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Se acabó el teflón / A Estribor

Se acabó el teflón / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

Durante años, el régimen cuatroteísta gozó de un privilegio político inusual: todo le resbalaba. Escándalos, errores, contradicciones, sobrecostos, promesas incumplidas… nada parecía afectarlos. Vivían en un estado de inmunidad narrativa gracias al carisma del líder, al control del relato y a la cómoda costumbre de culpar al pasado por cualquier falla presente. Pero ese tiempo ya pasó. Las encuestas empiezan a reflejar lo que muchos observaban desde hace meses: el proyecto entró en fase de desgaste. No es un bache, es el inicio del regreso del péndulo. La sociedad corrige cuando un proyecto se agota.

CULPAR AL PASADO

Durante un tiempo, la coartada del “antes era peor” permitió justificar prácticamente todo. Pero después de siete años, ese argumento ha perdido fuerza. Hoy la gente compara al gobierno consigo mismo, no con Peña ni con Calderón. Y frente a la inseguridad creciente, el colapso del sistema de salud, la militarización, la parálisis económica real y las promesas incumplidas, el relato se quedó sin sustancia. El discurso se agotó porque la realidad lo rebasó.

LA “ULTRADERECHA”: EL ENEMIGO IMAGINARIO

Otra señal del desgaste es la necesidad de inventar un enemigo cada vez más amplio. Según la narrativa oficial, todo lo que incomoda al gobierno proviene de “la ultraderecha”: periodistas, jueces, ambientalistas, feministas, ONG, académicos, ciudadanos inconformes. Al final, todos caben en el saco del enemigo.

Pero cuando todo es ultraderecha, nada lo es. Y cuando un gobierno necesita enemigos imaginarios para explicar sus fallas, es porque perdió el control del relato.

LAS MEGAOBRAS: LA FACTURA MÁS VISIBLE

El fracaso de los resultados y objetivos ofrecidos respecto de las megaobras es quizá el golpe más demoledor. Se prometió que serían más baratas, más rápidas y que transformarían la economía. La realidad es otra: Sobrecostos descomunales, corrupción, operación limitada o deficitaria, impacto económico inexistente, dependencia absoluta del presupuesto público. El Tren Maya, Dos Bocas y el AIFA no son símbolos de progreso: se convirtieron en monumentos al derroche. Y frente a eso no hay manera de culpar al pasado. Los ciudadanos no tienen que leer reportes técnicos: lo ven. Y lo tangible pesa más que la propaganda.

EL FIN DEL ENCANTO

Por eso se les acabó el teflón. Porque la narrativa ya no cubre la realidad; porque el liderazgo de AMLO y ahora Claudia, ya no borra errores; porque el discurso se volvió repetitivo; porque el país no mejoró y en varios rubros retrocedió; y porque la gente dejó de comprar explicaciones mágicas. Cuando un régimen llega a este punto, lo que queda es la inercia.

EL REGRESO DE PALENQUE: SEÑAL DE DEBILIDAD, NO DE FUERZA

Y lo más revelador de este momento político fue su reaparición en Palenque, usando como pretexto la presentación de su libro. Lo importante no era el libro, sino el mensaje político. AMLO ofreció volver a la vida pública “si es necesario”. Ese anuncio —directo, calculado y perfectamente medido— no expresa confianza, sino temor. Un líder seguro de su legado se retira sin mirar atrás. Un proyecto sólido no necesita al fundador regresando para “cuidarlo”.
Sólo quienes sienten que su obra se tambalea insinúan que podrían volver para salvarla.

La escena en Palenque no muestra poder: muestra preocupación. No confirma liderazgo: confirma desgaste. Y no fortalece a su sucesora: la debilita, porque deja claro que él mismo duda de que pueda sostener el proyecto sin su sombra. En política, cuando el que se fue tiene que volver a escena, no es señal de fuerza: es la evidencia de que el ciclo ya entró en declive.

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