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Sobre la virtud como percance en la historia

Sobre la virtud como percance en la historia
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Carlos Álvarez

Bacon señaló que es difícil conocer la constitución y el temperamento un imperio; Pellicer, comentarista de Góngora, consideró que no habiendo objeto mejor ni más parecido al ser que las naciones, no es incoherente considerar que las mismas combinaciones de actitudes en un hombre pueden ser las mismas que obedecen las aspiraciones y las negligencias de una nación; Pellicer dio por hecho que tan accidental puede ser la virtud, que todo el buen sentido que los antiguos pudieran defender, así como las causas más desastrosas de desgracias, dependen menos del discernirlas con un empleo formidable de razón y de la reproducción de preceptos más prácticos, y más de la fricción de la fortuna y la providencia. 

En la vida de Vasco de Quiroga se cuenta de un hombre del cual por no tener bien forrada de cuero la espada, dióse por falto de decencia en mostrar la espada desnuda, y por no querer mostrar desprecio de su propia persona, prefirió perder cualquiera que fuera el honor que aquella práctica le ofrecía; que aquella industria, dice quien refiere la “estoria” no debía estar en posesión de malos oidores para que no ocasionasen mayores daños de los que ni la fortuna podía dar noticias, ni el mal razones; que el ser ocultos los raros motivos de aquella determinación fue peor descaro del que entenderlos podía ofrecer al más indiscreto de los sentidos, y que de no haberse tratado con secreto la licitud de aquellas decisiones, no habrá sido peor ofensa el que permitiera la fortuna descubrir lo que ni los mismo autores podrían recordar haber ocultado. 

Cuenta Sir Thomas Raleigh en su “Historia Universal” de algunos hechos que el menosprecio de las Escrituras no permitió que la falta de discernimiento que fue motivada por ser aquellos sucesos de ordenes divinos cobrarían peor rédito al entendimiento; confieso no tener el interés de entender la razón de Raleigh. Pone de ejemplo un rey quien logró conquistar muchas más tierras de las que tenía conocimiento, y que una vez que innúmeras victorias permitieron defender un honor inédito como era ser Señor de toda la Siria y muchas naciones más, mejor discurso halló su vanidad en la esperanza, que la tranquilidad del sentido en bien adquiridos méritos, que fútiles ambiciones de la infantería de los Medos, que no excedía los tres mil pies, de este rey para convencer a Cresus, rey de Lidia en ampliar sus territorios, alegando que más desnudos se han visto de dignidad a quienes no les resultó suficiente el ornamento para impedir el abatimiento que los tiempos guardan a su hora para las tierras más prósperas; la derrota a manos de los medos y los persas de quienes se vieron antes fortalecidos de bien razonadas pretensiones, vindicó aquel principio dicho por Epicuro y defendido por Quevedo, de que no es definida la carencia por la miseria más que por ser ambición primero y dolor perpetuo al último. 

Samuel Daniel refiere los ascensos espirituales vendidos por el Rey Guillermo y las contribuciones hechas por sacerdotes calumniados por públicamente por ceder a la fornicación poco menos que nada fueron con la destreza de emplear el mismo dinero que estaba en posesión de los judíos para hacerles renunciar a lo que fuera que su fe respondía y convertirse al cristianismo. Quevedo habría dicho de esto mismo en la “Política de Dios”: “Quien os dice, Señor, que desperdiciéis en la persecución de las fieras las horas que piden a gritos los afligidos, ése más quiere cazaros a vos, que no que vos cacéis.”

Al ofrecimiento que hizo Swift a Pope para abandonar su fe a cambio de una suma cuantiosa de dinero, respondió el poeta que solo aceptaría aquella petición en la medida que la Providencia le hiciera cambiar de opinión, y que para cambiar algo que le había ofrecido mucho más honor del que había imaginado adquirir sin desearlo, debía suponer que solamente los caritativos ordenes de la naturaleza podía mudar la ambición para gozar honestamente en verse aventajado de los materiales de la existencia que él mismo se había comprometido a través de las artes escritas a exponer como vanas en la medida fuesen másindescifrables y tan poco honestas en la medida que fueran más entendidas.

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