Jorge Mandujano
En febrero pasado Facebook cumplió 20 años de existencia y su fundador volvió a celebrar jubiloso, como si se tratara del primer aniversario de su vástago.
Al igual que lo hizo en 2015 y 2016, la red social registró ganancias récord muy superiores a los años anteriores. Cifras de escándalo que registran miles de millones de dólares (en el 2015 la riqueza de Mark Zuckerberg, su dueño, se elevaba a más de 50 mil millones de dólares, por encima de la del fundador de Amazon, Jeff Bezos, y la del mexicano Carlos Slim).
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Motivos sobrados para explicarle a mi tía Hermisenda: Mark Zuckerberg es un muchacho que a sus 31 años, y como destacado estudiante de la Universidad de Harvard, creó esta por demás poderosa red social como mero proyecto universitario que, al final del día —como frasean los gringos–, le costó su expulsión. Según sus propias palabras, advertía cierto éxito pero no la gloria. Ahora presume poco más de 2 mil 800 millones de usuarios. Su “humilde juguete” le reditúa alrededor de 20 mil millones de dólares anuales.
En mitad de esta aplastante numeralia, México es “una pieza muy relevante”, dice el director general de Facebook en nuestro país, Jorge Ruíz, quien celebra que, tan sólo en los dos años anteriores, la empresa que representa ha sumado más de 91 millones de usuarios; de los cuales, 45 millones visitan la aplicación todos los días. De ese total, 77.3 millones de usuarios, es decir 7 de cada 10, cuentan con un teléfono inteligente.
—Pues, que con su pan y su inteligencia se lo coman –dice mi tía Hermisenda, luego de que le comparto estas cifras, y añade: —A mí no me vuelven a jugar mi cabeza. Mucho me costó aceptar el famoso celular que me trajeron al pueblo, dizque para que estuviéramos comunicados. Luego, me abrieron una cuenta en Hotmail, para que nos carteáramos. Enseguida, me tuvieron los días con sus noches enseñándome el galimatías del bendito Féisbu. Así es que no jodan. Respeten mis canas y mi voluntad de seguir gozando lo aprendido.
Y es cierto. En Chiapas el porcentaje de usuarios del Facebook supera nueve a uno a quienes publican en Twitter (ahora X). Más allá de las limitaciones en los caracteres de la vecina red, Facebook ha sido para los chiapanecos una práctica cotidiana común. Desde que amanece y hasta que… amanece. Ejercicio que incluye al de la crónica (para que no lo vayan a linchar).
Pero otras cosas hay, diría el Cronopio Mayor. En mitad del ritmo cibernético, que dista mucho del tiempo real, hay un axioma que habría que considerar, en el sentido de que la red se erige en contraesquina inmisericorde para quienes advierten depresión: en el Facebook todo mundo es feliz. Las fotos, los videos, los recuerdos, configuran una vida feliz. Las noches, los gatos y las lunas. Todo feliz. Incluso los velorios. Se lloran, se agradecen y se olvidan, hasta que Facebook los exhuma al año siguiente y te los devuelve como Tu recuerdo.
Todo mundo sube sus fotos para presumir: desde la de quien se muestra feliz con el amigo del primo del vecino del 5º. Regidor de Ixtapangajoya, hasta la que conjunta sonrisas con Ricky Martin. La Mileydi que apura la pierna izquierda para decir Aquí estoy (ahora apoyada por el Photoshop, IA y demás aplicaciones para el embellecimiento eventual); el muchacho que presume las bondades del gimnasio junto con el Gobernador. Así también el álbum desaliñado de la tarde que corona el desayuno que inició el día anterior (¡¡¡!!!)entre las y los amigos de Generación. El texto que, indubitablemente, comienza así: “Hace 12 años, una luz divina iluminó la llegada de una princesa que motivó mi existencia y que ahora llena mi vida…” y demás perlas lacrimógenas.
Mientras mi primo Obiliao manda sus tristes por desafocadas viejas fotos del Río La Cintal, mis vecinos presumen sus tatemadas pieles en Islas Canarias. Al tiempo que la Tía Chata es fotografiada con su mediofondo arriba de los senos en Boca del Cielo, el diputado suplente del Partido Verde sube su foto (con cara de ¡qué pedo!, ¿ónde es que ando?), en Sitges, frente al meritito Mediterráneo.
Hasta el más chimuelo masca vidrio, pues. No faltan las y los conspicuos poetas eventuales, cuyos versos se acercan riesgosamente a la frontera entre la eyaculación y el llanto.
Por supuesto, el desamor, el dolor y la muerte tienen su espacio. Hay esquelas que tatúan el alma, que es eterna. Pero siguen siendo inútiles ante tanta felicidad manifiesta en el Carelibro. Todo mundo es feliz, feliz, feliz.
De ahí que mi tía Hermisenda considere: ─¿Por qué tanta presumidera, pues? En serio, ¿será que todos somos felices en esta bendita Tierra?
Y tiene razón. Apenas hace unos días me invitó a comer su tan rico CochitoHorneado. Hablamos de la vida, “porque de la muerte sólo hablan los que tienen miedo”, dice ella.
En fin. Para machucar el contexto, propuse al final la consabida selfie.
─Esa es una pendejada narcisista que incluye a los demás, siempre y cuando estén detrás de ti ─me dijo. Estás tan solo, que necesitás de los demás para decir en la red que existís y que estás bien.
─Aún así, si muriera mi Féisbu, comenzaría a hacerlo yo también en mi soledad, de la pura tristeza –sentenció. Luego me llevó hasta la puerta de su casa que da a la calle, me dio un beso en la mejilla y nos despedimos para siempre.
♦ De mi libro de crónicas Contar de los Cantares, pronto de ver la luz.