Ernesto Gómez Pananá
A lo largo de sus alrededor de diez años de existencia, esta columna ha estado dedicada en varias ocasiones a reflexionar sobre la lectura, sobre los libros y la actividad de leer. Hoy quisiera ir un paso antes y narrar mi afición por las palabras, eso que constituye, ya en el castellano moderno, la unidad lingüística mínima, el elemento conceptual básico de la comunicación humana. La etimología de la palabra “palabra” proviene del latín “parábola”, que significa “ejemplo”, cuando se usaba para referir o comparar al hablar sobre algo, y como sinónimo de compromiso, tal persona “dio su palabra”. Amén de que su antecesora, la palabra “parábola”, pervivió a lo largo de la historia como sinónimo de relatos o narraciones aleccionadoras: la parábola del hijo pródigo que vuelve de un viaje o la de la oveja perdida que dilapidó la herencia.
Este penúltimo domingo de agosto del año 2024 confieso apreciados seis lectores, mi afición por las palabras, las palabras nuevas, las palabras clásicas o antiguas, las palabras en desuso, las palabras tuxtlecas, las palabras esdrújulas y las palabras graves, las palabras contundentes, las palabras cadenciosas, las palabras que tienen su propio ritmo, las palabras nativas, las palabras en otros idiomas, aquellas que esconden su significado y su origen y aquellas que lo traen a la vista, evidente, a flor de piel. Que más ejemplo -os doy mi palabra-, que las palabras que dan nombre a esta columna: Galimatías y Oximoronas.
El término -la palabra- galimatías proviene de la raíz grecolatina katà Matthaîon, “según Mateo”, y hace referencia a los textos bíblicos de dicho evangelista, mismos que según la historia, solían ser largos, confusos y de difícil comprensión. “Según Mateo”, se convirtió pues en una suerte de sinónimo de “enredo”: Mateo 1:1–17: “Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró a Judá…” y así hasta 42 generaciones en las que, cual García Márquez narrando el acontecer en Macondo, uno se perdía entre tantísimas sucesiones familiares provenientes de doña Eva y don Adán (obvio el original, el del Paraíso divino. No el de La Chontalpa)
Honestamente no recuerdo la primera ocasión en que leí o escuché esta palabra, pero claramente sí recuerdo que fue una especie de “amor a primera vista”, más allá, o debo decir además de su curioso significado, me enamoró su fonética, su ritmo, su extensión, su diptongo que se rompe con su acento ortográfico, su rareza. Luego de descubrir esta bellísima palabra, de deleitarme repitiéndola en mi mente o utilizándola en algún texto, la mantuve a resguardo hasta el surgimiento de esta columna a la que da nombre. Al contrario de lo que pudiera parecer, el nombre de la misma no busca decir que estos pretenciosos textos de domingo sean enredados sino más bien en su origen, busco reseñar y describir desde el nombre, aquellas situaciones absurdas, surreales -otra palabra fascinante-, ridículas, indignantes o preocupantes que tan cotidianamente nos toca vivir y padecer, enredos incomprensibles que tendrían que ser también -tal vez- inaceptables. Y como la realidad es terca y como dijera Einstein estúpidamente infinita, de repente el tema dominical no bastaba y se hacía necesario dejar constancia de algún otro-u otros- asuntos que si bien en sentido estricto podían incluso contrastar con el tema central, convergían en dos cosas: su pertinencia temática para este aprendiz de columnista y su estruendoso contraste y esto era pues, pretexto perfecto para incluirlos a través de esa figura retórica poco conocida que son los “oxímoron”, mismos que implican la unión de dos términos opuestos o contradictorios en una misma expresión, produciendo un sentido nuevo, paradójico o poético: luz oscura, silencio atronador, austeridad premier.
Y como esos otros temas además de contrastantes, solían insertarse al final, es que me permití la licencia de alterar el género, el número y la acentuación de la palabra para pasar de “oxímoron” en masculino, singular y esdrújula con acento ortográfico, a “oximoronas”, en femenino, plural y grave con acento prosódico pero además, al “licenciar” la palabra toma sentido que estos contrastes, estos oximorones al estar como digo, al final del texto y ser usualmente breves, cortos, pequeñitos pues, pasaran a ser algo así como las moronas que quedan a la orilla del plato central. De ahí el concepto.
Y hay aquí la -para mí- deleitante disertación de hoy. Las palabras fluyen y uno solo trascribe lo que la mente y el espíritu van dictando. Me he ido de largo estimados seis lectores, espero con el texto de hoy haber aclarado la inquietante duda respecto de estas dos palabras que alguno de ustedes me hiciera ver. Como siempre gracias por su amable lectura.
Oximoronas única. A veces me alegro de que el ridículo de Maduro pudiera caer en Venezuela… luego me acuerdo que lo tiraría el ridículo de Trump y se me pasa.