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Sheinbaum: el grito, el feminismo y los símbolos

Sheinbaum: el grito, el feminismo y los símbolos
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Alejandro Flores Cancino

La primera arenga de Claudia Sheinbaum como presidenta en la ceremonia del Grito de Independencia no pasó desapercibida. Vestida de morado, evocando el color que ha identificado históricamente al movimiento feminista, y nombrando de forma completa a las heroínas de la patria, sin reducirlas al apellido de sus esposos, Sheinbaum envió un mensaje cargado de simbolismo que muchos interpretaron como un gesto de reivindicación.

Pero vale la pena detenerse: ¿es esto feminismo? O más bien, ¿forma parte de la narrativa que se construye en torno a su figura?

Es indudable que las palabras y los gestos importan. En un país donde durante décadas las mujeres fueron invisibilizadas en los relatos oficiales, resulta significativo escuchar nombres completos como Josefa Ortiz Téllez Girón (de Domínguez) o Leona Vicario (María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador), despojados de la dependencia marital. Igualmente, ver a la presidenta con un atuendo morado genera un guiño inmediato con las luchas feministas.

Sin embargo, un símbolo, por potente que sea, no sustituye la acción.

El discurso político tiene sus propios códigos. Una arenga como la de Sheinbaum también responde a la lógica de “darle a la gente un poco de lo que quiere escuchar”. En un país donde el feminismo se ha convertido en fuerza social y política, ignorarlo sería un error estratégico. Nombrar, vestir, insinuar… son elementos que abonan a construir una imagen, pero no necesariamente una agenda.

El feminismo no puede reducirse a gestos. Su prueba real está en cómo se responda a las exigencias de justicia y derechos: a las madres buscadoras que claman por sus desaparecidos, a las víctimas de violencia que esperan medidas efectivas, a las iniciativas legislativas que hoy duermen en el congelador parlamentario.

Los símbolos pueden emocionar, pero no transforman por sí solos. Si la presidencia de Claudia Sheinbaum quiere ser recordada como un parteaguas para las mujeres, tendrá que demostrarlo más allá de la plaza pública: con políticas, presupuestos (no con fin electoral) y justicia. De lo contrario, el grito quedará como lo que fue: una puesta en escena que sonó bonito, pero que no cambió nada. Será en esas decisiones, y no en el color de un vestido, donde se mida el compromiso de este gobierno con la igualdad y la justicia de género.

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