Sr. López
Contaba la abuela Elena que allá en Autlán a principios del siglo pasado, los niños (varones), iban a nadar a una gran poza de agua no muy limpia, y que había un mocetón al que decían la Mojarra por lo bien que nadaba. También contaba que una vez se ahogó un niñito y que el Alcalde y otros fueron a galope tendido cuando lo supieron. Que al llegar vieron que estaba ahí la Mojarra y supieron que dejó ahogarse al niñito. Que sacaron el cadáver de la criatura, se lo entregaron al padre y que el Alcalde sin decir palabra, le metió un tiro en la cabeza al Mojarra. Historias de pueblo.
Antier, 2 de octubre, la presidenta Sheinbaum, en Palacio Nacional, firmó su primer decreto que es un Acuerdo, cuyo artículo primero dice: “(…) se reconoce políticamente que los actos de violencia gubernamental perpetrados el 2 de octubre de 1968, en contra de integrantes del Heroico Movimiento Estudiantil, fueron constitutivos de un crimen de lesa humanidad (…)”.
En rigor, la inexcusable barbaridad del 2 de octubre de 1968, NO es un crimen de lesa humanidad. En el idioma español, leso, lesa, es daño, ofensa, por lo que lesa humanidad es algo que daña u ofende a la humanidad. Tampoco lo es conforme a la ONU en apego al Estatuto de Roma de 1998, que define en su artículo 7.1, que un crimen es de lesa humanidad “cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil (…)”. Ni generalizado ni sistemático. Un crimen atroz, pero NO de lesa humanidad. Es lo de menos.
En su artículo segundo el Acuerdo dice: “Se instruye a la titular de la Secretaría de Gobernación para que, en nombre y representación del Estado Mexicano, se ofrezca una disculpa pública por esa grave atrocidad gubernamental a las víctimas, a sus familiares y a la sociedad mexicana en su conjunto”.
De inmediato la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, presentó sus sinceras: “(…) se ofrece una sentida disculpa pública a todas las personas que perdieron a un ser querido o fueron víctimas del crimen de lesa humanidad cometido la noche del 2 de octubre (…)”. ¡Qué emoción!, se notaba la pena que la embargaba…
El Acuerdo dice más cosas, con redacción de escritorio público, como que se garantiza “la no repetición de atrocidades como a las que se refiere el presente acuerdo”; y se refiere a la Presidenta como “Comandanta” Suprema de las Fuerzas Armadas, lo que es de pena ajena, porque ella es la “Comandante”, sin poner en femenino ese sustantivo que es común en cuanto al género, digo, ahí le avisan a los que escriben -mal-, los acuerdos presidenciales. También es lo de menos.
No comenta nada este menda sobre lo de calificar de “heroico” a ese movimiento del que es la hora que no se ha dicho quién lo organizó (porque lo organizaron y muy bien), ni de lo “estudiantil” (porque hubo no pocos señores barrigones y cincuentones muy metidos… del mismo gobierno). Tampoco dirá nada sobre algo que no ha de ser importante para la máxima autoridad federal del país: cuántos murieron, porque no se sabe.
Y no se sabe. Hay versiones delirantes o interesadas. Que fueron “miles”, “cientos”, que “nada más” 36. La investigación más completa que conoce este menda es la que está en https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB201/index2.htm, de The National Security Archive, de Washington, que tuvo acceso a los archivos de la Dirección Federal de Seguridad; la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales; la Sedena y otros. Se concluye que no hay certeza sobre el número de muertos, pero se pueden documentar 44, entre estudiantes, soldados, trabajadores, un maestro, un ama de casa, una empleada doméstica de 15 años, un desempleado y diez no identificados.
Sean esos 44 o no, lo sucedido en Tlatelolco, fue atroz, pero ya se sabía qué iba a pasar. El día anterior, el hermano mayor de este menda, se lo advirtió al padre de ambos, diciéndole que no me dejaran salir al día siguiente, porque en el mitin de Tlatelolco iba a haber muertos y que el movimiento se acababa al día siguiente. Como fue.
Y lo sabían los líderes estudiantiles, tal vez no todos, pero no pocos. Tan lo sabían que pidieron a los integrantes del Comité de Huelga que por seguridad, no se ubicaran en el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua. Lo sabían. Y no se van a disculpar con nadie por haber llevado al matadero a una muchedumbre, ellos no piden disculpas, ellos que en su mayoría, después, trabajaron para el gobierno que tanto combatían.
Sea como sea y haya sido lo que haya sido, es de decencia que el gobierno ofrezca disculpas. Si fueron 44 o si fueron más. Correcto.
Ahora esperemos que no tarden otros 56 años en ofrecer disculpas por los muertos del gobierno que acaba de irse. No por el más de un millón, no, sería ir muy lejos, pero al menos por los niños con cáncer que murieron por falta del tratamiento médico a que está obligado el gobierno. Y no se sabe cuántos. Otra vez, México: el reino de la opacidad y las mentiras.
El desabasto de medicamentos contra el cáncer fue una constante en el sexenio pasado. Hay testimonios. Hubo manifestaciones. Hubo amparos ganados por padres y médicos; nada más de la Agrupación Mexicana de Oncohematología Pediátrica, 300 amparos argumentando ante los jueces que “(se) pone en riesgo la vida de niñas, niños y adolescentes diagnosticados con cáncer (…)”.
En el informe de México Evalúa del 18 de marzo de este año, se documenta que de 2021 a 2022, el gobierno cuatrotero quitó 157 mil millones de pesos al Sector Salud, lo que impidió el tratamiento de cánceres, trastornos congénitos o trasplantes. Solo en el 2021 se recortó el 97% de los fondos para atender cáncer infantil, mama y cervicouterino, dejando a 7,900 pacientes sin tratamiento. Pero igual si fueron mil 600, tres mil o más niños, digamos que solo fueron 44… así, que, señora Presidenta, esperamos disculpas porque encima esos niños no se oponían al gobierno ni manifestantes eran. Son del Nerón que se fue. Son de México, nuestros santos inocentes.