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Rosario Castellanos, cien años después: un legado que no basta con recordar

Rosario Castellanos, cien años después: un legado que no basta con recordar
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Alejandro Flores Cancino

Hoy se conmemora el centenario del nacimiento de Rosario Castellanos. Se celebran mesas, se reproducen entrevistas, se citan sus poemas. Se inauguran bustos y se renombran auditorios. Pero la pregunta sigue en el aire: ¿de qué sirve celebrar a Rosario Castellanos si su legado sigue siendo traicionado?

Rosario fue, ante todo, una mujer que incomodó. Que supo poner en palabras lo que muchos preferían callar. Lo escribió con claridad en Mujer que sabe latín…: “La cultura ha sido siempre una prerrogativa masculina. La mujer ha estado fuera del ámbito donde se generan los valores y los juicios que rigen a la sociedad.”
Ese feminismo valiente, que denunciaba la exclusión estructural, hoy se reduce a eslóganes o a vitrinas vacías. En lugar de transformar, lo usamos para decorar discursos oficiales. Pero las cifras de violencia, los techos de cristal y los silencios impuestos siguen ahí, tan vivos como en su tiempo.

El lugar que Rosario Castellanos narró en Balún Canán y en Oficio de tinieblas es uno donde la desigualdad se explica por el racismo y la explotación histórica de los pueblos indígenas.
“¿De qué le sirven la tierra y los hijos si no tiene libertad?”, se pregunta en Balún Canán. Hoy, la pregunta sigue sin respuesta. A los pueblos originarios no se les garantiza autonomía ni justicia. Se les administra con programas sociales, pero se les excluye de la toma de decisiones. Su existencia se vuelve útil en épocas electorales, y desechable el resto del tiempo. Nada más lejos de lo que Rosario defendía.

Incluso su labor como embajadora —en Israel y como representante de la cultura mexicana en el extranjero— hablaba de un país abierto al mundo, capaz de dialogar con otras naciones desde la cultura, el pensamiento y la palabra.
“La cultura es una forma de resistencia”, escribió. Pero hoy esa diplomacia se ha reducido a lo funcional, a lo estratégico. La voz de México en el mundo ha sido reemplazada por el silencio o la consigna.

Y, sin embargo, la seguimos recordando. Porque su palabra sigue siendo faro. Porque, como escribió en Meditación en el umbral: “No nací sino hasta que tú me nombraste. Por eso existo: porque tú me inventas.”

Pero el problema no es la memoria. El problema es el olvido disfrazado de homenaje.

Rosario Castellanos no necesita más bustos ni placas conmemorativas, como se le ocurrió a un alcalde. Lo que necesita es que este país —el mismo que la vio escribir con rabia, lucidez y ternura— se atreva a vivir el feminismo que propuso, a ejercer el indigenismo que defendió y a practicar la diplomacia que encarnó.

Celebrarla es empezar por hacerle justicia.

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