César Trujillo
Mikel Ruiz, lo dije ya en otra ocasión, no sólo es escritor, narrador o ensayista, sino también es fotógrafo. Mi afirmación se basa en la novela La ira de los murciélagos (Ediciones Camelot América, 2021), compuesta bajo dos historias que circundan nuestra realidad y que, lamentablemente, es un retrato del presente, no sólo del municipio enclavado en los Altos de Chiapas, San Juan Chamula, sino de otros pueblos originarios que han sido absorbidos y aplastados por el binomio del narcotráfico y la política. En esta simbiosis detectamos una suma de cinismo y terror, de poder y odio, que ha vulnerado la identidad de los pueblos y ha trastocado el concepto de la propia memoria.
Quizá por ello, Mikel, en cada disparo de su cámara, o en cada una de las historias, apuesta a narrar, como lo hiciera también en Los hijos errantes / Chayemal nichnabiletik, donde inscribe con precisión la ruptura con la tradición de un romanticismo añejo a quienes gustan de seguir hablando de los pueblos indígenas y evocan conceptos o costumbres que, si bien en otros tiempos fueron parte sustancial, hoy no reflejan la realidad donde la violencia cae como espada de Damocles cortándolo todo, y recorre parajes y ejidos sembrando el terror paso a paso.
En La ira de los murciélagos aparecen, por un lado, Ponciano Pukuj, personaje ficticio que representa a un narcotraficante que encontró en la política de su pueblo el modus operandi para acomodar a cientos de nombres y hombres en toda la entidad geográfica de Chiapas. En esta historia, el autor inscribe el reflejo del presente cuyo ropaje son el miedo y la sangre, elementos para mantener el control a costa de lo que sea. Por el otro está Ignacio Tsunun, personaje que escribe y cuestiona la propia cosmovisión romántica de los pueblos que nos han vendido por años. Se trata, pues, de en escritor que abreva de su realidad y que encuentra, en los lindes literarios, la forma de mostrar lo que sucede.
Mikel Ruiz, bajo esa capacidad de mirar la realidad y concebirla, va tejiendo, a través de la ficción, una urdimbre de historias que son, en sí, una crítica severa y dura a la realidad que ha golpeado con fuerza a los pueblos originarios bajo la mirada complaciente de muchos. No se equivoca el escritor tsotsil y doctor en Ciencias Sociales y Humanísticas por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA), cuando sentencia que son los propios hombres, de los propios parajes, hijos de la propia tierra, hermanos de sangre y fuego, quienes toman en sus manos el poder y someten a la gente a punta de pistola, a base de sembrar el miedo y el terror, ondeando la muerte entre los dedos.
En efecto, son estos mismos hombres, hermanos en la memoria histórica, quienes han encontrado mecanismos de control heredados por el propio sistema que se alimenta de la pobreza y la miseria de la gente, por el propio sistema que erige sus propios monstruos. ¿Qué es la ira, entonces, sino una semilla de odio que crece y florece, que se nutre del rencor y del tiempo, que se alimenta de los otros y se mete en las arterias y tiñe de negro el corazón de los hombres?, ¿qué son los hombres ataviados de negro, símbolos de muerte que extienden las alas de quirópteros, sino hijos de la ira y de los nuevos tiempos, súcubos arrojados, lanzados desde el centro de la ceiba que se embeben de drogas y de alcohol, que se motivan con el olor a carne quemada, que se fortalecen en los miedos del pueblo?
Mikel Ruiz, desde la ficción y los lindes que permite la literatura, retrata el sincretismo de los grupos de carteles de los pueblos indígenas e incluso de paramilitares que aterrorizan y controlan los caminos, que acechan las fiestas de los pueblos, que los envenenan con el líquido negro del consumismo y con el líquido dorado de la liberación, que meten a punta del terror sus intereses particulares.
Así, La ira de los murciélagos bien podría ser, como señalaba uno de mis alumnos tras leer el libro que le recomendara, una crónica de estos tiempos aciagos, y se podría agregar que, en su historicidad, la novela alcanza a mostrar cómo los pueblos han sido rebasados, de qué forma se han sobrepasado los límites del Estado de derecho y el modo en que se han vulnerado, bajo un protagonismo exacerbado, la paz social de la zona Altos.
En pleno siglo XXI, un país como México cuya herencia del priismo sigue arraigada en varios espacios, donde la pobreza y la pobreza extrema pasan sus facturas a los que menos tienen y se convierten en una simple fábrica de votos, “los murciélagos” pueden ser todos aquellos que disfrazan de oportunidad la muerte, aquellos que ya no se preocupan por el anonimato y que gritan a los cuatro vientos que el poder les pertenece, aquellos cuya hambre es el dinero y el control del poder por el poder, aquellos que no pertenecen a nosotros, esa horda que sueña con otros mundos de paz y armonía, otros mundos posibles.