Rodulfo Reyes
La discordia que sembró Andrés Manuel López Obradoren Tabasco a finales de los 80, obligado por el fiero embate del entonces omnipotente PRI, sigue siendo una asignatura pendiente en la clase política criolla. El triunfo del de Macuspana en su tierra en 2012, un sexenio antes de hacerse del poder federal, no ha logrado traer la paz social, sino al contrario.
En 1988 que el actual Presidente abandonó el Revolucionario Institucional para participar en la fundación del PRD, un partido que vio sus mejores momentos como bandera de la izquierda, comenzó la deshidratación del tejido social.
A partir de 2000 que la figura de López Obrador se potenció al asumir la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, el encono entre los tabasqueños se hizo más evidente.
Era, entonces, la lucha entre el priísmo que a la postre se pudrió y una clase política si bien emergente pero nutrida de vientre tricolor.
Dejado en puros huesos el vetusto instituto político, en parte por la emigración al sol azteca cuando era la fuerza de moda, como sucede ahora con la desbandaba a Morena, este partido muy pronto se hizo de su propia historia como sinónimo de lopezobradorismo.
Extraída toda la sangre del PRI y del PRD en 2014 que se reglamentó la nueva fuerza política de raíces tabasqueñas, los simpatizantes de Andrés Manuel se quedaron sin una oposición medianamente fuerte con quien confrontarse, y el pleito a navajazo limpio es entre ellos.
En 2012 que ese puñado de tabasqueños se multiplicó y por fin ganó la Quinta Grijalva, la conquista del territorio tricolor no trajo la armonía: Arturo Núñez Jiménez, que “cantó victoria” gracias al de Macuspana, llegó con el puñal entre los dientes como queriendo pelear.
El político que traía la fama de ser el funcionario tabasqueño más completo de los últimos tiempos, se dedicó en cuerpo y alma a perseguir a su antecesor priísta, Andrés Granier Melo, su compadre, a quien metió a la cárcel, en una “vendetta” que alcanzó hasta a su hijo Fabián.
Tratar de meter a prisión a políticos del partido que le negó la candidatura a Plaza de Armas en 2000, cuando estaba en la etapa más productiva de su carrera, volvió irracional a Núñez, que se valió de sus buenas relaciones con el presidente Enrique Peña Nieto para enjuiciar, aun con pruebas falsas, a quienes culpaba de su fracaso de dos sexenios atrás.
Algunos de los ex servidores llevados a prisión por Núñez murieron apenas lograron traspasar las puertas de la cárcel, acabados en todo sentido.
El ex perredista se olvidó de gobernar y terminó convirtiendo su gestión en una igual o peor que la que acorraló.
En 2018, en su turno, Adán Augusto López Hernández no pudo perseguir a Núñez Jiménez ni a su equipo porque el presidente López Obrador lo paró en seco el 23 de agosto de 2020 en una conferencia mañanera ofrecida en la 30 Zona Militar de Villahermosa, cuando dijo que no se perseguiría al ex gobernador porque él no era “partidario de las venganzas”.
López Hernández no salió a cazar nuñistas por tener las manos amarradas, pero “congeló” a esa corriente y –lo peor– reactivó el antiobradorismo, al que ubicó en los mejores cargos, lo cual ahondó la herida social por el resentimiento de los partidarios de siempre de AMLO.
En su toma de posesión habló de “conciliación”, pero a su encumbramiento llegó la corriente priísta que había perseguido a los seguidores de Andrés Manuel.
En primera fila estuvo Manuel Gurría Ordóñez, a quien se le considera el primer mentor de López Hernández.
Quién sabe si como parte de lo que él entendía por “conciliación”, pero Adán López llenó su administración de enemigos históricos de AMLO, lo que a la postre pudo ser determinante para que fracasara estrepitosamente al buscar la candidatura presidencial que fue para Sheinbaum.
Ahora le toca a Javier May Rodríguez, el primer lopezobradorista “puro” en llegar a la gubernatura, remendar la tranquilidad social descocida por Núñez y Adán Lópezdesde hace 12 años.
En un primer acercamiento de lo que será su gestión, el ex director de Fonatur ya se sacudió a la clase gurriístaencumbrada por el anterior mandatario, lo que al menos le cierra el paso a la corriente priísta que garroteó a su movimiento.
Muchos esperan de él apertura política, ánimo conciliador, que abra espacios más allá de su grupo integrando a gente que le dé imagen a su gobierno y que le atraiga simpatías, corriendo atención personal a tabasqueños distinguidos, no encerrándose en una burbuja.
Que May le regrese el diálogo a la vida pública, los espacios de convivencia política y social más allá de ideologías y dogmatismos para que los hombres públicos puedan volverse a ver de frente para darse la mano olvidándose de lo que en el pasado los separó, eso es lo que se pide.