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Sofismas y contaminación ambiental / A Estribor

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Juan Carlos Cal y Mayor

Un sofisma es una mentira presentada en forma de verdad. Amlo ha señalado que el uso de energías alternativas como la eólica y la fotovoltaica es, precisamente un sofisma porque supuestamente reduce los costos para generación de energía, pero tiene que ser subsidiada. Lo fue en un principio, en efecto, para estimular la inversión privada en este sector, pero ya no.

El gobierno ha decidido cerrar el paso a las energías renovables a toda costa por conservar el monopolio de la generación eléctrica para la CFE. Incluso está restringiendo su uso a hogares, empresas e industrias que están generando energía para su propio autoconsumo. A diferencia del petróleo es un absurdo suponer que la energía eléctrica y su generación, es propiedad del estado. No tendría porque obligar a nadie y menos a los altísimos costos que impactan en la viabilidad de muchos negocios. Es una situación que ya ni se discute en todos los países desarrollados y otros tantos en vías de desarrollo.

El Acuerdo de París (2015) derivado del protocolo de Kioto (1995) implicó que varios países se comprometieran a cumplir metas específicas con la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (CGI). México se comprometió a que el 35 % de la energía generada para 2024, y el 43 por ciento para 2030, sería limpia. Dichos objetivos y otros, como reducir en un 25 por ciento los GEI de vida corta y en un 51 por ciento las emisiones de carbono, requirieron incentivos por lo que México diseñó tres subastas que se realizaron entre 2015 y 2017, resultando 90 contratos para desarrollar energía solar, eólica y geotérmica. Así se reducirían las emisiones en 54 millones de toneladas de CO2 para 2030.

Todo eso ha dado un vuelco ahora con esa capacidad estomacal que tiene la 4t. Varios países hicieron inversiones en México en esta materia y ahora se les está incumpliendo cerrando el paso a la inversión privada nacional o extranjera al tiempo de reactivar la generación de energía en sus geotérmicas utilizando no solo carbón, que es el mayor contaminante, sino también combustóleo que es el residuo de la refinación de petróleo crudo y contiene un alto porcentaje de azufre. La exposición a sulfatos como a los ácidos derivados del azufre es peligrosa para la salud debido a que ingresan directamente al sistema circulatorio humano a través de las vías respiratorias.

La producción con combustóleo es además costosa. En 2019, la producción de un megawatt hora con combustóleo fue de 138 dólares, mientras que el mismo megawatt generado con energía solar costó 67 dólares y la eólica 66, tomando el rango más alto de precios, según datos de la Secretaría de Energía. Por su ineficiencia, altos costos económicos, de salud, ambientales y por sus emisiones de gases efecto invernadero, el combustóleo permanecía en desuso y en espera de ser retirado del sistema eléctrico; sin embargo, las instituciones a cargo de ejecutar la política energética actual pretenden aprovecharlo para la generación de energía eléctrica. Y esto porque precisamente en enero de este año la Organización Marítima Internacional (OMI) prohibió su uso en barcos por ser altamente contaminante y no sabemos que hacer con él.

No hay pero que valga. Se trata de salvar nuestro planeta. China a pesar de ser el mayor productor de carbón del mundo y que ocupa el tercer lugar en las cantidades de reservas de carbón, es a la vez el mayor inversor en energías renovables y busca cumplir con su promesa de limitar sus emisiones de carbono para el año 2030, prohibiendo los vehículos que funcionan con combustibles fósiles. El Reino Unido prohibirá las ventas de automóviles diésel y gasolina en 2040 y Francia anunció un plan similar para cumplir con los objetivos de mantener el calentamiento global por debajo de 2 grados centígrados.

Ya llegará el momento en que los países que están cumpliendo con estos objetivos exijan a países como México cumplir con su parte estableciendo sanciones económicas o restricciones. El presidente desde su rancia óptica y trasnochado nacionalismo, no solo ignora sus compromisos internacionales de reducir la emisión de contaminantes, sino que ahora los está incrementando considerablemente. Y todavía hay quien le sigue aplaudiendo…

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