Los medios nacionales han cubierto recientemente la trayectoria de un escritor de cuya poesía no tengo mayor conocimiento salvo lo declarado por otro poeta igual de loado en el territorio mexicano; este dice: “la economía, la justeza del tono, la sencillez, la chispa repentina del humor y las revelaciones instantáneas del erotismo, el tiempo y el otro tiempo que está dentro del tiempo.” Me gustaría apreciar el siguiente examen hecho por De Quincey: “Siempre que Coleridge se hallara en la fuerza de incluso un espíritu superficial, era brillante en sumas partes; era magnífica su consideración para emplear un concepto que fuera prostituido con frecuencia y ello parecía exceder los estándares humanos.” Es curioso que un lector deba instruirse con un objeto como la alabanza, cuya capacidad para instruir es bastante nula al compararse con una apreciación hecha por cualquier otra persona en torno a hechos un poco más casuales. En cualquiera de las alabanzas de Cervantes de su Viaje del parnaso podemos encontrar alguna nimiedad como esta: “Miré la lista, y vi que era el primero / el licenciado Juan de Ochoa, amigo / por poeta y cristiano verdadero.” Algunas más curiosas como las de Lope: “Augustino León, Fray Luis divino, / O dulce Analogía de Agustino.”
Las mismas personas que suponen que las alabanzas son una fuente íntegra de conocimiento y de instrucción moral o literaria, son las mismas que son inconscientes que cualquier persona rara vez puede obtener de la fricción de los aplausos y la admiración, un humor que no esté basado en la condescendencia y en la falta de una mejor constitución en nuestros semejantes. Siempre que una obra posea una composición regular deberá ser vindicada; en cualquier sentido el mérito literario es tan vano como el promovido por cualquier otra afición. No quiero hablar de algo que sería, más o menos, el inmérito de los méritos; únicamente me gustaría señalar que toda condecoración es circunstancial como cualquiera de estos pasajes; vindicar aspira a ser composición más o menos feliz, en la medida que defiendan designios más racionales, y no cualidades o detrimentos personales.
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