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Sobre los vicios de la crítica moderna

Sobre los vicios de la crítica moderna
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Carlos Álvarez

Usted, lector, está obligado a leer mis ideas, aunque yo no tenga ningún interés de entenderlas. Hay un momento en la vida de todo escritor en la que se considera que no puede escribirse más; generalmente esta idea proviene del hecho de no poder mirar algo con la misma admiración, y lo único que puede curar este estado es sacar de nuestra naturaleza la humildad suficiente para maravillarnos con las estupideces más nimias de los caracteres públicos. Para mal de todo no soy un escritor, y por ello no me he visto en la necesidad de buscar en mis ánimos un sentido para temer del ridículo; esto no me ha impedido ser negligente en comercios que pueden significar un incremento de mi riqueza y una tranquilidad de la que pocos a lo largo de la existencia logran vanagloriarse; si lo pienso de forma más detenida, la idea de haber existido siempre no podría permitirme ser más decente, tanto como la noción de no poder dejar de existir podría permitirme enamorarse de las virtudes más inalcanzables y de las que han sufrido su encarecimiento los adoradores de la perpetuidad. Digo esto porque mi sensibilidad nunca me ha permitido degustar de la búsqueda de experiencias inéditas en las artes tanto como mi curiosidad no me ha dejado de permitir sacar ventaja de las inconsistencias que no dejan de haber en todo tipo de honradas aficiones; esto puede dar una idea al lector de cuan mercenario puede ser mi carácter cuando se trata de ceder al hecho más hermoso de todos los posibles, como es el de entender que solo podemos estar en lo cierto con una mínima parte de todas las cosas a las que nos aferraremos para toda la vida como si se tratara de la verdad forjada con los metales más blandos de lo absoluto.

No he hablado de mi persona porque considere que en mi discurso esté depositado un mensaje cifrados por los dioses capaz de domesticar los rebeldes bronces que abundan en los discursos de mi entorno civil; lo hago porque, en palabras del señor Moore, hasta donde sé, mi alma  ha adquirido diversas tonalidades desde que la placenta de un hospital público permitió que fuera escuchado por primera vez el ímpetu de mi temperamento, y ha permanecido tan libre de sus cualidades más apreciables al grado que ninguna de ellas es lo suficientemente original como para creer que el número desigual de placeres que han tenido lugar en mí, ha tenido el mismo espacio en otros seres, así como el matiz de emociones que solo ha pertenecido a doctores, faraones, reyes, ladrones y edecanes, puede y hasta donde he apreciado me parece la más coherente, no reside en la idea de que para vindicar un objeto de ella debemos asumir que el ser humano es lamentablemente racional, sino en el entusiasmo de saber que afortunadamente el ser es, por encima de cualquier cosa, algo irracional. 

La literatura está constituida por los placeres menos deseables de la imaginación; en ella un engaño puede ser admirable, la malicia puede adquirir un aspecto tolerable, la melancolía puede significar un tipo de conocimiento necesario para la alegría, y la virtud puede representar la parte más aburrida e inhóspita de los hombres; por encima de decir que la literatura es inmoral, esto significa que es preceptiva. Podemos apreciarlo cuando escritores que no sugieren absolutamente nada logran un considerable número de adeptos que defienden que la idea más valiosa del universo es no defender absolutamente nada. A este punto, hay dos preguntas que deben guiar mi discurso, ¿qué es la literatura y qué es la crítica? Para bien de nadie que no sea mi porvenir, mi idea de crítica consiste en que no tiene validez definirla, y para mal de más de uno, y en ellos me incluyo, creo que la parte que menos vale la pena de la literatura es su definición.

Si no es por la experiencia, nadie puede saber hasta quépunto una buena parte de sus cualidades representan las designaciones más extraordinarias para un oficio en específico; de hecho, la mayoría de los dones más hermosos perecen sin que sus portadores tengan conocimiento de ellos; en el caso contrario, muchas personas suelen pasar por alto sus propias fuerzas, y deciden ignorar el hecho de que muchos de sus deseos no favorezcan a sus facultades más propicias, y ejercitan sus facultades más incompletas para el cumplimiento de deseos que por obra de la fortuna simplemente no les fueron dados. Este es el caso de la mayoría de los escritores. 

Algún crítico tuvo la idea de que nunca podremos entender la naturaleza de la poesía hasta que estemos listos para entender la naturaleza del ser humano; esto quiere decir que lamentablemente nunca podremos entender a ningún ser humano sobre la faz de la tierra. Esto puede ser tan falso como el hecho de que lo único que nos permite entender a un poeta es que sea un hombre, y tan verdadero como el hecho que nos impide entender la poesía es que sea escrita por el hombre. Existe cierta sofisticación en la literatura que nos permite diferenciar entre un escritor serio, de uno infantil; es raro que el gusto no haya sufrido el mismo progreso para diferenciar que la mayoría de los escritores que han corrompidos los razonamientos de los seres más mediocres han sido los más serios, y quienes han aliviado un poco los corazones humanos de infamia, vergüenza y agravios, han sido los más infantiles. Esto me parece una prueba suficiente para demostrar que no está mal que la crítica literaria se doblegue ante la necesidad de no entender nada en particular; y, de hecho, es una prueba más que necesaria para entender que la dignidad más severa del arte no depende tanto de la seriedad con la que es defendida una idea, como de la severidad con la que es asumida la idea de que en el arte existe algo que defender.

No poseo la capacidad para fabricar una historia que supere todo tipo de grado de azar y resulte familiar a más de mil seres; el conocimiento que puedo poseer de las artes no me ha inducido a considerar que los artificios son antes un despropósito, de lo que puedo creer que las ideas más honestas siempre han sido las más estúpidas. He encontrado personas que desaprueban la existencia de cualquier discurso literario que no describa un objeto específico de la existencia, y esté constituido de aliteraciones, anacolutos, y todo tipo de figuras retóricas por las que Lope es Lope y Quevedo es Quevedo; mi repudio hacia las ideas de estos críticos no podía nacer de la idea que poseen sobre las artes, sino del hecho de que la única idea que poseen sobre las artes es que hay una manera de no hacerla, y desafortunadamente la idea que más ignoran de la literatura es el hecho de que no hay un solo modo de saber cómohacerla. Todos tienen la libertad de someter su voluntad a la equivocación más discreta, y de hacerse creer que no piensa en cosas que fuesen sobrenaturales y gastar sus ratos del día sin que la pase por el pensamiento desear en más porque le parece que pensar en algunas otras no sea de su merecimiento. Hay un límite muy legítimo en dictar reglas para la escritura, y hay un margen muy impensable para creer que algo como una regla debe legítimo en algo irracional como las artes. Si acaso existe una virtud de la crítica que pretende vindicar cada parte de la vida con la misma elegancia que Flaubert confesó a Sand que buscaba en las frases cortas, es la de ser racional por encima de todo; si acaso existe una cualidad por la que miles de obran sean vindicadas diariamente, sin que la mayoría de sus lectores las hayan leído verdaderamente, es su capacidad para deleitar, y esta capacidad no proviene de ademanes que sean exclusivos del entendimiento.

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