Carlos Álvarez
No es anormal que un autor posea mucha esperanza sobre el destino de su obra como un desconocimiento poco favorable sobre sus habilidades naturales; pocas persona podrían ser movidos por la honestidad cuando las empresas públicas evidencian que sus fines responden al hecho de ser admirados, y el hecho de que la honestidad sea pervertida una vez que declaramos que nuestros trabajos están motivados por buenos fines, nos podría dar una idea de aquello que Johnson dice que ningún lugar ofrece una convicción más sorprendente de la vanidad de las esperanzas humanas que los laboriosos volúmenes que empastados para nada más que perpetuar el aprendizaje, descuidan el hecho de que ninguna obra que demande tanto tiempo para una breve satisfacción merece ser considerado un oficio digno.
Tenemos la evidencia de muchas obras que por obra de los vanos esfuerzos de la crítica no han logrado atribuirse la perpetuidad que otras gozan con el favor de la fortuna; esto nos da una idea que no le ha sido suficiente al género humano dirigir sus esfuerzos hacia los cimientos de los honores, y los efectos de la vindicación desmedida, para dirigir hacia los fines prácticos de la rectitud su hablar y su actuar, y que el definir los objetos de sus artes tampoco ha favorecido para deshacerse de la que idea que nuestras fuerzas naturales siempre han sido insuficientes para el estudio de lo que perpetuamente sea excelente y bello, y que todos los principios en los que hemos visto reducidos nuestros ejercicios más decentes y liberales siempre han sido cultivados por el prejuicio, la curiosidad o la adulación de alguna facción.
Hoy no tenemos las herramientas para maravillarnos de algunos deliciosos pasajes contenidos en los libros de caballería; en el Olivante de Laura podemos hallar los siguientes pasajes: “han sido alimentadas por un espíritu público esclavo de los desaguisados yelmos tolerancias, y adoradores de los cursos naturales de los principios,”; “sin la secreta influencia que la inmoderación deposita en el valor de aquellas vidas que no están subordinadas a la educación de los poderes del sentido y los artículos de la fe”. En el Felixmarte de Hircania se encuentran mejore referidos los hechos: “arrojado sin ningún reparo al olvido y reducido todo a ciegos fanatismos e iras motivadas por la persecución y el despojo”; “ejercitó la curiosidad de los sofistas y todo tipo de ambición desproporcionada, pues de no progresar la ignorancia como los ingenios maliciosos lo quisieran, porque destruyen siempre la razón de sí misma, y tiene el Ser, justicia, perdón y olvido para administrar con diligencia lo que unos pocos dicen que no todos entienden”; en Febo el Troyano hallamos una forma más libre: “motivado por el sentido común groseramente asistido por extrañas iluminaciones incapaces de reconocer la vulgaridad como una extensión de las inclinaciones filosóficas, e intolerantes para vindicar cualquier operación que fuera producto de los predominantes deseos del contento.”
No debemos dudar que los autores de estas obras comprendieron con facilidad los más misteriosos de los enigmas de la naturaleza humana, sin prestar atención al hecho nunca menor, que la mayoritaria porción de seres vivos siempre han preferido no entender los metafísicos dictados del buen juicio.” En el Florisel de Niquea se lee: “que ya el mundo entero no creía que fuese más oportuno el ayuno que el empacho, y valiendo más la oveja que un pastor, siendo lo mismo fe que razón pero muy diferente sentido y gusto, le convino acordarse a la gente que en aquellos tiempos todo el mundo era la China o la Europa del mismo modo que antes toda la humanidad fueron las principales partes de la Roma”; “fuesen los más oportunos de los tiempos aquellos donde a todo deber le faltaba razón para ser que no fuese mal cumplido, o a toda obligación le sobrara para que no fuese mal entendida”; “adornado de toda la virtud posible y de toda la más probada de las excelencias, y pudiera correr el santísimo mensaje como lo hizo Maratón por todas partes donde no tuviera embarazo la fortuna de crecer hombres que no admiran otras ciencias que no fueran las que pudieran ser aborrecidas”; “los dorados yerros que por caer en manos de no muy ingeniosa gentes vinieron ser cacharro en la memoria y hojalata de los tiempos.”
Las artes narrativas nos invitan una y otra vez que desobedezcamos la exigencia de nuestros razonamientos, y que bajo ninguna circunstancia prefiramos antes contemplar todo a manera de entenderlo que de entenderlo. Cualquiera de estos pasajes puede pertenecer a las obras homéricas; podemos leer la Arcadia de Sannazaro y distinguirla perfectamente de la Galatea de Cervantes; no creo que podamos hacer lo propio con estos pasajes; en los siguientes números me dispongo a exponer las traducciones inglesas y estos esbozos de la caballería castellana.