Juan Carlos Cal y Mayor
Mientras la política mexicana sigue atrapada en el discurso parroquial, la revancha ideológica y la retórica antiempresarial, en otra mesa —literalmente— se juegan cartas mayores. No en Palacio Nacional, sino en la Casa Blanca. Y no con funcionarios de segundo nivel, sino con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el núcleo duro del Partido Republicano. Ahí aparece Ricardo Salinas Pliego, invitado a la cena navideña presidencial, acompañado de su hijo, moviéndose con naturalidad entre Mar-a-Lago, Florida y Washington.
No es una anécdota social ni un gesto folclórico. Es política pura.
EL PODER QUE NO PIDE PERMISO
Salinas Pliego no es diplomático ni funcionario. Precisamente por eso es eficaz. Representa algo que hoy escasea en la relación bilateral: interlocución directa, pragmática y sin complejos. En un momento en que el gobierno mexicano se empeña en tensar la cuerda con Estados Unidos —coqueteando con dictaduras latinoamericanas y despreciando a sus socios naturales—, el empresario aparece como un canal alterno, incómodo para el poder, pero funcional para los intereses reales del país.
Trump no invita por cortesía. Invita por utilidad. Y los republicanos entienden bien el valor de quienes pueden hablar claro sobre seguridad jurídica, inversión, Estado de Derecho y combate al crimen organizado, sin la complicidad vergonzante de la izquierda latinoamericana.
EL AS BAJO LA MANGA
En política internacional, los ases no se presumen: se juegan cuando la mesa cambia. Y esa carta, Salinas Pliego la tenía bien resguardada.
Mientras en México se apostaba todo a la narrativa interna, al pleito doméstico y al discurso contra los empresarios, él construía silenciosamente una red de acceso, afinidad y confianza con la derecha estadounidense y con los actores que hoy definen el rumbo de Washington. No salió a escena por improvisación, sino porque el momento lo exigía.
LA DERECHA LATINOAMERICANA SE REORGANIZA
Este movimiento no ocurre en el vacío. Coincide con el reacomodo político en América Latina: Argentina, Chile, Paraguay, sectores clave en Brasil y Perú. La derecha avanza, no desde la épica, sino desde el hartazgo frente a modelos que destruyeron economías, instituciones y certezas jurídicas.
En ese tablero, Salinas Pliego no actúa como político tradicional, sino como pieza estratégica. Su peso económico, su discurso frontal y su acceso directo lo convierten en un interlocutor incómodo, pero eficaz, en una región donde los gobiernos han preferido el dogma a la realidad.
EL CONTRASTE INCÓMODO
Mientras en México se estigmatiza al empresario, se romantiza la pobreza y se persigue fiscalmente a quien disiente, en Washington se le abre la puerta a uno de los hombres más influyentes del país. Aquí se le señala como “enemigo del pueblo”; allá se le recibe como alguien con quien vale la pena hablar.
El contraste no es menor. Exhibe una verdad que incomoda al poder: la confianza internacional no se decreta ni se construye con consignas. Se gana con reglas claras, certidumbre y actores creíbles.
MÁS QUE UNA CENA
La ironía con la que Salinas Pliego comentó en redes la utilidad de “tener visa… y avión” dice más de lo que aparenta. Habla de movilidad, de mundo real, de entender que la política global no se juega en mañaneras, sino en relaciones, intereses y visión estratégica.
En un escenario donde México corre el riesgo de aislarse por necedad ideológica, estas alianzas no son un lujo. Son una válvula de escape. Y quizá, cuando el péndulo vuelva a moverse, quedará claro que mientras unos gritaban consignas, otros ya estaban sentados en la mesa donde se toman las decisiones.