Carlos Álvarez
Cuando se trata de defender los sentimientos más nobles que la humanidad ha sufrido mucho más de lo que le ha servido admirar y estudiar, las letras no han sido precisamente las más tenaces en sus ideas para defender la economía de las expresiones frente a las exageraciones de los artistas y escritores más vanidosos. Se habla por ejemplo de “trascender nuestra mente”, y suele decirse también “ampliar nuestra mente.” No pretendo llevar la contraria a los significados con los que actualmente el público haga el más decente de los usos para lo que sea que pueda ser decente hacer uso de una expresión de no significa mucho. Siempre ha existido una noción más perversa que digna de incrementar los lindes de la naturaleza humana; si se piensa que es posible manipular lo que sea que puede ser la naturaleza del género humano, nos estaríamos enfrentando a aceptar tácitamente que el género humano no tiene tal cosa como una naturaleza.
El lenguaje difícilmente representa un pensamiento con la misma nobleza y uniformidad en más de una ocasión; contrario a lo que Berkeley opina, no me parece injusto hacer responsable al azar y la desproporción que hay en nuestros poderes mentales, porque me parece mucho más enorme la irregularidad, y por ende la alevosía, que se guarda debajo de las capacidades que las palabras dicen poseer para comunicar los significados más simples de la vida. El espíritu sufre agitaciones que ni el más decoroso de los poetas es capaz de vindicar; en lo tocante a la compasión que podemos ofrecer a nuestros agravios, ésta suele alimentarse mucho más del olvido de estados de ánimo específicos que de las verdaderas causas de las que suelen estar compuestas nuestras molestias. Basta observar que cualquier ser vivo medianamente pensante puede acostumbrarse a cualquier actividad que haya considerado negativa o insoportable con anterioridad. Este hecho puede darnos la idea de que existe cierta inercia a la que todo tipo de causas están sometidas; gracias a que exista una fuerza que pase eventualmente por encima de toda industria humana poseedora de una porción decente de sentido, podemos consolarnos de no entender absolutamente nada de lo que nos pasa, o bien perder por completo la cabeza solapando el acierto que parecen darnos algunas coincidencias.
Boileau dijo que no hay error más grande para quien es consciente de la cantidad de virtud que cabe en el cumplimiento de su oficio de una manera que es simple para más de una persona, que intentar mezclar los efectos de su propia ambición con los de su obligación. Cualquier persona que haya gastado suficiente tiempo en el ejercicio de una actividad por muchos años, sentiría el delirio pasajero de querer hacer entender a todo el mundo el valor que tienen sus actos por más nimios que sean. Personalmente creo que todo ser tiene todo el derecho a saber cuánto favor debe el mundo a sus actos, y en este mismo sentido creo que ningún alma que esté poderosamente empeñada en mostrar al público sus secretos entendimientos tiene la obligación de saber que está equivocada.