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Su nombre: Guadalupe

Su nombre: Guadalupe
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Carlos Román García

El poema de Renato Leduc puesto a continuación es un buen ejemplo de la acidez y el sentido del humor que lo alejaron del Parnaso, donde, por demás, no se sentía cómodo, pero nunca del toreo ni de los sitios de buen comer y mejor beber. Viene a cuento cada 12 de diciembre porque es sabido que la mayoría de los mexicanos tiene a la virgen de Guadalupe, en el ámbito cada quien de su propia fe, por encima de cualquier otro culto o latría. Yuxtapuesta a Tonantzin, nuestra madre –cómo no en un país de madres, de a madre, hasta la madre–, Guadalupe tiene un nombre cuya etimología común mezcla árabe con latín, guadal lupus, río de lobos y es morena, como la mayoría de los indios y los mestizos. 

Invocación a la virgen de Guadalupe y a una señora del mismo nombre: Guadalupe… 

Hay gente mala en el país, 

hay gente 

que no teme al señor omnipotente, 

ni a la beata, ni al ínclito palurdo 

que da en diezmos la hermana y el maíz. 

Adorable candor el de la joven 

que un pintor holandés puso en el burdo 

ayate de Juan Diego. 

El sex-appeal hará que se la roben 

en plena misa y a la voz de fuego. 

Tórrido amor 

amor no franciscano el que le brinda 

año por año turbulenta plebe 

mientras pulque y fervor 

en frescos jarros de Oaxaca, bebe. 

Una reminiscencia: Guadalupe 

era tibia y redonda, suave y linda, 

Otra reminiscencia: 

a ella fui como el toro a la querencia 

por ella supe todo cuanto supe. 

Negra su cabellera, negra, negra, 

negros sus ojos, 

negros como la fama de una suegra, 

tan lúcidos provocan y tan propios 

el guiño adusto de los telescopios. 

Vestida de verde toda 

iba —excepto los labios rojos 

y los dientes— vestida de verde-oruga, 

verde-esperanza o lechuga, 

verde-moda. 

El indio grave que a brazadas llega 

mar cruzando, picada de aspereza, 

a su santuario; 

y la mujer infame que navega 

con virtuosa bandera de corsario… 

Ojos dieran, los ojos de la cara 

sólo porque a la vuelta de una esquina 

la pequeña sonrisa que ilumina 

de luz ultraterrestre su cabeza, 

les bañara… 

La flapper y el atleta 

piernas dieran —milagros de oro y plata— 

si la clara 

ternura de esta Virgen les bañara 

al llegar a la cama o a la meta. 

Manos de oro colgara 

manos, el acreedor hipotecario

colgara, y el ladrón y el funcionario 

si sus ojos veteados de escarlata 

esta risa una vez iluminara. 

Amapolas 

que en un suspiro se deshojan solas; 

testimonios fehacientes de mi fe; 

rosas inmarcesibles… por un día 

opio de teponaxtle y chirimia. 

Anhelantes de sed y de impotencia 

en turbias fuentes beberemos ciencia… 

¿para qué… ? 

Si el caramelo que mi boca chupe 

será siempre tu. nombre: Guadalupe… 

No conocí personalmente a Renato, el gran jefe Pluma Blanca, como era denominado en las redacciones, pero durante años ocupé su mesa en La Jaliscience, cantina de San Agustín de las Cuevas, hoy Tlalpan, donde venden sabrosas tortas y sirven buenos tragos. Don Pancho Núñez, el Gitano, director de El Sol de Chiapas, fue su secretario particular. Cuando nos encontrábamos en los expendios de botanas o bebidas espirituosas, al llegar el otro, quien se encontrara sentado se levantaba y a dueto con el recién llegado, recitaba en voz alta: “yo vivo de lo poco que aún me queda de usted / su sonrisa, su aliento / una lágrima suya, que mitigó mi sed.” Su periódico cumplió recién 66 años, cuatro más que yo. 

Con don Pancho y los Núñez me une una amistad entrañable. Quise a Rodrigo Núñez de León, admirable por la vastedad de su cultura y la finura de sus ediciones; quiero a Gonzalo siempre simpático y agudo, y desde hace unos años a Chico Yescas Núñez, periodista heterodoxo que es un excelente camarada de parranda como fue su abuelo. 

Nunca pude entrevistar a Rodrigo, pues su abrumadora sencillez lo hacía mandarme largar a la primera pregunta. Quise enviarle a una amiga que, con el dominio femenino del lenguaje no verbal, pudiera lograr que conversara como lo hacía cuando ya medio bolo contaba anécdotas sobre todos los protagonistas de la contracultura tuxtleca, a quienes conoció y trató, a quienes enseñó y de quienes aprendió. Alguna vez hicimos un memorable viaje a San Cristóbal, acompañados por el poeta Joaquín Vásquez Aguilar, con quien fui cantando corridos de caballos desde que salimos de Chiapa hasta que pasamos Navenchauc. 

Soy hombre de pluma y me llamo Renato decía quien, después de vivir la infancia en Tlalpan, cursó la niñez en las cercanías de la Villa de Guadalupe, inmune a la devoción católica por las enseñanzas de su padre, el francés Alberto Leduc, también periodista, quien le inculcó distancia de las iglesias contra la opinión de su madre. Como vecino del cerro del Tepeyac fue testigo de aquellas procesiones multitudinarias que acudían (y siguen acudiendo) a venerar a su mera madre con su carga de tamales, memelas, pulque, tacos, tortas, tanguarniz y marrascapache. 

En busca de un milagro, mi madre me condujo a entrar de rodillas a la Basílica, lugar que frecuentaba la familia muchos domingos, días en que mi padre iba a pagar las mandas rotas a la virgen, antes de patrullas espirituales y tazos dorados, con multa monetaria, contrición, dolor de corazón y propósito de enmienda, por vulnerar la veda de no tomar, que rompía afrontando las consecuencias, la primera, apechugar ante la madre y pedirle perdón. 

Alguna vez, subiendo al cerro donde la guadalupana se le apareció a Juan Diego, rumbo a la capilla de El Pocito, cuyas aguas trascendían olor a azufre, pues según estudios geológicos en esa zona del norte de la Ciudad de México hay petróleo, mis padres me descuidaron un momento y en instantes ya iba yo de la mano de una buena señora, acompañada de quien podía ser su marido. Cuando en uno de los descansos de la larga escalera mis padres se percataron de mi ausencia alcanzaron a verme a lo lejos y mi hermana salió corriendo para rescatarme de los robachicos, quienes no querían soltarme hasta que vieron la procerosa figura de don Lino avanzar hacia ellos. Distraído como soy, apenas me di cuenta de lo que sucedía y, como mi edad entonces era menor a aquella en la que se comienzan a guardar recuerdos, alguna vez le pregunté a mi papá: ¿no fueron ustedes los que me llevaron y mis verdaderos padres otros que siguieron yendo a la Villa en busca de un milagro?

Ladera del Cañón del Sumidero

3 de diciembre de 2024.

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