. Su crueldad es inaudita y solo se puede comparar a la que predominaba en lo que hoy llamamos México, cuando las tribus se hacían la guerra interminablemente y encima, se comían los unos a los otros porque eran antropófagos, extremo sobre el que hay sobrada prueba; eran tan feroces que los conquistadores españoles ya vencida la Gran Tenochtitlán, quedaron horrorizados por la crueldad de sus socios, los tlaxcaltecas, que siguieron durante días asesinando gente, niños incluidos, sin que pudieran impedírselos.
De ninguna manera nadie con la cabeza en su sitio, puede desear el regreso del sistema de pacificación porfirista, no, de ninguna manera, pero la intención actual de este Presidente, de conseguirlo sin derramar sangre, es en el mejor caso, un propósito bueno de un abuelito paciente y amoroso, del todo inadecuado para someter a la ley a los delincuentes que en este gobierno han campeado a sus anchas y cometen cada vez mayores atrocidades, incluyendo comer carne de los que asesinan. Por ahí del 2011, Hillary Clinton declaró que le resultaba inimaginable la violencia de los Cárteles de la droga mexicanos (disculpas por la falta de cita, es falta de tiempo, pero sí lo dijo).
Ofrezcan lo que ofrezcan las dos candidatas a la presidencia, deben tener presente que la advertencia de Jesús Reyes Heroles en su discurso del 5 de febrero de 1978, ya nos alcanzó: estamos plenamente en el México bronco. Y en el mismo discurso dijo el gran don Jesús que se debía evitar “una burocracia de abejas con horror a la responsabilidad”. Tal cual.