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Sobre que las uniones por común acuerdo son ejemplo de virtud sobrada

Sobre que las uniones por común acuerdo son ejemplo de virtud sobrada
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Carlos Álvarez

Hace no mucho todos mis pensamientos, que no basta saber que son pocos los que caben en mi persona para creer que son todos muy severos, ni son menos honestos por no tener en demasía como los tienen quienes excusan cuanto sienten en lo que recuerdan, fueron alebrestados por una noción, que así le diré porque no me pareció que fuera una idea, porque no solo no la entendía sino que no le ignoraba para sentir que razón había para escucharla pero no prometía en bien favor más grande por resolverla, que no solo eran vanos mis trabajos porque nadie más que yo los entendía, sino que estaban vacíos porque a duras penas yo le disfrutaba, pero por parecerme vanidad más grande creer que el fruto de mis obras debía de ser solo mío, y por ser según todos creen más grande despropósito obrar de modo que a todo el mundo plazca, me terminó por parecer que no hacer nada no solo era más indigno que las cosas que yo diariamente hacía, sino que me fue menos deshonroso que seguirlas haciendo de modo que ni entendía la honra que merecía ni creía en la que el sentido me prometía. 

No siempre que se ven acrecentadas las honras por el efecto de nuestras acciones, queda intacto nuestro poder para dejar nuestro provecho protegido de todas las melancolías y las esperanzas que suelen traer las promociones de la fortuna; suelen haber hombres, pequeños, narigudos, enjutidos, sin vicios duros, encorvados, y con dotes que harían decir que si no son del vulgo lo son de bestia domesticada, los cuales suelen enamorarse de mujeres mucho más hermosas y adineradas de lo que estas criaturas debieran hacerse entender que tienen permitido, y que por no serle suficiente haber perder la cabeza, porque si donde el corazón obliga razón no reina, ha de ser que donde razón manda pasión no juzgue, les resulta digno no saber dónde ponerla; así entonces les parece conveniente más que el público les considere locos antes que enamorados, porque no solo es más fácil de perdonar una locura que una malicia, sino que es más fácil de lidiar un malicioso que un enamorado; así cuando no les es suficiente ser chaperón y servidor de las vanidades de la señoritas que nada de ellos admiran y casi todo de su discurso aborrecen, atienden todo cuanto en la medida que no les sea necesario mover las pestañas en señal de solicitar lo que sabe que no quieren antes de pedir con decencia y sin maltrato cosa que su necesidad de verás quiera; vienen entonces a tolerar todo tipo de disgusto, y no solo acometen con amabilidad a quienes estas señoritas aman, sino que no les ven como enemigos ni como impedimento para ejecutar aunque fuese con falsedad el amor que no pudieran hallar por más que Dios lo quisiera. Se suele creer que aman los hombres del vulgo con tanta indecencia que no la parece a las señoritas cosa digna de pena, sino que antes les parece orgullo gustar, aunque sea a los desquehacerados; también se ha dicho que os hombres de la alcurnia no parece ceder a ninguna pasión si no antes a la calamidad y al infortunio que su razón percibe, y que por ello no solo entienden el amor como nadie más, sino que no pueden sentirlo de ningún modo. Pero esto es mentira, y se prueba en que por igual en que no se maldice en medio de una congoja porque sea nuestra tristeza agradada por la falta riqueza, ni aliviada por el tamaño de nuestra reputación y nuestra haciendo, sino que no tiene lugar la tristeza en los bienes que hemos hechos, ni lugar la pena en las que queremos, y casi nunca hay fuerza que detenga el accidente en el que se ve preso el sentido, ni surte efecto ninguna esperanza en nuestros impedidos deseos; al fin, no parece tener valor nada de lo que somos dueños, y es hasta parece ser más cierta de lo que ya era la verdad de que nada valen las cosas. Ya con esto tenemos sentido suficiente para saber que no compete la discreción en estar falto o sobrado de bienes, y para el amor igual es que no depende el sacar provecho de lo que poseemos sino de aquello con lo que nos asistió la naturaleza. 

Pero no debiera ser posible que por no depender el amor de cuanto poseemos, es decir que no se ve reducido lo máximo que es el amor a lo pequeño que son las posesiones, que dependa entonces de cuanto somos, porque no siéndole suficiente a la razón no saber decir lo que somos, sino que antes le es más delicioso conocer lo que no somos, viene a ser muy ingrata paradoja que dependa la pasión más hermoso de todos los orbes, y por la cual han sufrido por igual livianos, nobles y mundanos, de conceptos no solo no entendemos sino que no sabemos sí de verás lo son. 

Pasa entonces que puede una señorita estar enamorada de seres que no menos que bestias tienen parecer, y los hay hombres a quienes pone la falta de vigor y de valentía en empeños tan malos en los cuales se ve el honor de su querer tan herido por adorar no solo lo que le es imposible sino por querer lo que a nadie con provecho asiste, que nos hace pensar que no solo conviene enamorarse cuando con la razón se siente, y esto significa decir que no es enamorarse sino quedarse con quien más nos convenga y esto es lo mismo que quien menos daño nos haga. Así pues que como ante la Providencia tienen menester todos los seres de declararse comprometidos, y no solo se prueba con el horror que por igual católicos y protestantes sufren de ver que dos seres del mismo género contraigan nupcias, con la misma potencia ha de sufrir la virtud que se quede desquehacerada una señorita o quedado un caballero, y para que no quepa una sola solución en que deban todos casarse cuando su querer no se compadece de su porvenir, creo yo que las uniones que se dan de común acuerdo, sea cuando es hecho en el vulgo porque el uno que es adinerado es feo, y el otro que es de dotes más acabados es de bienes más cortos, que así en las clases más raras, y con ello me refiero a las más altas, donde no se sufre menos el que se enamore un rico de una jodida, de lo que se padece que no termine el patrimonio por ser más extenso.

Debiera enumerar una serie de razones que si bien no pudiesen refutar cuanto de verás creo que es creíble, justifique aquellos entendimientos que entorpecen la sazón de los ingenios que se dejan llevar por aquellas ideas que les protegen de las ofensas que antes se entrometerse con las que placen con la misma fuerza que al público dan permiso de ofendernos: a la razón que dice que son las pasiones el significado primero y el último de nuestra libertad, dijera yo que resolver lo que sean que son las pasiones no repara en aliviar el tormento que deshace el ánima de todos los seres que es la muerte; y no solo digo que es vano defender con mucha voluntad cualquier doctrina, sino que es tonto creer que cualquiera de ella es cierta; no se dijera antes que es suficiente la añoranza de tener la razón, sino que sea verdadera la esperanza de no tenerla. A la otra razón que dice que es causa de la miseria más insoportable no hacer lo que uno quiere, diría que no hace nunca nada lo que desea, ni aun cuando puede, y menos cuando lo hace. A la última razón que es enemiga de esta empresa que dice que cuando mengua la razón mengua también la tranquilidad, diría que si mengua la razón por estar con quien no se quiere, mengua también la voluntad, y basta recordar que no es menos difícil de alegrarnos cuando no sabemos lo que sentimos de lo que es imposible cuando sí lo entendemos, para saber que de nada sacamos menos provecho que de nosotros mismos, y cuantos preceptos nos permitan gozar y recibir contento, ni mucho importa entenderlos, y menos recordarlos.

No han sido pocas las ocasiones en las que he forzado mi voluntad excusar daños de ajenos que no habría tratado con más decencia de haber sido provenientes de mis acciones, y luego de que mi memoria no guardara como deuda todo aquello que no por ignorar sufrí con menos pena, me termina por parecer que no solo hay poquísimas industrias que pueden pasar verdaderamente por nuestro sentido, sino que no hay ninguna que luego de pasar por él no parezca antes necedad que desatino, que por no querer creer aquello que dice el vulgo para consolarse de ignorar, diciendo que es todo desconocimiento saber alguno, me resulta la razón, suma de todas las imperfecciones habidas y por haber, pero por no hallar más altos ni mejores sentidos para llamarla errada ni más ciertos motivos para darla por innoble, termina mi opinión por ceder a cuanto mis deseos quieran y a cumplirlos en la medida más decente que no pueda quedar un daño ocasionado por su cumplimiento sin ser saldado o sanado.

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